Desde hace una década la Concertación está inmersa en un recurrente y sonoro debate existencial surgido de la constatación evidente del agotamiento de su proyecto histórico.
El empate entre Ricardo Lagos y Joaquín Lavín en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 1999 puso fin a una década prodigiosa de hegemonía, inaugurada con la épica victoria democrática en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 y el amplio triunfo un año después de Patricio Aylwin, con el decisivo y simbólico apoyo del movimiento de derechos humanos y del Partido Comunista.
Esta semana, con motivo del 23º aniversario de la derrota de Pinochet en las urnas, los cuatro partidos que integran la Concertación de Partidos por la Democracia (Democracia Cristiana, Partido Socialista, Partido Radical y Partido por la Democracia) han dado a conocer el documento titulado “Nuestro Compromiso”, que, de cumplirse, supondrá un viraje histórico en su línea política.
“Hoy volvemos a estar ante el desafío de construir una mayoría para impulsar los cambios que Chile necesita. Hay una ciudadanía amplia y diversa que se expresa sin miedos, que quiere vivir plenamente la democracia y no se resigna a las restricciones y distorsiones de nuestro actual sistema político. La demanda de igualdad y el rechazo a los abusos y discriminaciones recorren el país y se traducen en un nuevo espíritu ciudadano…”.
Nada expresa mejor este “nuevo espíritu ciudadano” que las ejemplares movilizaciones de los estudiantes secundarios y universitarios en demanda de una educación pública gratuita y de calidad y también de un cambio profundo en la economía y la sociedad chilenas.
Para sorpresa de muchos sectores y de la prensa internacional, a casi cien años de que Recabarren sembrara en el Norte Grande la fértil semilla del socialismo, son hoy los jóvenes comunistas la voz reconocida y respetada que señala las profundas transformaciones democráticas que el país requiere.
La estruendosa disgregación de la Concertación en el último lustro (con el elevado apoyo recabado por Enríquez-Ominami en la última elección presidencial, el alejamiento del senador Alejandro Navarro del Partido Socialista, la confluencia de Jorge Arrate y los socialistas allendistas con la izquierda…) coincide con la pujanza del Partido Comunista y su apuesta decidida, desde hace varios años, por la conformación de un gran bloque político y social que conquiste lo que Guillermo Teillier ya definió como “gobierno de nuevo tipo” en los días del centenario de Salvador Allende.
En su documento, la Concertación habla de “abrir paso a un nuevo ciclo, marcado por el compromiso de cambiar Chile para lograr que la democracia, la justicia, la igualdad y el respeto a cada uno de los chilenos y chilenas sean las bases de nuestro desarrollo”.
Es muy significativa la apuesta por la elaboración de una nueva Constitución, que sustituya al remedo actual de la impuesta en 1980 por el tirano y que –recalca el documento- “debe reflejar una visión compartida acerca del papel del Estado y las garantías constitucionales de los ciudadanos, superando el sesgo neo-liberal que hoy predomina”.
Esta es la clave de bóveda, la “viga maestra”: la superación del modelo neoliberal que ha convertido a Chile en uno de los países con una brecha social más lacerante.
Más aún, la Concertación reconoce que ya no es la alternativa a una derecha en caída libre, por lo que apuesta por conformar una “nueva mayoría social y política” junto con “otros actores sociales y políticos del centro y la izquierda con quienes lleguemos a concordar un proyecto de país”.
A un año de las elecciones municipales y dos de las presidenciales, el camino para tejer una amplia alianza entre la Concertación y las fuerzas sociales y políticas de la izquierda, singularmente el Partido Comunista, está abierto.
De todos modos, no conviene olvidar que el programa con el que la Concertación concurrió a las elecciones de 1989 ya recogió propuestas avanzadas en materia económica, social y de derechos humanos que la euforia neoliberal de los años 90, los acuerdos con el pinochetismo y la soberbia de muchos de los prohombres concertacionistas de aquel tiempo convirtieron en papel mojado.
Ahora, el despertar de la conciencia crítica de la mayor parte de la ciudadanía, las movilizaciones de los trabajadores, de los estudiantes, del pueblo mapuche, la defensa de la naturaleza frente al saqueo incesante del gran capital nacional y transnacional están reforzando la influencia de las fuerzas de izquierda, que deben superar su papel de “salvavidas” electoral de la Concertación para garantizar la conquista de un “gobierno de nuevo tipo” que sea capaz de dejar atrás la pesadilla neoliberal.
Y cumplir los anhelos que desde hace meses los estudiantes expresan en las calles y que ni los “pacos”, ni los “guanacos”, ni la cerrazón del gobierno de Piñera logran atenuar.