Las minorías políticas quedan fuera del parlamento en el marco de la “lógica binominal”. Es un dato de la causa y una de las principales motivaciones del actual debate. En todo caso ninguna novedad. El sistema fue diseñado para eso. En ese sentido ha sido exitoso.
En efecto, la única manera de llegar al parlamento es formando parte de uno de los dos grandes bloques. De hecho, en los diputados sólo en 14 ocasiones se ha logrado romper el binominal; en el Senado ha ocurrido sólo una vez. Las cifras representan en relación al número de elecciones el 3,88% y el 1,5% respectivamente. Si consideramos el número de representantes electos representan también respectivamente el 1,95 y el 0,8%.
Esta lógica, a su vez, ha permitido que a nivel de los diputados ambos pactos tengan a lo largo de seis elecciones un regalo político-electoral de 64 representantes; 34 la derecha y 31 la concertación. En el Senado, esas cifras muestran que ese “superávit electoral” llegue a 11; 10 para la derecha y 1 para la Concertación.
Aquí, se encuentra la brutalidad del mayoritario binominal. La derecha gana por goleada.
En definitiva, los grandes perdedores son todos aquéllos que no se identifican política ni ideológicamente con los grandes bloques. Y esas fuerzas, son los independientes fuera de pacto, los comunistas, los humanistas, los ecologistas y en el 2009 los seguidores del progresismo de MEO.
Al contrario, los radicales y en su momento el Partido del Sur y la Unión de Centro Centro que siendo fuerzas políticas menores sí logran representación al formar parte de uno de ambos bandos. Lo mismo, ha ocurrido con algunos independientes fuera de pacto y con el PRI en las últimas parlamentarias. Para que esto ocurra, es decir, que exista quiebre binominal, deben darse ciertas condiciones políticas a nivel local.
Entre ellas, el liderazgo de tipo cacical del candidato. Junto a ello, el tipo de lista que conforma cada bloque dominante.
Los datos muestran que cuando hay quiebre duopolio la concentración de votos de ambos bloques sumados baja de manera considerable oscilando (dependiendo el caso) entre el 66% y el 49%.
Es más, al revisar la votación final de las fuerzas no duopólicas a nivel nacional observamos que sus votos superan la mayoría de las veces el 8%; en el ’89, llegaron al 14,33%, en el ’93 al 7,92%, en el ’97 al 13,23%, en el 2001 al 7,83%, en el 2005 al 9,52 y en la última parlamentaria al 12,2%.
Sin duda, cifras que en otra mecánica electoral le aseguran una cantidad importante de escaños. Si esas cifras las analizamos a nivel local, vemos que el aumento de cada fuerza sube de manera considerable. De hecho, de las 360 mini elecciones que se han desarrollado a nivel de los Diputados entre 1989 y el 2009 sólo en el 20% de ellas (en 72 distritos) las fuerzas minoritarias han obtenido menos del 5% de los votos.
Esa cifra en el Senado llega al 35% (en 23 circunscripciones). En el 37,5% de los casos (135) las fuerzas minoritarias o no duopólicas superan el 10% de los votos; en el senado, se supera el umbral del diez por ciento en 21 ocasiones (32%).
Y con estas cifras ¿qué pasa? Lo que ya sabemos, quedan fuera del parlamento. El gran pecado de estas fuerzas es que se han presentado a competir de manera fragmentada en la mayoría de las elecciones en dos listas. Si le sumamos, a los independientes fuera de pacto llegamos al hecho de que esos votos se ha repartido en tres listas. Si hubiesen logrado unidad política y electoral no sólo su suerte habría sido otra, sino también el desarrollo político de Chile hubiese tomado otro rumbo.
El sistema de partidos chileno han competido entre el ’89 y las últimas parlamentarias un total de 28 partidos “legales”. La mayor fragmentación alcanza a los 15 y 14 en las elecciones de 1989 y de 1993 respectivamente; luego llegamos a 11, 9, 10 y 12 en el ’97, 2001, 2005 y 2009 respectivamente. Desde el primer momento de la re-democratización fueron cinco los partidos que se constituyeron como los dominantes (Dc, PPd, Ps, Rn y Udi) y los dueños del “duopolio binominal”.
Durante 20 años vienen hegemonizando la política y sus decisiones.
La existencia de esta cantidad partidos muestra con toda su contundencia el fracaso del diseño electoral en crear un sistema político de baja fragmentación. La ingeniería electoral no ha logrado terminar con el multipartidismo característico y correlativo a la diversidad social, cultural, económica, política y geográfica de Chile.
El binominal ha sido la camisa de fuerza que está ahogando la expresión y la participación de la diversidad del país.
Lo interesante es que la mayoría de la élite política le tiene miedo a la diversidad; sobre todo, a nivel político y su expresión en fuerzas minoritarias. Sin duda, pueden poner en jaque su hegemonía.
¿Qué va pasar con estos partidos en el futuro?; ¿qué cambios va generar en el sistema de partidos un sistema electoral de tipo proporcional corregido?
Los defensores de ese modelo tienen como horizonte la idea de que ese sistema reduce la fragmentación y de ese modo se garantiza la estabilidad y gobernabilidad. El ideal es, por tanto, dejar cinco o seis partidos dominantes y competitivos. Si eso es así, ¿cuáles serán esos partidos? La respuesta ya la sabemos. Los mismos que hoy dominan el binominal.
Entonces, ¿en qué consiste el cambio de mecánica electoral? ¿Qué va aportar para la oxigenación política un proporcional corregido con cifra repartidora?
Acaso, en este modelo ¿no se genera también exclusión y distorsión entre votos y escaños? O acaso, ¿no sigue existiendo la supremacía de la lista?
A mi entender un “proporcional puro” es el que mejor asegura la relación entre votos y asientos parlamentarios. En ese caso, la exclusión de las fuerzas menores es natural y no el resultado de la ingeniería electoral ni el cálculo político. Al mismo tiempo, es un modelo que no le tiene miedo a la incertidumbre.
Para la estabilidad y la gobernabilidad lo relevante no es el número de partidos en sí mismo, sino la “distancia ideológica” existente entre ellos. Las crisis y los quiebres tienen que ver con las diferencias existentes entre los partidos sobre cuestiones relevantes para el país.
No olvidemos, que las guerras civiles del siglo XIX fueron entre dos bandos (liberales y conservadores). Y del mismo modo, el quiebre del ’73 tuvo como protagonistas a las mismas fuerzas que dominan el “duopolio binominal” y que potencialmente van a dominar en el próximo sistema electoral del futuro. Por tanto, la fragmentación del sistema de partidos no tiene nada que ver con los niveles de conflicto que puede alcanzar el país. Las tensiones y quiebres tienen otro origen.
Las fuerzas menores son parte del Chile de ayer, de hoy y lo serán en el futuro.Ahogarlas y anular su expresión a nivel político es matar una parte del alma del país. Necesitan llegar al parlamento hoy y mañana. La ingeniería electoral no puede torcer la naturaleza de lo real.