A la mención de la bipolaridad del Presidente Piñera, comentada por el periodista y colega Alejandro Guillier, habría que sumar la percibida ausencia del mandatario en los problemas reales que afectan a Chile.
No sólo se trata de que el Presidente diga una cosa un día y hace todo lo contrario al día siguiente, sino que, parodiando la película ¿ Y dónde está el piloto? de Jim Abrahams, David y Jerry Zucker, en la década de los ochenta del siglo pasado, habría que preguntarse qué piensa el mandatario frente a la situación que se vive en el país.
Es claro que hoy existe una falta de empatía entre gobernante y gobernados que da escalofríos.
El menguado 30% de apoyo al Presidente, no se condice con el más del 70% de la población que apoya al movimiento estudiantil y que está diciendo que el camino está errado, que los problemas son otros.
El tema educacional no sólo afecta a los estudiantes, también – y de ahí se deriva el multitudinario apoyo que recibe, – afecta a sus padres, sus familias, a la sociedad toda.
Cuando el alcalde de Providencia y ex agente de los servicios secretos de la dictadura decide instaurar el apartheid en su comuna y transgrede el derecho constitucional de que los padres tienen el derecho de elegir el lugar donde educar a sus hijos, el gobierno mira para el lado y manda mensajes a la contraloría.
No asume una actitud como le demanda el derecho y el deber de gobernar. Lo más fácil, y es lo que hace, opta por el silencio cómplice.
Y vuelve el tema de la bipolaridad.
Junto al discurso en Naciones Unidas, donde el Presidente Piñera calificó al movimiento estudiantil como noble, bello y hermoso, un poco más al sur, en México, le escuché decir que una educación de calidad y buenos empleos serán fundamentales para desterrar una “desigualdad brutal y escandalosa” en nuestros países.
Está claro: las palabras y los discursos no encajan con la acción.
Cuando la sociedad le dice al gobierno, no segreguemos, queremos un sistema mixto de educación, con calidad, sin lucro, o cuando vemos la enormes pérdidas de las AFP que perjudican a otros millones de personas, es que estamos hipotecando no tan sólo el futuro de nuestros jóvenes, sino que al mismo tiempo estamos esquilmando a los adultos, es decir, estamos perjudicando a todos los chilenos.
La derecha política, que tuvo la oportunidad y el legítimo derecho de ser alternativa, se está farreando la posibilidad de haber hecho lo que prometió en sus discursos ante los electores. Hoy la vemos con el rumbo perdido, provocando un desencanto social tremendo y con un piloto ausente.
La respuesta desesperada es mandar leyes al parlamento y así, a través de la fuerza y la prepotencia, amedrentar a quienes se atreven a proclamar la libertad y sus derechos. “La libertad, Sancho”, decía don Quijote, “es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
El gobierno debe asumir su deber y buscar soluciones reales a los problemas que se le plantean.
Para eso está y para eso fue elegido. Si no sirve o ya se cansó, debe ser humilde y solicitar la ayuda de quienes puedan tener alternativas de solución. Lo peor es quedarse de brazos cruzados.
No nos demos tantas vuelta. Lo que se pide, en el tema educacional, es una reforma estructural a un sistema que no ha sido capaz de responder a las necesidades de los chilenos.
Junto con el aumento de la cantidad de las becas a otros quintiles de la población, se solicita terminar los intereses usureros de los créditos universitarios que sólo ha beneficiado a los bancos.
Se debe actuar para que el derecho a la educación sea garantizado por el estado bajando el precio los aranceles que hoy se cobran y haciendo coexistir un sistema público educacional de calidad con uno privado.
En cada región, como sucede en otros países, debiera existir, al menos, una universidad pública gratuita con el apoyo real del estado.
Hay otras alternativas: una de ellas es pagar aranceles de acuerdo a los ingresos de las familias, teniendo en cuenta que en varias existe más de un estudiante que cursa universidad, enseñanza media o básica. Esta alternativa no es mía; en muchos colegios privados, no aquellos a los cuales los guía el lucro, lo practican.
No es posible que las familias chilenas deban destinar más del 50% de sus bajos ingresos – como lo reconoció la OCDE la semana pasada- a pagar la educación de sus hijos. Como lo decía en un comentario anterior, el financiamiento de la educación chilena, la más cara del mundo, es pagada por la familia chilena, sin el apoyo del estado, como sucede en la mayoría de los países del mundo.
Por lo mismo nuestros jóvenes nos dicen hoy que no importa perder un semestre o un año – uno de los elementos de la campaña del terror que difunde el gobierno a través de los medios de comunicación – si es que en definitiva se les está hipotecando su futuro.
El Estado, conformado por todos los chilenos, debe asumir un rol más activo en el financiamiento de la educación, y dentro de él, los sectores que más se han beneficiado del tipo de sociedad que tiene el país deberían apoyar de manera más decidida.
En algunas naciones más desarrolladas grupos de “ricos” han ofrecido voluntariamente pagar más impuestos: Estados Unidos, Francia, en Chile no he escuchado ese desprendimiento.
Es claro que la sociedad mundial, como lo apreciamos este fin de semana, sigue indignada, en especial por las injusticias, el tema educacional, las desigualdades y la avaricia del estamento financiero que tiene al mundo a las puertas de otra crisis como la experimentada hace tres años.
El gobierno de Chile no está enfrentando los problemas reales y juega, como en algunos partidos de fútbol, a “hacer tiempo”, desgastando al rival. No es lo correcto y menos en un tema tan serio y delicado como es gobernar un país.