La experiencia de elegir un candidato presidencial mediante primarias tiene en Chile un solo precedente: el de 1999, cuando Ricardo Lagos y Andrés Zaldívar compitieron por la candidatura concertacionista.
Se trató de una votación abierta a la participación de todos los ciudadanos, excepto los inscritos en partidos ajenos a la Concertación.
En esa oportunidad, votaron 1.384.326 personas. En 1989, no hubo primarias para proclamar a Patricio Aylwin; tampoco en 1993, cuando se efectuó un encuentro de delegados de los partidos de la Concertación al que se dio el nombre de primarias, pero cuyo resultado se conocía con anticipación: el elegido sería Eduardo Frei.
Y en 2005, no alcanzó a efectuarse la votación entre Michelle Bachelet y Soledad Alvear, ya que esta se retiró y llamó a respaldar a Bachelet. Lo sucedido en 2009, cuando los tres partidos mayores proclamaron a Frei pero el PR insistió en que su representante quería competir, casi no vale la pena recordarlo por el penoso espectáculo que originó.
Las primarias han ido ganando terreno debido a que ofrecen una vía de participación ciudadana en las grandes decisiones políticas. Demostración de ello ha sido el proceso para elegir candidatos a alcaldes de la centroizquierda en más de cien comunas. La próxima elección parlamentaria difícilmente podrá concebirse sin un proceso de competencia por los cupos.
En este contexto, la discusión respecto de si debe haber o no una primaria de la Concertación, y eventualmente otros grupos opositores, para elegir el candidato o candidata presidencial del próximo año, necesita tener en cuenta la necesidad de que tal candidatura nazca con un respaldo explícito de los ciudadanos, sobre todo si se considera que se incorporarán cerca de 5 millones de nuevos votantes a los registros electorales.
Todas las encuestas muestran que la ex presidenta Bachelet cuenta con la mayor adhesión ciudadana, lo que le permite superar a cualquiera de los presidenciables de la derecha.
Por ello, es explicable que surjan voces que sostienen la necesidad de proclamarla como abanderada de unidad lo antes posible.
Sin embargo, es legítimo que otras figuras de la centroizquierda aspiren a competir por la candidatura presidencial o, por lo menos, por alcanzar ese nivel de protagonismo político.
Ser considerado “presidenciable” ya es un logro que puede tener dividendos más adelante.
Como sea, no hay que sacralizar las primarias. Es un mecanismo recomendable, pero en ningún caso la verdad revelada. Si un conjunto de fuerzas coinciden en levantar una candidatura, eso también es legítimo.
La compleja búsqueda de un acuerdo de las fuerzas opositoras para proclamar candidatos a alcalde demuestra que no hay leyes absolutas al respecto: en la mayoría de las comunas simplemente no habrá primarias.
Hoy, todo apunta a que, dentro de un año, la Concertación realizará primarias nacionales y abiertas. Antes de eso, la DC tendrá que despejar quién será su representante, al igual que el PPD. El PS ya lo tiene decidido. Y el PR, ya sabemos. Además, Andrés Velasco ha expresado su deseo de competir como candidato independiente.
¿Existe la posibilidad de que se genere una dinámica de división debido al empeño de los precandidatos por marcar diferencias? No puede descartarse.
No obstante, el riesgo se puede atenuar si los partidos y los propios competidores se preocupan de asegurar un clima que no ponga en peligro el patrimonio compartido ni provoque heridas difíciles de curar.
Esperemos que no se produzca un escenario de confusión y dispersión semejante al de 2009. Sería lamentable que, como se ha rumoreado, un precandidato siguiera el consejo de un asesor entusiasta de “ir a la primera vuelta” en noviembre de 2013, lo que implicaría lanzar por la borda el proceso unitario.
Las primarias deben concebirse como una reafirmación del pacto de centroizquierda y definición de la plataforma programática que se ofrecerá al país.
Aunque son numerosos los nombres que circulan en estos días como posibles candidatos a la Presidencia, habrá que ver cuántos consiguen cumplir los requisitos legales ante el Servicio Electoral.
En todo caso, se puede afirmar que los postulantes con fuerza suficiente para gobernar serán solo dos: el del bloque de derecha que hoy gobierna con Piñera y el de la corriente progresista que tiene como eje a la Concertación.