En esta columna haré algo que para ser políticamente correcto –cosa que nunca me ha interesado excepto en materias valóricas esenciales- no se debe hacer y comenzaré expresando: ¡se los dije!
En efecto, en una columna del 6 de agosto del año en curso opiné que el movimiento estudiantil había llegado a un punto en que debían considerar llevar sus demandas al Congreso Nacional.
Esa columna motivó un número alto de intercambio de opiniones (11), la mayoría críticas de lo que en esa ocasión expresé, por eso me refiero a ella.
A mi juicio, las calles, las movilizaciones multitudinarias acompañadas siempre o casi siempre por la violencia, no eran el camino. Hacían daño al propio movimiento estudiantil y al país. Habían llegado a un punto en que los estudiantes debían hacer una evaluación auto-crítica.
Estimo que las señales de los últimos tres meses confirmaron esa apreciación.
En la opinión pública chilena ha ido disminuyendo, aunque no de manera significativa al parecer, el apoyo al movimiento estudiantil y eso obviamente afecta en alguna medida las probabilidades de aceptación de los cambios estructurales en educación que ellos propugnan. Mal resultado para ellos y para el país en el ámbito educacional.
Además, si la opinión de muchos expertos en la materia, algunos datos empíricos conocidos y el mero sentido común –el menos común de los sentidos dijo alguien por ahí- confirman que la educación pública –aquella entregada por el Estado- se está deteriorando y ocurre que el próximo año académico no solo no mejora sino que se deteriorará aún más, el resultado puede ser incluso peor.
Ello porque se trataría de un deterioro que podría ser irreversible o al menos durar por un lapso extenso de tiempo, lo que es lamentable para quienes creemos y hemos experimentado, incluso personalmente, que la educación pública, en todos sus niveles, debe jugar un rol fundamental, en especial para los niños y jóvenes de los sectores socio-económicos más precarios.
Meses después, gran cantidad de manifestaciones más, un número alto de manifestantes y carabineros heridos, grandes daños a la propiedad pública y privada, se puede observar un cierto retorno a la confianza en la política y el Congreso Nacional como lugar de diálogo, discusión, discrepancia y definición de consensos pacíficos y civilizados – esto último nunca tanto, claro está.
Considero que en estos meses y actualmente, en el trasfondo de lo ocurrido, subyace la desconfianza de los estudiantes en los políticos, la política, los partidos políticos, el imperfecto régimen político democrático actual.
Pero quizás los dirigentes estudiantiles –especialmente los más adultos y políticos, que son los universitarios- hayan comenzado a comprender que la desconfianza es un camino de doble vía.
En efecto, si ellos desconfían de los políticos y en la política, los políticos, la política y los ciudadanos pueden desconfiar de ellos.
Las señales de que ello está siendo comprendido y aceptado son débiles todavía, pero no pueden ni deben ignorarse.
De otro lado, la política no es exclusivamente de masas indignadas y movilizadas, organizadas o no. También, empíricamente, es de elites, nos guste o no, nos parezca o no.
Y los dirigentes estudiantiles, especialmente los universitarios, son una elite de políticos jóvenes que deben comprender que un juego político democrático sin algún grado de confianza en los políticos viejos, o menos jóvenes si se quiere, es un juego imposible o de suma cero.
Nadie gana, todos pierden y en definitiva es el país el que debe absorber las pérdidas, especialmente su población más vulnerable, aquella de los segmentos medios, medios-bajos y bajos.
Aquel es un efecto que uno, simple ciudadano, debe confiar que tanto los políticos jóvenes como los viejos no quieren, al menos no todos ellos, ni siquiera la mayoría de ellos.
¿Habrá llegado entonces el momento del retorno de la confianza?
No lo sé con certeza. Pero es deseable que ello ocurra puesto que un régimen político democrático que merezca el nombre de tal no puede existir ni sobrevivir sin algún grado de ese ingrediente político, de naturaleza más bien cultural.