No necesitamos encuestas para saber que la política tiene una crisis de representación y que la gente se alejó de las dos grandes coaliciones que han articulado, hasta hoy, las preferencias y los ideales ciudadanos.
Pero el progresismo está ahí, como telón de fondo, como un gran elemento constituyente de quienes queremos más espacios de libertad y de autonomía personal, más equidad y justicia, más oportunidades para todos, más cuidado por el medio ambiente, más conciencia sobre quiénes somos y cómo se desarrolla nuestra relación con el planeta que nos acoge.
La política está en crisis, pero las ideas no. Y por eso estamos planteando nuevamente partir por las ideas, comenzar por el debate, abrir espacios de diálogo y reflexión no excluyentes, que dé paso también a listas amplias y convocantes en las próximas elecciones municipales.
Nadie tiene el monopolio de la representación ciudadana. Y a lo largo de 2011 vimos emerger, con singular fuerza, a ciudadanos activos en la defensa de sus derechos y en la búsqueda de profundos y decisivos cambios para Chile.
Los partidos tardaron en reaccionar y en entender que hay que abrir las puertas, todas las puertas, para que fluya de verdad la relación entre representados y representantes. De eso se trata la reflexión en torno al progresismo.
Se trata de promover una nueva mayoría política, social y cultural que se haga cargo no sólo de la crisis de representación de los partidos, sino también de la crisis del modelo de desarrollo chileno, que ciertamente ha traído progreso, crecimiento y bienestar, pero no para la mayor parte de los chilenos, y que, en la educación, manifiesta deficiencias de tal calibre que ponen en cuestión todo el resto del modelo.
La agenda del presente y del futuro es la agenda del combate en contra de la desigualdad.
Ahí es donde tenemos que sumar fuerzas entre dirigentes políticos, partidos, organizaciones sociales y movimientos ciudadanos, para converger en un gran frente amplio que siempre sume, que siempre agregue, que siempre incluya, para que no tengamos de nuevo a estudiantes que pierden el año y permanecen meses con sus liceos y universidades tomados porque no somos capaces de ofrecer respuestas coherentes y radicales a problemas ya largamente identificados y que, por desgracia, toma mucho tiempo resolver.
De modo que toda demora, toda dilación, hipoteca aún más el futuro de generaciones jóvenes que reciben una formación precaria e inadecuada para la sociedad del futuro.
Es el tipo de cosas que quienes se sienten progresistas deben poner en juego, en movimiento, en viva fuerza social y política.