Los chiflados son los que creen que podrían ser Presidentes de la República. No sé sabe bien por qué se les ha metido esa idea en la cabeza, pues nada haría pensar sensatamente que podrían llegar a serlo; pero ellos son insensibles a todo razonamiento, creen que pueden ser elegidos y eso les basta.
No figuran en las encuestas y si esto ocurre, aparecen con un porcentaje de aprobación insignificante. Fuera de ellos mismos, nadie ha pensado jamás que pudieran ocupar ese cargo, es simplemente una obsesión que tienen y que al parecer no los deja dormir, porque cada vez que pueden, aparecen una y otra vez anunciando o dando a entender que ellos serán candidatos.
Los chiflados se sienten elegidos: se levantan en la mañana, miran el cielo, y creen ver en las nubes lejanas un mensaje escrito que dice: “¡Tú serás Presidente de la República!”. Y sueñan con primarias en las que por fin se producirá el milagro anhelado de que la ciudadanía, hasta ese momento indiferente, descubra sus cualidades y les ayude a dar el batatazo.
Los chiflados son buenas personas. No le hacen mal a nadie. Solo distorsionan un poco la política nacional inventando sus candidaturas que nadie apoya. Están en todos los partidos y en todas las tendencias.
Y sus principales cómplices son los periodistas que de vez en cuando les dan tribuna. En los días de verano, en que se acaban los temas políticos interesantes – porque en Chile las vacaciones son sagradas –nunca faltan las entrevistas con algún chiflado que vuelve sobre su tema: anuncian su postulación y hasta adelantan las medidas que tomarán en su imaginario gobierno. No le dan crédito a las encuestas.
¿Dije que eran buenas personas? Sí, en general es así, pero están lejos de serlo con los chiflados que les hacen competencia. Las zancadillas entre chiflados son tan frecuentes, que podrían reemplazar perfectamente los video locos de la televisión.A pesar de ello, todos hablan de “amistad cívica y garantías iguales para todos los participantes en la elección”.
Los chiflados tienen vocación de turistas. Para organizar sus equipos de campaña hacen giras por todo Chile y para ello se apoyan en dirigentes regionales de tercer y cuarto orden, un poco chiflados como ellos, aunque su ambición es más limitada: ser los hombres de confianza del supuesto futuro Presidente de la República.
Así, la chifladura se muestra como una enfermedad contagiosa, pero que felizmente no tiene consecuencias devastadoras.
En sus viajes, los chiflados hacen reuniones con pobladores, trabajadores, mujeres, estudiantes, etc. prometiéndoles a todos que se acabarán sus problemas el maravilloso día en que ellos serán por fin elegidos.
Todos los chiflados tienen el mismo discurso, sean de derecha o de izquierda y son expertos en echarle la culpa a sus adversarios de todos los males del mundo.
Todos los chiflados presentan sus candidaturas como “no negociables”, aunque en realidad nadie haya comprendido hasta ahora a qué negociación pudiera ésta dar lugar, ni con quién. Los chiflados más jóvenes hablan del “necesario cambio generacional”, los más viejos afirman que ellos harán de una buena vez lo que sus predecesores no fueron capaces de hacer.
Lo más curioso es que todos los chiflados anuncian estar elaborando sus programas de gobierno, lo que significa que se han autoproclamado candidatos antes de definir exactamente lo que van a hacer.
Y es porque a los chiflados pareciera que lo que en realidad les gusta, es ser candidatos.
Quieren ser Presidentes porque para llegar a serlo, antes hay que ser candidato. Tal vez no sean tan chiflados. O tal vez la chifladura consista en definirse como candidatos. “Si no puedo ser Presidente, por lo menos déjenme ser candidato”.
En todo caso, los chiflados dan para poco. De repente aparece el pez gordo de la política con su potente anuncio que disuelve rápidamente sus ilusiones. Se promulgan de una vez las verdaderas candidaturas y todo vuelve al orden.
Y entonces todos los chiflados vuelven a ocupar su lugar secundario o terciario en las bambalinas esperando que se abra una vez más la perspectiva que les permita alimentar de nuevo sus chifladas aspiraciones.