Los defensores del binominal exhiben a la representación proporcional como una amenaza para la gobernabilidad, pese a que ninguno de los cinco gobiernos democráticos ha tenido mayoría parlamentaria, salvo unos meses del gobierno de la Presidenta Bachelet en los cuales el senador Navarro se mantuvo en el partido y coalición que lo eligió.
En 22 años no ha existido mayoría parlamentaria bajo el binominal, pues éste no fue nunca el objetivo de dicho sistema electoral. El sistema no busca facilitar el que una mayoría electoral se exprese en una mayoría parlamentaria.
Ello pues no es efectivo que el binominal sea un sistema electoral mayoritario, como lo es el uninominal, que sí, normalmente, sobre representa en el parlamento a la primera fuerza electoral.
Por el contrario, el objetivo buscado es sobre representar a la segunda fuerza electoral y facilitar el empate institucional. Obviando lo anterior, cotidianamente se indica a los chilenos sobre las dificultades que tendría la representación proporcional sobre la posibilidad de conformar mayorías parlamentarias de apoyo al ejecutivo.
Se aduce que la representación proporcional “produce” sistemas multipartidistas y, aunque éstos son los sistemas de partidos más comunes de los regímenes políticos democráticos contemporáneos, durante ochenta años no han cesado sus críticas.
Ellas han sido múltiples: que impide la formación de gobiernos de mayoría; que en el caso de formarse gobiernos de mayoría bajo el multipartidismo, estos son poco estables; que en este formato los gobiernos carecen de eficacia decisoria; que produce polarización ideológica y competencia centrífuga.
Los argumentos anteriores son complementados con la idealización de las virtudes del sistema anglosajón, fundamentalmente el de Gran Bretaña y Estados Unidos, el cual se eleva como ejemplo de política moderada, estable y eficaz.
No se considera en la reflexión los casos desviados, en los que el bipartidismo en vez de producir moderación y estabilidad ha llevado a la polarización y al quiebre democrático.Por ejemplo, Austria en el período de entre guerras y Colombia hasta 1957.
También se olvida que la polarización política chilena, en 1973, fue potenciada por un esquema bipolar de competencia electoral entre la CODE y la UP.
Tampoco se considera en los análisis a las democracias multipartidistas estables: Noruega, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Holanda, Suiza y Bélgica, durante todo el siglo XX, y numerosos países de América Latina y de las democracias pos comunistas de Europa Central, durante los últimos veinte años.
En el caso de las democracias europeas que hemos listado más arriba, a la estabilidad democrática hay que sumar que varias de ellas son punteras no sólo en producto per cápita, si no también en el Índice de Desarrollo Humano. Es decir, no sólo son democracias consolidadas, sino que además son democracias económica y socialmente eficaces.
Los defensores de la moderación política, que asocian al binominal, omiten que Arend Lijphart, el principal teórico del modelo de democracia consensual, la define como dotada de un sistema multipartidista y de sistemas electorales de representación proporcional.
Ello les permite seguir hablando de moderación política y de lógicas consensuales, mientras se defienden esquemas bipartidistas de competencias y sistemas electorales real o presuntamente mayoritarios.
La fragmentación partidista, es presentada como un efecto mecánico de la representación proporcional y también como causa directa de la polarización del sistema de partidos.
Se olvida así que importantes cientistas políticos han planteado que no existen leyes deterministas en esta materia y que, además, es plenamente posible que el multipartidismo coexista con la despolarización y que el bipartidismo se polarice.
Tampoco se tiene a la vista lo que ha ocurrido empíricamente los últimos veinte años en la inmensa mayoría de las democracias, caracterizadas por el aumento del número de partidos y, simultáneamente, la despolarización ideológica.
Se desconoce que el debate académico actual sobre la relación de sistemas electorales y sistemas de partidos, no sólo acepta que las relaciones son mutuas o bidireccionales, sino que incluso, enfatiza el papel de los sistemas de partidos en la adopción de un sistema electoral u otro.
El análisis de la representación proporcional se realiza con el mismo simplismo, criticándosele sin considerar matices, como si todos los sistemas electorales proporcionales fueran puros, es decir, que sólo reflejasen mecánicamente en los porcentajes de escaños parlamentarios los porcentajes de votación recogidos por cada partido en un distrito único nacional.
Salvo el caso de Israel y Holanda no existen sistemas electorales puros en ninguna democracia. Por ello, no se analizan sistemas empíricos de representación proporcional, que muestran numerosos subtipos.
Tampoco se descomponen los elementos de este sistema, cada uno de los cuales tiene efectos distintos: la magnitud del distrito, la regla de asignación de escaños, el tamaño de las asambleas parlamentarias y la existencia o no de barrera legal.
Por otra parte, el análisis empírico es completamente obviado, por ejemplo, el hecho macizo que la inmensa mayoría de las democracias actuales poseen sistemas electorales de representación proporcional -57% de ellas- y sólo el 23% sistemas mayoritarios, o que, todas las democracias latinoamericanas, con la excepción de Chile, tiene sistemas electorales proporcionales.
Finalmente no se recogen ni las teorías ni la experiencia real de la formación de coaliciones.Pero ello es fundamental de realizar si es que se quiere hablar seriamente de la incidencia en los diseños institucionales sobre la conformación de mayorías de gobierno.
Tanto la teoría como la empiria demuestran que los elementos que inciden viabilizando o no la creación de coaliciones y su estabilidad, no son predominantemente institucionales.
Como se ve, la “amnesia” teórica y empírica de quienes vitorean en Chile al binominal y sus presuntos efectos benéficos, es mayúscula.
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