Un lector de mi anterior columna la critica constructivamente -y en este caso resulta ser cierto lo de constructivo- alegando que la vocación al poder no solamente debe ir acompañada de la vocación al derecho sino también al servicio.
Desde un punto de vista valórico comparto esa observación.
Pero lo que he sugerido en esa y en otras columnas es que en política la distancia entre “lo que debe ser” y “lo que es” tiende a ser simplemente sideral.
En efecto, en el aspecto específico que comento, todos quienes reconozcan abiertamente su vocación al poder y la pongan en acción nos dirán, enfáticamente, que quieren el poder para servir.
Pero luego, en la dura realidad de la contienda política y una vez obtenido el poder, todos, o casi todos, pueden terminar sirviéndose a sí mismos, o a sus seguidores, a su clientela, al partido a que adhieran, a la ideología que sustenten, al Gobierno (cuando están en él), a la Oposición (si están en ella), a los intereses económicos específicos que representen, al segmento social del cual provienen, etcétera.
Una de las grandes virtudes de la política democrática es que, reconociendo realistamente lo anterior, permite la creación de espacios institucionales y mecanismos -como el voto, por ejemplo- que hacen posible que el poder pueda efectivamente servir a quien es su único legítimo dueño: el pueblo, esto es, cada uno y todos nosotros.
La modificación de las reglas políticas recientemente adoptada en el Congreso Nacional, que abre el sistema político chileno a la inscripción electoral automática y al voto voluntario, podría –está por verificarse- incrementar el número de personas que hacen efectiva su titularidad del poder político.
Ello a través de ejercer su derecho a votar y así designar a quienes, temporalmente, ejercerán el poder societal en diversos ámbitos institucionales.
De este modo, existirán mejores oportunidades para que todos y cada uno de nosotros podamos ejercer nuestras capacidades, distinguir, juzgar y entonces elegir a quienes habiendo expresado que buscaban el poder para servirnos lo hayan hecho.
De otro lado, la política no es solamente asunto de poder. Lo es también de autoridad.
La autoridad es aquel poder que se ha obtenido y que se ejerce con legitimidad o aceptación voluntaria, sea que esa legitimidad provenga del derecho, del carisma, de la tradición o mejor aún de una combinación de estos y otros factores legitimantes.
De entre esos otros factores destaco el del servicio. Un político con vocación de poder que proclamó su vocación de servicio y que hace efectiva esa intención, no sólo tiene mejores expectativas de obtenerlo y mantenerlo sino que lo transformará en autoridad.
Allí se puede encontrar, a mi juicio, desde una perspectiva valórica, una raíz más profunda, ética, humanista, del sentido del poder.
Concluyo esta mi última columna en días en que muchos recordamos y celebramos el nacimiento de Alguien que vino a servir, y sirvió hasta el extremo: Jesús de Nazaret.
Por eso, a los que recuerdan y celebran a Jesús y a los que no, a los poderosos y a los con vocación de poder, a los colegas columnistas y a los lectores de este sitio Web de Cooperativa, a su editora Manola Robles, mis deseos de una Feliz Navidad y un Año Nuevo 2012 en que la política sea -de verdad sea- una vocación no solamente al poder sino también al derecho y al servicio del pueblo de Chile.