Debo reconocer que me apresuré y cometí un error en mi última columna.
En efecto, ya no son solamente Italia y Chile los países en que la indignación movilizada se expresa con violencia. A ellos se ha agregado una conspicua compañía: los Estados Unidos de América.
En efecto, a los denominados OWS -por Occupy Wall Street, u Ocupen Wall Street, centro financiero en New York- se han agregado varias otras ciudades de ese país y las manifestaciones, ocupaciones y re-ocupaciones de los OWS han terminado por expresarse también acompañadas de violencia.
Cuando se examina lo que ocurre y lo que se expresa en los medios y en las redes al respecto de este fenómeno social se puede concluir que tienden a existir ciertas congruencias.
Una de tales congruencias es de carácter político: el rechazo a la política, los políticos, los partidos políticos, las instituciones y el régimen político democrático.
No se trata de un rechazo de carácter solamente estructural-formal, sino de algo más profundo, cultural.
Opino que no debe ignorarse ni menospreciarse que en política las formas y las instituciones no son meramente adjetivas sino que también muchas veces son sustantivas.
A mi juicio, desde un foco de análisis centralmente político, se está produciendo entre grupos sociales activos, algunos dirigentes del movimiento social y un segmento no sé cuan amplio de la ciudadanía, una pérdida ya no solamente de confianza sino también de esa especie de fe cultural chilena en la política democrática.
Ello implica un conflicto que puede ser cada vez más agudo entre quienes adhieren a ella y quienes la critican con dureza y rechazan, algunos incluso dispuestos a utilizar medios violentos.
Considero que existe actualmente un sector que sostiene su confianza y fe en la democracia política representativa y todos sus cánones más tradicionales y declara su disposición a introducirle reformas que la perfeccionen para hacerla efectiva, más representativa y conducente a la más amplia participación posible de los ciudadanos.
Otro sector experimenta una pérdida de esa confianza y fe y proponen su abandono o reemplazo por otro modelo de organización política de características todavía poco claras, aunque puede percibirse una propuesta básica en orden a una participación política directa, permanente, de todos en todos los asuntos públicos relevantes, vía plebiscitos y otros mecanismos aún no explicitados.
Aún otro sector va más allá en ese proceso de pérdida de confianza y fe y realiza conductas directa y violentamente anti-democráticas, como aquellas de quienes invadieron, insultaron y atropellaron el Congreso Nacional, a varios de sus miembros y a quienes participaban –entre ellos un Ministro de Estado- en una reunión política democrática en un edificio del Senado en Santiago.
En mi opinión, no es preciso adoptar posiciones de derecha, de centro o de izquierda sino que simplemente ser demócrata para, desde las actitudes, conductas, experiencia y cultura democrática evaluar como anti-democrática esa actuación y como incorrecta la conducta asumida por el Presidente del Senado frente a ella.
Más grave me parece que pudiere comenzar un proceso tendiente a pactar compromisos orales o escritos bajo la presión ilícita e ilegal de quienes actúen en contra del régimen político democrático utilizando la violencia e incluso, por ende, ejecutando actos constitutivos de eventuales ilícitos penales o delitos.
Considero que es muy serio que en la cultura política chilena haya comenzado a expresarse con violencia una falta de confianza y de fe en el actual régimen político democrático, imperfecto por cierto, pero básicamente democrático.
Ello parece estar ocurriendo entre los grupos sociales indignados y movilizados y no debería ser ignorado ni menos aún cohonestado por los políticos.