Los datos entregado por la reciente encuesta realizada por la Universidad Mayor y un medio asociado al plantel revelan que una gran mayoría de los chilenos son partidarios de modificar el sistema electoral binominal y sin embargo este tema, como las reformas políticas en general, estuvieron ausentes del discurso presidencial del reciente 21 de Mayo.
La reforma al binominal, tantas veces prometida, especialmente por el Presidente Piñera, se encuentra paralizada por falta de voluntad política del ejecutivo de enviar un proyecto al parlamento y, en el fondo, por la fuerte oposición de la UDI. Hoy existe un proyecto presentado por el diputado Jorge Burgos y diputados de la oposición y de RN que, si el gobierno lo apoya, puede generar un amplio acuerdo.
Es probable que la reforma al sistema electoral no concite hoy grandes movilizaciones ciudadanas y que, en una fase donde el gobierno reacciona frente a la urgencia planteada por las protestas, este tema vuelva a ser postergado.
Sin embargo, continuar ignorando lo que el país piensa en relación al sistema electoral y desatender este reclamo de cambio genera una profunda desafección ciudadana, deslegitima a los parlamentarios, deprecia la calidad de la democracia y anida una crisis política que puede adquirir ribetes insospechados.
Un dato relevante de la Encuesta es que el apoyo a la modificación del sistema electoral binominal es transversal políticamente y ha crecido en el elector de centro derecha. Es evidente que hay un cansancio generalizado con un sistema que brinda pocas posibilidades de elegir, tiende a perpetuar a los parlamentarios, reduce al mínimo la competencia y limita el pluralismo de opciones, cuestiones claves para medir el grado de confiabilidad de una democracia.
La exigencia de cambio es particularmente acentuada en los grupos etarios jóvenes de 18 a 25 años – que son básicamente los que ingresan al padrón vía la inscripción automática y el voto voluntario – y los adultos jóvenes entre 26 y 35 años, donde la necesidad de modificar el binominal supera el 70% y donde la consideración de que el actual sistema deslegitima a los parlamentarios llega a cifras cercana a los 80%.
Ciertamente, el actual sistema electoral no es el único responsable del desprestigio de la actividad parlamentaria y de los partidos, pero es evidente que el cómo se elige a los representantes, en una democracia que no tiene otros canales de participación ciudadana más allá del voto, es vital para mantener la credibilidad del sistema y para impedir su aislamiento.
Entre los jóvenes inscritos automáticamente surgen voces de “funar” las elecciones municipales, donde el binominal no existe pero donde hay un escaso recambio, y ya hay datos de estudios preliminares de opinión que revelan que de mantenerse el actual sistema electoral binominal un alto porcentaje votaría solo en la presidencial y se abstendría en la elección parlamentaria.
Si ello ocurre, el Parlamento, es decir la institución más representativa de la diversidad política del país, podría ser electo por una minoría lo cual agudizaría su separación de la sociedad y los factores de crisis que actualmente se observan.
Además de nada habría servido aumentar el padrón electoral vía inscripción automática si los jóvenes no reciben del sistema político al menos el aliciente mínimo de la transparencia en la generación de las autoridades y que fuertemente plantean que cambiar el binominal significa ampliar la participación de los ciudadanos en la generación de las autoridades.
El Parlamento está en retraso a las aspiraciones de quienes eligen a los parlamentarios.Hay una sociedad civil más abierta, más democrática, libertaria y progresista que el Parlamento , que es visto como una sede conservadora donde lo que prima es la preservación de las cuotas de poder cuyo cálculo impide asumir los cambios exigidos por la sociedad.
Por tanto el resultado de esta Encuesta, como de otras realizadas en el tiempo, es un mensaje y una advertencia de la ciudadanía al gobierno y a los partidos políticos.
Es, también, una oportunidad para que la clase política genere un consenso o se construya una mayoría para cambiar el binominal y empujar otras reformas políticas que saquen del letargo, del perenne y mediocre empate parlamentario al que nos ha conducido el inmovilismo de un sector de la derecha que teme la competencia política y quiere seguir gozando de privilegios y subsidios del binominal.
En este último sentido hemos apreciado el acuerdo entre la DC y RN para avanzar en una reforma al sistema político que incluya el cambio del binominal. Pero, para ser franco, si el gobierno no se involucra y no se impone a su sector conservador que quiere mantener el binominal, no habrá cambios en este gobierno y con ello no solo sufrirá electoralmente la derecha sino perderá crédito todo el sistema político.
La Encuesta entrega otros datos importantes: la mayoría de los chilenos cree necesario introducir cambios al régimen político presidencial sea a través de un cambio a un régimen semi parlamentario que sobre todo a través de una reducción de las actuales facultades del ejecutivo.
Consultados con qué sector político se sienten identificados, los encuestados se dividen entre derecha, centro e izquierda en proporciones más o menos equilibradas. Sin embargo aparece con un dato muy alto, más del 40% quien señala no sentirse interpretado por ninguna de estas opciones.
Esto es preocupante para el sistema de partidos políticos en que se basa nuestra democracia y dice relación con la pérdida de densidad ideológica – cultural de la política, con la falta de identidad de las diversas opciones. Una derecha sin relato que no sabe ni dice donde va. Una centroizquierda temerosa de rever su propia orgánica y cultura y de adecuar su discurso y programa a los nuevos paradigmas progresistas.
Un nuevo sector, de la sociedad civil, que poco a poco va adquiriendo identidades que si bien dispersas temáticamente y muy volátiles desde el punto de vista electoral, se transforman crecientemente en un factor determinante de la Agenda Política.
Este es , también un gran desafío para los partidos: interpretar y operar con lo nuevo, entregar sentidos a los cambios de escenarios, escuchar y trabajar con los actores sociales, o simplemente conformarse con ser un factor secundario de una realidad política manejada o por la tecnocracia del modelo o por una ciudadanía activa que los sobrepasa.