Es muy curiosa la ceguera de los políticos. Vivimos una época especialmente apta para verificar este aserto.
Esto es así porque estos son tiempos de transición, en los cuales ciertas formas de validez comienzan a declinar, mientras otras despuntan en nuestro horizonte histórico.
Cada época de la política trae consigo sus valores, su lenguaje y, por supuesto, sus líderes.
Y el cambio actual es tan poderoso que como un verdadero tsunami que se desencadenara en nuestra arena política, arrastra consigo todo lo que en un momento tuvo sentido, para establecer algo nuevo, desconcertante, que deja a algunos irremisiblemente en el pasado, mientras otros van surgiendo y dando la pauta de los nuevos tiempos.
El fenómeno tiene lugar en todos los ámbitos de la política.
En la derecha, por ejemplo, tenemos a los viejos pinochetistas, todavía enclavados por aquí y por allá que siguen actuando según la lógica del autoritarismo y del conservadurismo extremo, tendencias que ya no pueden tener asidero en este momento y en las que se muestra de inmediato su incongruencia.
La insensatez del Alcalde Labbé es un buen ejemplo de esto: pretendiendo mostrar que ante la estrategia gobiernista que busca llevar las cosas a un terreno de acuerdos – que para él sería una política “débil” – hay que demostrar lo que él piensa que es “fuerza”, esto es, medidas arbitrarias, represivas, discriminatorias y violentas, pronunciadas a voz en cuello como un sargento a sus subordinados.
Esto, por cierto, no tiene destino alguno – a menos que en Chile volviera a instalarse una dictadura – y le hace un flaco favor a su sector, que vuelve a mostrar la cara más retrógrada y menos aceptada por la actual ciudadanía.
Piñera sabe bien que para mejorar su posición minoritaria, su única posibilidad es crecer hacia el centro, estrategia que le hizo ganar la elección presidencial, pero que desde la presidencia no ha podido ser llevada a cabo con el apoyo resuelto de su sector.
En este cuadro, la actuación de Labbé no puede ser menos favorable a los propósitos del gobierno, que busca por todos los medios aparecer más como quinto gobierno de la Concertación que como primero de la derecha.
Así lo demuestran los encuentros del Presidente y su mujer con la ex mandataria en Nueva York, en las que se repartieron abrazos y felicitaciones de un lado y de otro, y también las palabras de elogio del Presidente en su discurso en la ONU a las manifestaciones estudiantiles que han tenido lugar en el país.
Al escucharlas, si le gustaban tanto, uno se pregunta por qué el Presidente no participó en ellas con una pancarta demandando educación pública gratuita y de buena calidad.
Pero Labbé desbarata todos sus esfuerzos y los del ministro de Educación por hacer volver a la normalidad colegios y universidades, actuando con una lógica completamente superada por la época.
Y produce estupor el apoyo que su actitud ha tenido en la UDI. Esto significa que buena parte de la derecha está completamente confundida con lo que debe hacerse, cerrando filas en torno a su núcleo duro y alejándose del mundo del futuro, en el que solo lo que se asiente sobre principios de verdadera democracia tendrá un espacio.
Una ceguera parecida observamos en los sectores concertacionistas que, aunque pueda parecer extraño, todavía no se dan cuenta de qué es lo que ha minado sus posibilidades futuras.
La Concertación puede darse por terminada debido a una causa bastante conocida en la historia política occidental y que en algunos casos ha tenido consecuencias trágicas (la Alemania de la República de Weimar, por ejemplo): la Realpolitik, esto es, que tarde o temprano la política de los acuerdos se transforma, quiérase o no, en una política de disolución de los propios principios y, por lo tanto, de deflagración de los valores que han constituido a los grupos que entran en ellos.
Cuando la Realpolitik nacional dijo que “iba a haber justicia, hasta donde fuera posible” le asestó un golpe mortal a una de las causas éticas principales de la conformación de la coalición durante la dictadura, transformando en una ilusión romántica la lucha por los derechos humanos.
Lo mismo ocurrió cuando con argumentos en apariencia “políticamente correctos” se corrió a Londres a salvar de la cárcel a Pinochet.
Y lo mismo tuvo lugar cuando se elaboraron políticas económicas muy favorables a los empresarios y que muy malamente resguardaron los derechos y los intereses del ciudadano de a pie.
¿O no se favoreció a los bancos, a las AFP, a las Isapres y a los colegios y universidades privadas durante la Concertación?
Durante veinte años esta coalición gobernó hacia la derecha y fue año tras año disolviendo los principios básicos que le sirvieron de sustento, por buscar más allá de su base de apoyo unos acuerdos que se parecieron mucho a pactos con el diablo.
Los hombres de ese momento fueron los expertos en muñeca, felicitados porque eran capaces de sentarse en la misma mesa con dios y con el diablo: los Insulza, los Correa, los Tironi y otros, los mismos que hoy día, frente a la nueva situación muestran su desconcierto: quisieran ser también ellos los interlocutores de los líderes emergentes.
Pero los tiempos han cambiado, los jóvenes que actualmente están entrando en la política están de nuevo interesados en los principios y no en las transacciones. La “transaca” tuvo su momento, ahora es tiempo de contenidos, de reivindicaciones sólidas, de valores intransables.
De ahí, que el resultado de todo esto sea el desconcierto.
Los líderes de la Concertación se reúnen para buscar cambios formales, alianzas que no declaran los valores que las sustentan.
En lugar de responder con contenidos buscan otros esquemas de organización. Y esto no puede ser más inútil y dramático. Se les agotó la verdad que los hacía existir.
Fuerzas más jóvenes les han dicho “sujétense de la brocha, que nos llevamos la escalera”. Y así se han quedado, flotando en el aire.
Y no se piense que estas nuevas fuerzas respondan a las políticas del PC, pues aunque los líderes estudiantiles parecen todos militar en ese partido no se ve nada claro cual pudiera ser el verdadero vínculo que los une a el.
Estos nuevos movimientos son ciudadanos y no partidarios, y hasta el momento no se han dejado instrumentalizar políticamente, lo cual me parece sabio.
Los tiempos que se avecinan son promisorios. Los ciudadanos y los jóvenes están despertando y las manifestaciones estudiantiles son un ejemplo de ello.
Nuevas ilusiones están tomando forma y muchos esquemas se están viniendo abajo.
Las nuevas fuerzas emergentes están volviendo a dignificar la política.
Los viejos tercios, si aspiran a una lucidez que han perdido,sin soberbia deben escuchar con atención y buscar de qué manera su experiencia puede también servir para enarbolar las banderas de las nuevas justicias, de las nuevas verdades y de las nuevas bellezas, que ya comienzan a elevarse y a flamear en el horizonte.