Mientras conducía de camino a los tribunales, y cuando ya llevaba más de una hora inmerso en uno de los diarios atascos que hay en Madrid me acordé de las poco afortunadas palabras pronunciadas por el Embajador Romero en El Mercurio del pasado 27 de noviembre; sin duda, las mismas eran un desacierto y un claro reflejo de una sui generis interpretación de la realidad y de lo que es la función diplomática y pública, pero un fiel reflejo del personaje.
Seguramente Romero vive en una España distinta de aquella en la que vivimos el resto de ciudadanos que habitamos este país; no es cierto que aquí se vea a Piñera como un líder emergente, se le ve como uno que no ha sabido manejar una serie de conflictos sociales y que ha generado una inestabilidad política que mal se compadece con la situación económica que vive Chile.
En realidad se le ve como a un empresario al que lo de gobernar le ha quedado grande.
Su análisis de la conflictividad social en Chile, así como de la necesidad que la misma converja en el Congreso, por tratarse de una democracia representativa, es bastante desatinado; lo que la gente está planteando es algo muy distinto: que no nos representan y, por eso, el debate se traslada a otro escenario.
En España esa es la realidad del movimiento “indignado” cuyo principal eslogan es “no nos representan” porque, en definitiva, estamos ante un cuestionamiento de las formas de representación y de hacer política.
En un nuevo alarde de simpleza Romero dice que “a la delegación española le llamó la atención que haya 72 grúas construyendo algo en Santiago, porque en Madrid no hay ni una”; cierto es que aquí estamos sufriendo una de las más graves crisis económicas que se hayan vivido; que no es cíclica como pretenden decir los amigos de Romero sino sistémica, que uno de los sectores más afectados ha sido el de la construcción pero, de ahí a que no haya ninguna grúa es tanto como decir que los españoles ya no duermen siesta, una simpleza.
Se sigue construyendo, menos, pero grúas hay y, entre mi casa y los tribunales, conté cerca de cien, tal vez yo transito por otra parte de la ciudad, una que Romero no ve, es decir la real; en todo caso, el problema de España ha surgido producto de la creación de un boom inmobiliario y de una economía especulativa sustentada, casi exclusivamente, en el ladrillo y ese modelo de desarrollo lo gestaron sus amigos del Partido Popular.
En todo caso las más sorprendentes manifestaciones del Embajador son aquellas que hacen relación con la política interna del país en el cual está destinado; nunca había visto que un Embajador se permitiese opinar públicamente de lo que debe o no hacer el gobierno de la nación ante la cual está acreditado, simplemente es una injerencia en la política interna de España.
Sorprende que Romero se permita decir que “el peso de la institucionalidad española es muy fuerte y creo que de alguna manera tendrán que achicar esa institucionalidad. También deberán disminuir gastos en todo aspecto salvo en educación, salud y en las pensiones. Además, deberán crear políticas para incentivar el empleo…” y me pregunto ¿quién es él para decirlo? ¿a cuento de qué cargo lo dice?
Imaginamos que este tipo de manifestaciones son producto de su entendimiento sobre la afinidad ideológica entre el gobierno del Presidente Piñera y el futuro gobierno de Rajoy pero, lo que Romero olvida es que él no es embajador de Piñera sino de la República de Chile y, por tanto, sería interesante preguntarse qué lleva haciendo todo este tiempo cuando no existía esa afinidad ideológica entre los gobiernos.
El embajador lo es del país no del gobierno y es ese mal entendimiento tanto de la función diplomática como de lo que es el servicio público lo que le lleva a confundir las cosas y que, seguramente, le ha llevado a creer que lo privado y lo público, si lo gestiona él, entonces es lo mismo.
En España no estamos ante una situación crítica, estamos ante una catástrofe y sus “amigos” del Partido Popular tendrán que gestionar una crisis sistémica que amenaza con arrastrarnos a una situación nunca antes conocida en este país; sin duda el nuevo gobierno deberá poner en marcha una serie de medidas que permitan superar este grave momento pero, seguramente, el gran error sería seguir la receta de Romero que, por lo visto, no tiene claro cuál es la enfermedad que nos afecta.
Rajoy ha prometido rebajar los impuestos y recortar el déficit del Estado para alcanzar el objetivo del 4,4% en el año 2012; si pretende lograrlo no le quedará más remedio que recortar todos los gastos públicos y desguazar, que no adelgazar, la “institucionalidad” a la que se refiere Romero; obviamente, en un periodo recesivo el recorte del gasto empujará la economía hacia una más severa recesión. Muy bueno el consejo del Embajador, confiemos en que Rajoy no le escuche.
En todo caso, las desafortunadas palabras de Romero han podido venir de su escaso o nulo entendimiento del país ante el cual está acreditado o de haber centrado sus esfuerzos en el futuro gobierno en lugar de aquel con el que debió relacionarse estos años o, tal vez, que dentro de sus privilegios está el evadirse de la realidad española llegando a creer que se puede afirmar que “en España no hay tacos porque la gente no sale en auto para ahorrar dinero en bencina”, sin siquiera pensar en el sentido del ridículo.
Embajador, tranquilo, usted tiene razón, en España no hay tacos lo que hay son atascos, porque a pesar de la crisis la gente no sale en auto pero sí en coche y no gasta en bencina pero sí en gasolina; aquí la crisis se siente de otra forma y si Romero no lo ve es simplemente porque vive en otro país o porque mientras su chófer conduce, él lee la prensa que le interesa en lugar de mirar por la ventana y ver lo que realmente está ocurriendo aquí.