El lamentable espectáculo organizado por la segunda comisión investigadora de la Cámara de Diputados, con el fin de perseguir supuestas responsabilidades políticas por las muertes causadas por el maremoto que sucedió al terremoto del 27 de febrero de 2010, entre las 3:49 y las 6:40 de la mañana, es un verdadero insulto a la inteligencia de los chilenos y a la lógica más elemental.
En primer lugar, la ex-Presidenta llegó a las oficinas de la Onemi a las 5 de la mañana, cuando ya habían ingresado cuatro olas en Constitución (donde se produjo la mayor cantidad de muertes), dos en Juan Fernández, Talcahuano, Dichato, Pichilemu y San Antonio, y a lo menos una en Lebu, Tirúa y Corral.
A esa misma hora el Shoa ya había cancelado la alerta de maremoto que poco antes había enviado (en un lenguaje indescifrable) a la Onemi, a las 4:07.
Al momento de su llegada, la principal preocupación de la Presidenta y las demás autoridades presentes en el lugar, era recabar información sobre la intensidad y efectos provocados por el terremoto, cuya ocurrencia era el único hecho cierto hasta ese momento.
A la Presidenta no se le informó de la alerta de maremoto, precisamente, porque ya había sido levantada por el organismo técnico en la materia, esto es, el Shoa.
Por otra parte, las olas que se produjeron con posterioridad a la llegada de la Presidenta a la Onemi habían sido precedidas por sucesivas olas anteriores, de manera que la población ya estaba sobre aviso acerca del anómalo comportamiento del mar con posterioridad al sismo.
Lo que la gente no sabía, en cambio, era que en un maremoto las olas más destructivas normalmente no son las primeras –tampoco las últimas–, razón por la cual muchos volvieron a sus casas, después de haber escapado inicialmente hacia los cerros. Pero esto sólo lo sabían los expertos del organismo norteamericano especializado en detectar y alertar sobre posibles maremotos (el Pacific Tsunami Warning Center, más conocido por su sigla PTWC), tal como lo indicaban los informes que remitieron al Shoa aquella noche, informes que ni la Presidenta, ni ninguna de las personas que se encontraba en la Onemi tuvo a la vista, puesto que la contraparte chilena del PTWC es el Shoa.
Esto deja en evidencia otro aspecto clave: la sola alerta de tsunami no habría bastado, pues nadie sabía exactamente en qué consiste un tsunami (palabra ajena a nuestro idioma), pero tampoco habría sido muy distinto si se hubiese empleado la palabra castellana maremoto.
Pues era necesario saber cuánto tiempo después del sismo podían presentarse olas gigantes, cuántas olas cabía esperar, la respectiva intensidad de cada una y cuándo podía estimarse que el peligro había pasado. Y esto, en el bien entendido de que no es humanamente posible predecir con absoluta certeza cuándo y dónde va a ocurrir un tsunami, ni siquiera para quienes han dedicado toda su vida a estudiar esta clase de fenómenos, como han dejado en claro los expertos norteamericanos.
Por lo tanto, no deja de llamar la atención que una de las cosas que se le reprocha a la ex- Presidenta es no haber empleado el término de marras cuando habló con los medios, a eso de las 7 de la mañana, como si lo decisivo fuese el lenguaje utilizado para describir lo que había ocurrido y que ya nada podía cambiar, cualquiera que fuera el nombre que se le diera.
Según relata el alcalde de Juan Fernández (que, por cierto, es militante de uno de los partidos que apoya al actual gobierno), él se comunicó con la Presidenta aproximadamente a las 6:50 de la mañana, después de que lo hiciera un funcionario de Carabineros, ocasión en que ambos le informaron sobre lo ocurrido en la isla a causa del maremoto, incluida la pérdida de vidas humanas.
De esta entrega de información el alcalde extrae la peregrina deducción de que, si la Presidenta hubiera transmitido esta información al resto del país, se habrían podido salvar vidas humanas, lo que es derechamente una falacia, pues las olas destructivas ya habían tenido lugar antes de esa conversación.
Y por si no estuviera ya meridianamente clara la verdadera finalidad que persigue la susodicha Comisión con su furia investigadora (que no trepida en aprovecharse incluso del dolor de las víctimas), la misma queda patente en la insólita intervención de cierta parlamentaria que sostuvo que “si Bachelet hubiera llamado a Juan Fernández para avisar que en el continente había habido un terremoto [que no se sintió en la isla], entonces nadie habría muerto en Juan Fernández” (!).
Para rebatir tan liviana como absurda afirmación baste recordar que las dos olas que azotaron Juan Fernández ocurrieron a las 4:25 y 4:30 horas, respectivamente, es decir, cuando la Presidenta todavía ni siquiera había llegado a la Onemi, sin perjuicio de que no es función de una Presidenta de la República avisar sobre la ocurrencia de fenómenos telúricos a cada una de las comunas del país.
También se ha hecho mucho caudal de la llamada efectuada por un concejal de la isla a la oficina central de la Onemi, a eso de las 5:15 de la mañana, sin que se precise exactamente con quién habló.
Aparte de que ésta fue una comunicación más en el fárrago de informaciones recibidas esa noche, de la que muy probablemente la Presidenta no tomó conocimiento en ese momento, pues sólo hacía pocos minutos que había llegado a la Onemi, es preciso destacar que una persona que carece de conocimientos especializados en materia de maremotos, no está en condiciones de extrapolar lo informado por el concejal respecto a lo ocurrido en una pequeña isla situada a 600 kilómetros del continente, a zonas costeras a lo largo del país, máxime cuando al mismo tiempo recibía información en sentido contrario del organismo técnico pertinente.
Cabe recordar que en el caso del maremoto que afectó al sudeste asiático el año 2004, el sismo que lo originó tuvo su epicentro a más de mil kilómetros de distancia de los países que sufrieron con mayor rigor los embates del agua, donde el sismo no fue percibido.
Y volviendo al maremoto del 27 de febrero en Chile, es preciso recalcar que a la hora en que el concejal llamó a la Onemi, las mayores olas ya se habían producido o se estaban formando en esos mismos instantes, de manera que aun cuando las comunicaciones hubieran funcionado con normalidad, la alerta ya no podía enviarse oportunamente.
Así es que, de una vez por todas, ¡un poco más de seriedad!