La Concertación ha sacado mala nota en todas las encuestas de este año. Y en la desaprobación es probable que se hayan expresado muchas personas identificadas con la centroizquierda que, por razones válidas, tienen un juicio crítico sobre lo que la coalición ha representado en el último tiempo.
En realidad, era muy difícil que fuera mejor evaluada si algunos de sus integrantes pusieron este año en tela de juicio la propia existencia de la coalición. No podía esperarse que los ciudadanos confiaran en una fuerza paralizada por las pugnas internas, que parecía avanzar hacia la desintegración.
En septiembre, no lo olvidemos, mucha gente tuvo la impresión de que la Concertación había llegado al final del camino, debido a la actitud asumida por quienes proponían reemplazarla por otra cosa que no definían claramente.
En la actividad económica, es casi imposible que una empresa pueda prosperar si algunos de sus socios hacen todo lo posible para que ella vaya directamente a la quiebra, con el fin de invertir en negocios más rentables.
En un cuadro de ese tipo, cualquier esfuerzo de quienes quieren mantener la empresa a flote queda neutralizado por la acción de los que buscan hundirla. Como es lógico, las acciones bajan forzosamente. En la política pasan cosas parecidas.
Desde dentro y desde fuera de la Concertación hubo un empeño orientado a completar la faena iniciada en la pasada campaña presidencial para enterrar a la coalición y barajar de nuevo el naipe del poder.
Parte fundamental de esa línea de acción fue aprovechar cualquier oportunidad para restar mérito a lo realizado por los gobiernos concertacionistas, aunque fuera torciendo la nariz a los hechos.
¿Cuál era el cálculo? Que si se acababa la colaboración entre los partidos de tradición de izquierda y la Democracia Cristiana, o ésta quedaba aislada, se crearía un escenario favorable para armar un bloque en el que ellos verían acrecentado su poder.
A lo largo del año, escuchamos expresiones como estas: “la Concertación se acabó”, “la Concertación está muerta”, “la Concertación es una marca agotada”, o “la Concertación merece un funeral con honores”, como dijo piadosamente el senador Jaime Quintana.
Considerando que las coaliciones duran mientras sus miembros estén dispuestos a seguir asociados, cualquiera de los partidos que han integrado la Concertación por más de dos décadas tiene perfecto derecho a optar por otro camino.
Lo llamativo en este caso era que los disconformes querían liquidarla primero, o “superarla”, como decía la versión cariñosa del entierro. Era curioso también que el fundamento del plan fuera dividir a la Concertación para que “creciera” el frente de fuerzas opositoras, lo cual no tenía ni pies ni cabeza.
En un momento, pareció que ya se había armado el otro referente, pero no era así.El principal beneficiario del diseño, Enríquez-Ominami, nunca manifestó interés en incorporarse a un nuevo bloque y hasta maltrató a quienes más se esforzaron por crear un espacio en el cual él se sintiera a sus anchas.
Pese a todo lo ocurrido, los cuatro partidos de la Concertación renovaron el 5 de octubre su compromiso de colaboración y su voluntad de impulsar la acción conjunta de todas las fuerzas opositoras.
No se cumplieron, pues, los anuncios funerarios. Por cierto que nadie puede dar seguridades sobre el futuro, pero es valioso que la coalición demuestre que las noticias sobre su muerte eran exageradas.
No sólo eso: parece dispuesta a recuperar la autoestima, lo que en realidad es una condición para ganar autoridad ante el país.
Tan viva está la Concertación, que sus senadores dieron una impresionante muestra de disciplina al rechazar la censura contra el presidente del Senado, lo que exigía gran temperancia.
Tan viva está que algunos ex socialistas, que al momento de abandonar la coalición anunciaron su velatorio, han asistido en las últimas semanas, en representación de los movimientos que ahora lideran, a varias reuniones con los partidos de la Concertación para acordar una propuesta educacional y un pacto municipal. Es obvio que no han estado reunidos con fantasmas.
La Concertación ha resultado, pues, más resistente de lo que muchos imaginaban o deseaban. Es, sin duda, el contrapeso político nacional del gobierno de Piñera y, a los ojos de la mayoría de los chilenos, la alternativa de gobierno en 2013.
Si el PS, la DC, el PPD y el PR siguen empujando juntos el carro, ello será valorado por muchos ciudadanos que desean que la centroizquierda vuelva a gobernar.
Esto exige, por supuesto, renovar el pacto de lealtad entre los partidos, superar los personalismos, abrirse al diálogo con todos los chilenos, actualizar la plataforma programática y, cómo no, obtener más alcaldes y más concejales que la derecha dentro de 11 meses.