En columnas anteriores he intentado describir y analizar la política chilena sobre la base de, entre otras variables, “las tres ies”: intereses (económicos, sociales, políticos, culturales), ideologías (doctrinas, ideas, orientaciones valóricas), instituciones (régimen político, poderes del Estado, partidos políticos).
Sin embargo, reconozco que me ha estado faltando una cuarta i: la de irracionalidad.
Los actores políticos se interrelacionan entre ellos, tanto al interior de las coaliciones como entre ellas mismas, con tendencia a la irracionalidad y provocan por tanto el surgimiento de un cierto desorden o caos.
No planteo que exista solamente irracionalidad sino que ella es perceptible y es preciso incorporar ese factor en el análisis de la manera en que los actores relevantes enfrentan los asuntos políticos del día a día.
Los ejemplos específicos existen, pero lo que me interesa destacar en esta ocasión es que al incorporar esa tendencia a la irracionalidad y desorden, quizás en la denominada “teoría del caos”, proveniente de la física teórica, se puedan encontrar pistas para analizar la política chilena.
Sugiero, conforme a una de las tesis centrales de esa teoría, que el actual sistema político chileno es uno de un carácter altamente sensible a las variaciones de las condiciones iniciales.
Así, una variación, por pequeña que sea, puede llevar a cambios relevantes de las conductas políticas futuras, lo que hace difícil la predicción de qué harán los actores políticos, sean individuales o grupales.
A su vez, el sistema político chileno no es estable en cuanto no tiende a un punto de equilibrio de largo plazo y además existen factores y fuerzas socio-económicos, político-ideológicas y culturales centrífugas, que tienden a alejarlo del equilibrio.
La condición inicial de la política chilena desde los años 70 del siglo pasado y hasta hoy en el siglo XXI, sigue siendo el golpe militar y la dictadura o gobierno militar-autoritario-tecnocrático-burocrático o gobierno del General Pinochet como también puede denominarse al régimen político que emergió del golpe y se mantuvo en el poder por 17 años.
Por cierto, reconozco que la evolución del sistema político depende de hechos que ocurren y que son posteriores a esa condición inicial, pero ésta tiene todavía una influencia decisiva en lo que ocurre hoy.
En el año 1990 ocurre el inicio del retorno al régimen político democrático y se desencadenan los demás logros sociales y económicos de las dos décadas siguientes – que no son pocos ni tampoco menores, dicho sea de paso.
Pero la coalición de partidos democráticos de la Concertación fracasó, en buena medida por su propia responsabilidad, en instalar el año 1990 como la nueva condición de inicio de la política chilena moderna.
En la realidad, cada cierto tiempo se constata que todos los actores políticos, de derecha, centro o izquierda, siempre, de una u otra manera, vuelven su mirada, sus análisis y reacciones políticas a esa condición inicial del 73.
Así, por ejemplo, considero que en materia electoral, el sistema binominal puede considerarse un punto de inflexión asociado a esa condición inicial antes indicada.
Una todavía eventual variación de las condiciones electorales iniciales hace que el sistema político se desestabilice y se provoque un cierto desorden, intenso entre los actores del actual Gobierno.
No estoy planteando aquí que tal cambio no deba hacerse – soy un firme partidario de el como opiné en una columna anterior.
Sin embargo, en mi opinión, producido el hecho político relevante de un acuerdo entre la DC y RN en orden a modificar ese aspecto de la condición inicial, los efectos que se han producido desatan irracionalidad, inestabilidad y atisbos más o menos intensos de caos político.
De otro lado, en general, no se percibe que los partidos políticos ni sus agrupaciones o coaliciones estén condiciones de poner el orden dentro del caos cuando éste ocurre. Y esa es una tarea fundamental de ellos en un régimen político democrático.
La teoría del caos podría ser entonces útil a efectos de tratar de entender la compleja, dura, difícil y conflictiva política chilena.
Desde la teoría caos se podría tratar de percibir el orden dentro del caos y por lo tanto quedar en mejores condiciones de predecir hacia dónde se dirigirán las ondas políticas.
Se trata en último término de explorar todas las explicaciones posibles que nos permitan alertar cuando el destino de tales ondas de conductas políticas pueda ser algún abismo insondable.