La reciente marcha de los estudiantes por las calles de Santiago ha demostrado que el movimiento estudiantil no sólo se encuentra vivo, sino que con plena conciencia y voluntad de reafirmar sus reivindicaciones y de que se acojan sus demandas principales.
El gobierno, con la siempre “generosa cooperación” de algunos medios de comunicación, ha intentado las últimas semanas instalar la idea de que, mientras la administración Piñera ha ido “cediendo y satisfaciendo” diferentes demandas del movimiento, los estudiantes han respondido con intransigencia e inflexibilidad.
Esto ha sido reforzado con las amenazas de la pérdida del año escolar, el desfinanciamiento de los establecimientos educacionales y las universidades, nuevas dificultades impredecibles para la familia chilena y otros, que han provocado una comprensible preocupación en la opinión pública.
Sin embargo, la realidad ha sido y es otra. En una palabra, las demandas centrales y fundamentales de los estudiantes, no han sido efectiva y realmente consideradas, produciéndose una sistemática frustración en estos y un extraño e incomprensible desplazamiento en la posición de parte de la ciudadanía, que comienza a sumarse a la tesis oficialista de que el diálogo y avance se ve impedido por la rigidez de los estudiantes.
La reciente declaración de uno de los líderes del movimiento, Giorgio Jackson, en relación a la tan publicitada reunión con el Presidente de la República en la Moneda, la que describió como “un espacio improvisado, donde el gobierno no tenía claro que ofrecernos, que no se avanzó y que el gobierno mantuvo su postura”, ahorran mayores comentario e ilustran lo que he sostenido.
No obstante, creo que, a propósito de la multitudinaria marcha de ayer y de los diferentes hechos por todos conocidos de estos cuatro meses, es imprescindible recordar que nos encontramos frente a un movimiento estudiantil que se ha convertido en un movimiento social.
Para decirlo más concretamente, se ha constituido en un sujeto político que, junto con reivindicar intereses sectoriales, plantea otros objetivos que trascienden lo específico estudiantil y exige un cambio y transformación de estructuras, estilos y procedimientos de la sociedad chilena actual.
Estas demandas macro sociales, los jóvenes las plantean, no por “aprovecharse de la situación” o “porque son achorrados e irresponsables”, sino porque ellas son justas y necesarias para un Chile más democrático y solidario y, de manera importante, porque su implementación es condición necesaria para solucionar algunas de sus reivindicaciones educacionales y las de otros sectores que “ya se encuentran al acecho”.
Las dudas o preguntas, algo sibilinas, formuladas por algunos opinólogos de este país a los dirigentes estudiantiles, en torno a si su movimiento era político, junto con causarme cierto asombro por provenir de personas supuestamente “formadas”, hay que responderla categóricamente con un gran SI.
Obviamente que cualquier preocupación y posición por y frente a la cosa pública, venga de donde venga, es de suya política. Y el que en la sociedad actual existan sectores que opinan y exigen un mejor país, lejos de estigmatizarlo, hay que celebrarlo y recibirlo con especial esperanza, particularmente por provenir de los jóvenes.
Aún más, y esto puede aterrorizar a algunos, también se trata de un movimiento que es ideológico, en tanto y cuanto se está optando por cambios y transformaciones con miras a construir un modelo y funcionamiento de la democracia, que es cualitativamente diferente al que postula gran parte del gobierno actual.
Y esto, en estricto rigor, es un debate y discusión ideológica.
Ahora bien, lo que sí me parece imprescindible de plantear, es que parece haber llegado el momento de que este movimiento social liderado por los estudiantes, se articule y sume a aquellos políticos y partidos políticos que estén en una clara e inequívoca posición de implementar proyectos significativos de transformación de la sociedad chilena, particularmente, como lo he sostenido en este mismo espacio en columnas anteriores, la desarticulación del nudo central que configura la actual matriz económica.
Se trata de superar las incomunicaciones existentes el último tiempo entre lo social y la política y de retomar la necesaria complementariedad y relación sinérgica entre ambas.
De lo contrario, se corre el riesgo de desaprovechar una gran y quizás única posibilidad en mucho tiempo, de que los ciudadanos podamos convertir en realidad legítimos e imprescindibles cambios socio-económicos.
Sería frustrante que, en definitiva, sólo quedara plasmado el “recuerdo” de un gran movimiento estudiantil, con ribetes sociales y conducidos por una generación brillante de líderes, pero cuyos efectos fueron básicamente inmediatistas y sin lograr nunca proyectarse como un sujeto político efectivo.
Para que esta alianza y coordinación entre movimiento social – partidos políticos se configure, se requiere que aquellos partidos que de verdad están por el logro de más justicia y equidad en nuestro país, estén a la altura exigida por las circunstancias y que inviten y acojan a los jóvenes.
Por supuesto, no se trata de una dependencia o subordinación del movimiento estudiantil a los partidos políticos, sino de que este movimiento se inserte con identidad y protagonismo en dicha convergencia político-social, la que en algunos aspectos y tal cual corresponde a las democracias, deberá canalizarse por vía de la representación partidaria.