Toma 1: Un grupo de parlamentarios y otras personas, instalan un gran lienzo con la bandera de Chile y una frase alusiva a las demandas del movimiento estudiantil en la fachada del edificio del Congreso Nacional en Valparaíso.
Toma 2: Un parlamentario –Eduardo Estay- se abalanza sobre el grupo anterior e intenta retirar el lienzo produciéndose un esperable forcejeo.
Toma 3: La secretaria del Diputado del PC Guillermo Tellier afirma haber sufrido un aborto como consecuencia del forcejeo previamente descrito. En efecto, según informa, ella tenía 5 semanas de embarazo cuando subió al piso 14 del edificio del Congreso Nacional en Valparaíso para colaborar en la instalación del lienzo respectivo.
Hasta aquí la reseña de los hechos.
A partir de ellos, surge necesariamente un profundo cuestionamiento respecto de la forma en que la violencia parece tomar el control de la cotidiana realidad de nuestro país.
Ya no se trata solo de la violencia de un grupo de encapuchados en las diversas marchas estudiantiles, o de aquellos que erigen barricadas por la noche en distintos sectores de las ciudades de nuestro país.
Tampoco se trata de la violencia con que las fuerzas de Carabineros reprimen a manifestantes. La violencia parece dominar también el comportamiento de quienes están llamados a liderar políticamente nuestro país.
La violencia es, sin duda, uno de los fenómenos problemáticos más sobresalientes, ambiguos y espantosos del presente. Se ha perdido de vista incluso una definición de ella que permita acotar su ámbito.
Entendida como coacción forzosa sobre nuestras acciones y sobre nuestra integridad física y psíquica, debiera ser rechazada en nuestros días, al menos como algo espontáneo y legítimo.
La violencia se expresa no solo en acciones, sino también en el lenguaje, en la forma en que paulatinamente unos se refieren a los otros y viceversa.
Hay frases de antología que en el debate cotidiano para algunos aparecen como pícaras, para otros como asertivas, y posiblemente para la mayoría, como provocativas e innecesarias.
En ese sentido recuerdo las palabras de un profesor de filosofía de la Universidad Hebrea de Jerusalem, quien afirmaba que “existe longitud de onda no sólo en el sonido, sino también en la forma de comunicarse”.
Así existe la misma “longitud de onda” cuando hay diálogo. Cuando uno habla mirando al otro a los ojos, y no de arriba abajo, sin pretender imponer una suerte de superioridad ética o moral.
Se puede asumir con firmeza una posición, más no haciendo de ella una narrativa tal que necesariamente “colisione” con la narrativa del otro.
Por lo mismo, no existe la misma “longitud de onda” cuando uno se parapeta en su propia narrativa y busca imponerla sin siquiera escuchar al otro. Yo cuento una cosa, tú cuentas otra, ambos se confrontan pero no dialogan, no interactúan.
Ello fue precisamente lo que palmariamente evidenció el desafortunado intento de un grupo parlamentario de usar la fachada del edificio del Congreso Nacional para imponer su narrativa, y la de otro diputado de intentar acallar dicha provocadora e inoportuna manifestación.
El rol de los parlamentarios debe hacerse notar en el debate, al interior del hemiciclo, en las Comisiones en que participan e incluso si se quiere, en los tiempos actuales, exponiendo sus puntos de vista en los medios de comunicación, más no acudiendo a acciones propias de una barra brava.
Quienes pretendieron emular los clásicos “banderazos” de los hinchas de futbol en aliento a su equipo claramente erraron el camino.
Tal como lo erró el diputado que reaccionó como si se tratara de un hincha del equipo rival.