Pablo Longueira confirmó el domingo 27 en El Mercurio que es un político astuto. Se dio cuenta de que casi no tiene chance de ser el candidato presidencial de la derecha, y quizás ni el precandidato de la UDI, en cuyas filas Evelyn Matthei comanda a los partidarios de adherir directamente a Laurence Golborne, mejor ubicado en las encuestas.
En consecuencia, Longueira necesita crear un escenario de tensión que obligue a la UDI a asumir una postura militante frente a la competencia que se avecina. Su mensaje a los miembros de su partido es elemental: “yo soy de los vuestros, no pueden preferir a un advenedizo”.
El estilo de Longueira es la provocación. En la entrevista abundan los ejemplos: “Me alegra que Allamand quiera ser candidato presidencial (…) Yo no nací con esa vocación”. Veneno concentrado. Y frente a la eventual vuelta de Michelle Bachelet, dijo: “Será una Bachelet administrada por el girardismo” (!), con lo cual pone una trampa a quienes se sientan llamados a desmentirlo.
Como las encuestas lo desasosiegan, el ataque a la ex mandataria es alevoso: “La diferencia de cómo actuó Sebastián Piñera con el rescate de los mineros y cómo se actuó esa noche en la Onemi es que los mineros están vivos porque el Presidente priorizó la vida y no los cálculos políticos”.
Eso es demagogia , usada para convertirse en portavoz de la derecha más sectaria, atraer hacia sí el ataque de la Concertación y ganar notoriedad. Es evidente que a Longueira ya no le importa conseguir nuevas simpatías por aquí y por allá, como cuando se presentaba como el ministro defensor de los consumidores, sino que se conforma con ser el representante de la derecha dura y, de pasada, cerrarle el paso a Allamand. Donde hubo rencores, cenizas quedan.
“¡Atáquenme, por favor, que lo necesito!”, parece pedirles Longueira a los adversarios de centroizquierda. Es el viejo truco de atraer el fuego enemigo para generar una corriente de solidaridad en el propio bando.
La parte involuntariamente graciosa de sus dichos es esta: “Sé lo que andan diciendo a mis espaldas, de que estoy haciendo campaña”. ¡Pero, por favor, cómo pueden ser tan injustos con este hombre!
Longueira sabe que ha llegado al límite de lo que puede aceptar Piñera. En los hechos, se sacó el traje de ministro de Economía y se colocó el de activista de su candidatura. Y como Golborne y Allamand están en los mismos ajetreos, Longueira prefiere forzar la salida de los tres del gabinete, calculando que el que más pierde es Golborne, pues se queda sin oportunidades de sonreír ante las cámaras en sus actividades de ministro.
¿Puede permitir Piñera que la carrera presidencial se despliegue ante sus narices sin correr el riesgo de perder la autoridad que le queda? No puede.
¿Está en condiciones de arriesgar la unidad del equipo de gobierno? Tampoco.Todo el mundo ve que hay una gran diferencia entre los ministros de Hacienda y de Educación por un lado, concentrados en hacer la pega, y los de Obras Públicas, Defensa y Economía por el otro, dispuestos a usar sus ministerios como plataforma de campaña.
A un año y medio de la elección presidencial, Piñera no puede eludir una disyuntiva en la que se juega la evaluación de su gobierno: o deja que los tres presidenciables hagan como si él no existiera, o se convence de que lo esencial es presentar el mejor balance posible al término de su mandato, para lo cual requiere un equipo cohesionado y leal a su conducción.
Como a cualquier gobernante, a Piñera le importa la huella que dejará luego de su paso por La Moneda. Ello depende de que entienda que la función presidencial no puede subordinarse a la lógica electoral de los ministros-candidatos o de los partidos.
La nota final que le pongan los ciudadanos estará fuertemente condicionada por las decisiones que él adopte para proteger su gestión y materializar los compromisos que adquirió ante el Congreso Pleno el 21 de mayo.
Además de constitucionalmente dudosos, los afanes de Golborne, Allamand y Longueira se han vuelto políticamente antiestéticos. ¿Tomarán ellos la iniciativa de renunciar o seguirán estirando la cuerda hasta que a Piñera no le quede otra alternativa que pedirles que se vayan?
Longueira quiere apurar las cosas, confiado en su capacidad de descontar ventaja a sus rivales en una competencia abierta, en la que probablemente levantaría sin rubor un discurso populista. Precisamente porque está ansioso, en la entrevista dijo que la UDI debe definir su cronograma presidencial lo antes posible, y afirmó que su partido ganaría cualquier primaria, con lo que juega la antigua carta del chovinismo partidario.
En buenas cuentas, Longueira ha llegado a la conclusión de que, si quiere mejorar sus posibilidades, debe jugar rudo frente a un novato como Golborne, que no cuenta con una infantería disciplinada como la de la UDI, y por supuesto frente a Allamand, que quizás se asuste ante el riesgo de tener que emprender una nueva “travesía del desierto”.
Es necesario defender las buenas costumbres en la política chilena, es decir, los valores de la integridad republicana. Ello implica que nadie abuse de la condición de ministro para conseguir fines políticos personales.
Ha llegado la hora de que Laurence Golborne, Andrés Allamand y Pablo Longueira renuncien a sus cargos.