Edmundo Pérez Yoma, ex ministro del Interior, recibió hace unas semanas la petición del Presidente Piñera de presentar una propuesta de reforma del sistema electoral binominal.
Es valioso que el mandatario haya dado tal paso.
Ninguna reforma política es más importante que esa, de cuya concreción depende en gran medida la posibilidad de restablecer la autoridad del Congreso y mejorar la calidad de la política.
Es inobjetable la forma en que elegimos al Presidente de la República: voto directo de los ciudadanos y exigencia de mayoría absoluta en primera o segunda vuelta.
También lo es la forma en que elegimos a los alcaldes, mayoría simple en una sola votación, y a los concejales, mediante un sistema proporcional que permite que haya representación de mayorías y minorías.
En cambio, la elección de los diputados y senadores es una completa anomalía en nuestro régimen democrático, puesto que, en los hechos, da lo mismo que una fuerza obtenga 60% y otra 31% de los votos, ya que ambas eligen un cargo de los dos que están en disputa.
La tercera fuerza, cualquiera que sea, queda marginada: lo sabe el PC, que sólo pudo entrar a la Cámara de Diputados cuando pactó con la Concertación.
En la actitud presidencial a favor de la reforma ha influido sin duda la posición adoptada por varios dirigentes de RN, entre quienes destacan Lily Pérez y Daniel Platowski, que representan una línea más abierta al perfeccionamiento de la democracia, en contradicción con la postura del presidente del partido, Carlos Larraín.
Es de esperar que el sector liberal logre que el conjunto de los parlamentarios de RN se disponga a respaldar esta reforma, cuestión a la que la UDI sigue negándose hasta hoy.
El mayor problema es que el cambio debe ser aprobado por quienes son incumbentes en la materia, vale decir, por quienes están preocupados de su carrera parlamentaria y sacan cuentas respecto de lo que significaría configurar un cuadro de verdadera competencia electoral.
Están acostumbrados al confortable reparto de escaños entre la primera y la segunda fuerza, y muchos de ellos saben que, gracias al binominal, son prácticamente inamovibles de sus puestos (algunos están allí desde 1990).
La reforma es, pues, una prueba “dolorosa” sobre la solidez de sus convicciones democráticas.
Esperemos que la propuesta de Pérez Yoma se convierta en la base de un gran acuerdo nacional para establecer un sistema proporcional corregido, lo que exige aumentar el número de diputados y senadores y, por cierto, rediseñar los distritos y circunscripciones, asunto que incomoda a los actuales parlamentarios.
Se trata de elegir más de dos cargos en cada lugar y, naturalmente, aceptar que haya más postulantes que cargos a llenar, lo que oxigenaría significativamente la selección del personal.
Si se mantiene el actual mapa electoral no se resuelve lo que Edgardo Boeninger señaló como el principal defecto del sistema: “la enorme disparidad en el valor del voto entre los ciudadanos de los grandes centros urbanos y los de distritos rurales o de baja población”.
La subrepresentación de Santiago, Valparaíso y Concepción es grosera (diferencias de 1 a 5 ó 1 a 6 en el valor del voto)” (Chile rumbo al futuro, Uqbar, 2009).
Nadie propone ir al extremo de establecer una proporcionalidad absoluta entre votos y cargos, pues ello significaría dejar casi sin representación a las zonas de baja población.
Por eso, se habla de sistema proporcional corregido, el cual debería mejorar sustancialmente la relación entre la votación que se consigue y los cargos que se obtienen.
Ojalá los actuales parlamentarios se muestren dispuestos a legislar sin la calculadora en la mano.
De ello depende que el país ponga fin a un sistema que ya no resiste más y que constituye un factor corrosivo de nuestra vida política.
Si el sistema no varía o experimenta meros arreglos cosméticos, seguirá profundizándose la desconfianza de los ciudadanos, sobre todo de los jóvenes, hacia la llamada clase política.
Sin reforma del sistema electoral, el Congreso será visto más y más como el lugar en que se ha consolidado una casta a la que sólo le preocupa proteger su poder.
Hay tiempo suficiente para discutir y aprobar una reforma que permita que, en noviembre de 2013, elijamos diputados y senadores con un sistema proporcional.
Si es así, darán más ganas de votar.