La lectura de la prensa nacional e internacional, trabajos académicos, ciertas opiniones, comentarios, algunas columnas, incluso en este mismo sitio Web de Cooperativa, me llevan a pensar que, desde hace algún tiempo, podríamos estar incurriendo en un orgullo infundado, que causa perjuicio.
Aludo a que en menor o mayor medida, hasta hace poco, nos jactábamos de ser los tigres de América Latina y que estábamos abandonando el (mal) vecindario; y ahora, en la situación actual, en que tal y como otros vecinos estamos experimentando graves problemas, pensamos que tenemos “la” respuesta.
En realidad, en variados momentos de nuestra historia política hemos tendido a incurrir en la orgullosa creencia que Chile dará la pauta, será un modelo a seguir.
Así, ahora algunos chilenos piensan que diseñaremos e implementaremos un modelo nuevo –que no especifican- que reemplazaría aquel vigente en un buen número de los países del mundo; además, reinventaremos la democracia, una que será verdadera, real, auténticamente democrática.
Y entonces pienso: calma conciudadanos. ¿De dónde tanta pretensión y orgullo?
Sin ignorar ni menospreciar los logros obtenidos en las últimas décadas, Chile es un país pequeño, todavía precario en el ámbito económico, con una cierta tendencia a vivir bastante aislado de sus vecinos, que está lejos de los centros de decisión mundial en todo orden de materias relevantes.
Además, una amplia mayoría de su población sufre de severos problemas socio-económicos y culturales, causados en buena medida por la concentración de la riqueza y una extremadamente mala distribución del ingreso, problemas que tienen larga data.
Así, no creo en la pretensión orgullosa a que aludo. Porque, sumando y restando, no tiene visos de ser posible; se trata de un cuento o un relato –para usar un vocablo elegante y a la moda- que a mi juicio no tiene fundamento ni realidad.
Más aún, no hemos llegado, y por algunas generaciones más probablemente no llegaremos al desarrollo económico, social, político y cultural occidental conocido. En el mejor de los casos iremos en el vagón de cola de los países desarrollados.
Nuestra inclusión entre los países de la OCDE y la comparación con ellos –aunque para cualquier analista era obvio que así ocurriría- ya está indicando precisamente eso.
Alcanzar a los menos desarrollados de esos países sería un gran logro e implica un esfuerzo mayor atendidas nuestras condiciones iniciales de gran inequidad, mantenidas por décadas, y que nos han llevado a las serias dificultades de nuestra actual aproblemada situación.
La tarea consiste ahora en reconocer, enfrentar y resolver los complejos problemas que plantea el tiempo actual, sin orgullo, sin prejuicios, evitando los perjuicios y actuando con algún grado de humildad.