La encuesta Adimark correspondiente a febrero de este año reveló que sólo 23% de los consultados aprueba la labor de la Cámara de Diputados, en tanto que 67% la desaprueba. En el caso del Senado, 26% aprueba su labor y 63% la desaprueba. No hay novedad. Ha sido la tónica de los últimos años, y ello es muy pernicioso para el régimen democrático.
En la negativa evaluación del Congreso influyen seguramente numerosos factores, entre ellos el amplio cuestionamiento al viciado sistema con el que son elegidos los parlamentarios, pero también los estilos de hacer política que han hecho escuela entre ellos.
Por ejemplo, se ha creado un gran equívoco respecto de la función legislativa y el papel de los parlamentarios, como queda de manifiesto en las palabras de Guido Girardi al hacer un balance de su período como presidente del Senado: “Fui un presidente del Senado que participó en todas las marchas de Patagonia sin Represas, que participó en las marchas de los estudiantes. Estuve en la calle, dado que el gobierno había renunciado al diálogo. He intentado generar un debate desde la ciudadanía”. (La Segunda, 12 de marzo de 2012).
¡Qué obsesión por las marchas y por la calle! Es un caso digno de estudio.
Girardi no mencionó el hecho que más se recordará de su paso por la presidencia del Senado: el bochornoso episodio ocurrido en octubre de 2011, cuando un grupo de adolescentes aleccionados por un adulto desinhibido, ocupó las oficinas del Senado en Santiago durante varias horas, lo que llevó a Girardi y a otros parlamentarios a firmar bajo presión un papel en el que se comprometían a impulsar una reforma constitucional. Ni más ni menos. Para la historia del Congreso.
Se ha hecho frecuente que algunos parlamentarios, sobre todo diputados, lleguen a la sala de sesiones con pancartas o lienzos con alguna consigna para efectuar una especie de mitin de apoyo a determinados movimientos sociales, rechazar un proyecto de ley u otro motivo.
Se trata de una puesta en escena ofrecida a los fotógrafos y camarógrafos, que por supuesto agradecen la posibilidad de captar imágenes llamativas para los canales de TV y los diarios. Al observar las fotos de los participantes, se puede apreciar que algunos disfrutan el momento, otros se suman sin mucho entusiasmo y uno que otro parece sentir un poco de vergüenza.
Esta táctica ha sido usada por parlamentarios de todo el espectro, pero en el último tiempo parece ser patrimonio de los actuales opositores. ¿Qué tipo de cuentas sacan quienes actúan así? ¿Creen que la gente celebrará que ellos actúen como manifestantes? ¿O que obtendrán aplausos por demostrar “cercanía con el pueblo”? Vaya uno a saber.
Es probable que la poca estimación ciudadana hacia el Congreso Nacional esté vinculada con estas expresiones de desenfado, pero los parlamentarios parecen no tener conciencia de ello. Siguen actuando como si la sede del Congreso fuera una plaza pública, donde se imponen los que gritan más alto. No es un espectáculo edificante.
Es hora de que los líderes políticos se den cuenta de que el Parlamento necesita recuperar autoridad ante los ciudadanos, para lo cual es clave que sus miembros actúen con ponderación y rigor.
Esto no significa que pierdan contacto con la sociedad civil ni que desoigan las reivindicaciones que levantan y seguirán levantando diversos sectores, cualquiera sea el gobierno en funciones. Se trata simplemente de que no confundan los roles, de que no se suban al carro de los movimientos sociales ni intenten manipularlos en su provecho.
¿Es válido que actúen como portavoces de ciertas demandas específicas? Puede justificarse en ciertos casos.
¿Deben ser facilitadores del diálogo entre el gobierno y determinados movimientos?Por supuesto, es lo que se espera. Pero los parlamentarios no deben olvidar que son integrantes de un poder del Estado y necesitan tener sentido de la dignidad del cargo que ocupan. La práctica de agitar pancartas en la sede del Congreso profundiza los recelos de la mayoría de la población hacia la actividad política.
Los diputados y senadores no tienen derecho a actuar como integrantes de un piquete de agitación. Si lo hacen, en los hechos abusan de su investidura. Quienes participan en estos actos creen que ganan popularidad, pero es exactamente al revés. Cuesta tomarlos en serio.
En los próximos días se producirá la renovación de las mesas de la Cámara y el Senado.Ojalá que los nuevos titulares actúen con sentido de Estado y ayuden a mejorar algo las cosas.