“Esto puede terminar muy mal si las autoridades no responden a las inquietudes,” ha declarado Giorgio Jackson. En declaraciones inteligentes y reflexivas a un diario de la capital, el dirigente de la CONFECH ha expresado una idea profunda: un desajuste entre la sociedad y sus instituciones no se puede prolongar por mucho tiempo,
Los humanos somos seres sociales. Nuestra individualidad solo existe en el seno de nuestra especie. Todas nuestras instituciones son construcciones sociales.
Por ejemplo, el Banco Central no es un edificio sino una relación social. Su función esencial consiste en emitir moneda que solo representa un valor en la medida que todos aceptamos que así sea. Lo pierde en el mismo instante que esa confianza colectiva desaparece.
Lo mismo ocurre con todas nuestras otras instituciones, económicas y políticas. Dios mediante, también con las instituciones religiosas e ideológicas en general. Solo existen en la medida que colectivamente les otorgamos una determinada realidad.
Esa característica esencial de los humanos no resulta evidente en el día a día.
Nuestras construcciones parecen adquirir vida propia. Las concretamos en imponentes monumentos, banderas y toda suerte de ídolos. Peor todavía, se elevan por encima de nosotros, nos confrontan, reprimen y dominan. En el colmo del fetichismo, los adoramos como becerros de oro.
Sin embargo, su carácter social se manifiesta periódicamente con toda claridad. Ello sucede en estos momentos, en los cuales nos vemos compelidos a tomar conciencia de nuestra forma de actuar. Ésta siempre es colectiva aunque no nos percatemos de ello sino muy de tarde en tarde.
Por esta razón, en tiempos como éstos la vida adquiere una coherencia que nos resulta excitante y placentera. Nuestra humanidad se expresa en forma plena.
Estos ciclos de participación política masiva de la ciudadanía se vienen sucediendo en Chile cada diez o veinte años desde hace por lo menos un siglo. Todos los grandes cambios institucionales ocurrieron en momentos de alza en la movilización política, que en ocasiones culminaron en grandes estallidos y al menos en una auténtica revolución.
Obviamente, lo anterior impone una adecuación de las instituciones a la sociedad que les otorga su realidad. Ello se aprecia cuando modificamos nuestra consideración colectiva acerca de un aspecto determinado de nuestra vida social.Rápidamente, se traduce en un cambio de las instituciones respectivas, en las cuales lo materializamos.
En estricto rigor, el mecanismo es más directo e inmediato. Puesto que la institución en cuestión no tiene ninguna realidad aparte de la sociedad que la construye, basta con que la última cambie su manera de considerarla para que se modifique de inmediato.
Por un tiempo, sus formas pueden seguir operando igual que antes, pero ello no es sino una apariencia que se desvanece a cada paso. Su adecuación a los cambios que experimenta la sociedad que las ha creado se impone de cualquier manera. A veces violentamente, como teme Jackson con toda razón.
Son como la piel vieja de las culebras o la caparazón de los insectos, que demoran un tiempo en desprenderse cuando las reemplazan otras nuevas. Sin embargo, están muertas desde mucho antes.
De este modo, aunque todavía no se aprecie, el movimiento estudiantil ya logró una profunda modificación al sistema educacional chileno. El contenido de esta institución ya es nuevo, aunque sus formas no hayan cambiado todavía.
Sencillamente, porque se ha forjado un nuevo consenso social al respecto. Los rasgos precisos del mismo están emergiendo gradualmente.
Serán la resultante de la nueva correlación de fuerzas que surge de la movilización de los estudiantes y sus resultados en la conciencia de los actores principales y de la ciudadanía en general.
Desde ya se puede afirmar con seguridad que va a garantizar acceso más universal a un sistema de mejor calidad. Adicionalmente, existe un arco muy amplio que busca eliminar el lucro y reconstruir el sistema nacional de educación pública gratuita en todos niveles educacionales. Aquellos que han logrado mantener en lo esencial el sistema impuesto por la dictadura siguen siendo fuertes pero están muy debilitados.
Aún así, todavía no se sabe a ciencia cierta cuál va a ser la resultante en este caso.Por ejemplo, cuando se produjo la movilización de los pingüinos la educación no era una prioridad para nadie. Todo ello cambió en pocas semanas.
Dicho movimiento logró triplicar la tasa de crecimiento del gasto público en educación, que subió de un promedio anual real de 4,9 por ciento entre 2000 y 2006 a 14,8 por ciento entre 2007 y el 2009.
Sin embargo, la correlación de fuerzas que emergió no fue suficiente para dar un giro en el desmantelamiento de la educación pública. El tristemente famoso “acuerdo nacional” de manos levantadas con Bachelet de hecho acentuó el proceso de privatización.
¿Ocurrirá ahora lo mismo, como temen los estudiantes cuando reclaman contra la desprestigiada “política de los consensos”?
No parece probable, puesto que la movilización ciudadana que ya entonces insinuaba el inicio de su ciclo de alza ha alcanzado alturas mucho mayores. De hecho, todos hablan ya abiertamente que el nuevo consenso abarca instituciones mucho más amplias que la propia educación pública.
No sería raro que el resultado de este nuevo ciclo de alza terminase con un cambio en la Constitución y en el modelo mismo heredado de la dictadura.
De todo lo anterior ciertamente surgen muchas incertidumbres y los resultados pueden ser diversos.
Sin embargo, una cosa es imposible: la educación no puede seguir igual que antes.Y eso es precisamente lo que ha pretendido el gobierno hasta ahora.
Si no hay cambios esto va a terminar mal. La preocupación de Giorgio Jackson debe ser tomada en serio.