Alfonso Márquez de la Plata, ex ministro de Pinochet, organizador del homenaje al brigadier (r) Miguel Krassnoff realizado el lunes 21 en el Club Providencia, explicó que el sentido del encuentro era efectuar “un acto de desagravio” al ex oficial de la Dina.
Habría que preguntar cuál fue el agravio que recibió Krassnoff, y no queda sino deducir que se trata de las condenas impuestas por los tribunales, que suman más de un siglo de prisión. O sea, los responsables del agravio serían los jueces por haberle aplicado el código penal.
Puede entenderse que los amigos de Krassnoff no lo abandonen, pero no pueden pretender que el resto de los chilenos permanezca impasible ante su intento de demostrar que él, como los demás agentes de la represión de la dictadura, fueron “valientes soldados” que se limitaron a cumplir con su deber de servir a la patria.
¿Cuál fue la forma específica en que Krassnoff sirvió a la patria? Digámoslo claramente: ¡el asesinato de prisioneros indefensos! Sí, el asesinato de hombres y mujeres que estaban inermes y despojados de los más elementales derechos en las cárceles secretas de la Dina.
Es difícil concebir una vileza mayor, cometida en este caso por hombres que vestían el uniforme del Ejército de Chile y contaban con todo el poder del Estado para torturar y matar. ¿Qué tiene que ver la patria en todo esto?
¿Ha tenido Márquez de la Plata algún problema de conciencia en todos estos años a la luz de todo lo que sabemos sobre los crímenes cometidos?
¿Ha reparado en el hecho de que esos crímenes dañaron profundamente al propio Ejército, puesto que muchos de sus miembros fueron empujados a deshonrarse y envilecerse por órdenes de Pinochet?
No parece que haya pasado eso por su cabeza, o por lo menos no parece inquietarse por las implicancias morales del asunto. No es el único civil que actúa así.
El abogado Hermógenes Pérez de Arce estuvo en el acto del Club Providencia e insiste en que hombres como Krassnoff nos salvaron de otros horrores, es decir la dictadura real debe ser excusada porque habría impedido una dictadura hipotética. Vale decir, tenemos que aceptar los crímenes reales puesto que los crímenes eventuales pudieron ser mayores.
Es una explicación tortuosa para dormir tranquilo.
Atengámonos a los hechos. No está en discusión que hubo responsabilidades compartidas de todos los sectores en la crisis política que llevó a Chile al desenlace trágico del 11 de septiembre de 1973. ¡Pero las fuerzas golpistas controlaron el país en un par de días e impusieron de inmediato el estado de sitio!
A partir del 12 de septiembre, la Junta Militar tuvo en sus manos el poder total, con el apoyo desvergonzado de la Corte Suprema. Los pequeños focos de resistencia fueron aplastados rápidamente. No hubo guerra interna. Lo que hubo fue, repitámoslo, asesinato de prisioneros indefensos.
Se podrá decir que algunos de ellos portaban armas y ofrecieron resistencia al ser detenidos, pero fueron capturados vivos y el honor militar obligaba a respetar sus vidas.
¿Oyó hablar alguna vez Krassnoff sobre las convenciones internacionales sobre el trato a los prisioneros?
Sin habérselo propuesto, tanto Pérez de Arce como Márquez de la Plata se han encargado de recordarnos que hubo muchos civiles que no se mancharon las manos con la represión, que no torturaron a nadie, pero que estuvieron firmemente al lado de los criminales.
Han pasado 38 años del golpe y mantienen la misma posición. Ninguna expresión de conmiseración por las víctimas. Ninguna manifestación de autocrítica.
Tal como aquellos senadores y diputados de la UDI y RN que se las han arreglado hasta hoy para no reconocer su parte de responsabilidad en el proceso de criminalización del Estado que impulsó el régimen con el que colaboraron desde el primero hasta el último día.
Luego de los incidentes del lunes, el alcalde Labbé dijo que le sorprendía la intolerancia que hubo contra el homenaje a su ex compañero de armas. Debería darse cuenta de que hay cosas que no se pueden tolerar sino al precio de aceptar que sean socavadas las bases del orden democrático. Y un acto público que intenta hacer la apología de la represión es, simplemente, intolerable.
¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? En primer lugar, que tenemos que impedir a toda costa que vuelvan a imponerse el odio, la crueldad y el crimen en nuestro país.
Que tenemos que fortalecer cada día el régimen de libertades, que permite la diversidad, la tolerancia y la solución pacífica de los conflictos.
Que necesitamos defender siempre los derechos humanos.
Porque no olvidamos a las víctimas de la inhumanidad, debemos decir una vez más en voz alta: ¡nunca más dictadura!