El debate está planteado
Para algunos resulta obvio que se debe superar la Concertación de Partidos por la Democracia porque la nueva sociedad chilena – social y políticamente – ya no se siente representada por ella.
Su marca estaría desgastada tras veinte años de gobierno y acusaciones de corrupción y mediocridad. La oposición es mucho más amplia que ella.
Además hay quienes dentro de ella buscan su identidad en el liberalismo individualista de un segmento social pos materialista.
Eso no cuadra bien con su sector socialcristiano y socialdemócrata. El socialismo, a su vez, debe parar la erosión hacia la izquierda.
¿Cómo conciliar eso con el cuidado del centro político?
Los radicales ya no encuentran espacio en la Concertación.
Mirando hacia afuera, si el gobierno de Sebastián Piñera consolida una centro derecha pragmática, se podría acentuar la crisis de la DC en su actual alianza de centro – izquierda.
Todas las tensiones anteriores harían inviable la continuidad del acuerdo que se comenzó a fraguar en 1976. Ya explicaremos el por qué de esta fecha.
Hay otros que creen que la Concertación no está muerta, aunque sí paralizada.
Aducen que la alianza de clases medias y sectores populares, centro e izquierda, es una clave central del éxito del país de los últimos veinte años y de la posibilidad de continuar desarrollándonos los próximos veinte.
El agotamiento de la Concertación sería una situación coyuntural – lo mismo vivió la Alianza por años y hasta semanas antes de ganar las elecciones.
A nadie le gusta estar con los perdedores, menos cuando su papel es fiscalizar y oponerse.
Además, toda la institucionalidad política chilena estaría cuestionada.
Otros señalan que forzar un fortalecimiento de la izquierda alejará definitivamente a la Democracia Cristiana y eso podría condenar a la izquierda a la oposición permanente.
Otros, con un criterio más práctico, agregan que no se ven socios disponibles para esa nueva coalición.
NI el PRI, ni el PRO, ni el MAS, ni el PC hasta ahora, han expresado querer sumarse a una nueva concertación electoral y de gobierno. Incluso, si estuvieran disponibles, no es claro que ello sea aceptable para la DC. Aducen, además, que el quiebre de la Concertación dificulta el retorno de Michelle Bachelet a la política chilena.
La ruptura del vínculo entre todos los partidos políticos y la sociedad es evidente. La primera tarea es su reimplantación social. Pero la pregunta es si conseguir lo anterior supone una larga marcha o hay “atajos” o “vías rápidas”.
No parece claro que sólo a través de diálogos cupulares entre las organizaciones que representan a la oposición política y social se pueda superar la distancia ciudadana con los partidos e instituciones políticas.
Nadie les ha preguntado hasta ahora a los actores sociales si quieren entrar en este nuevo referente.
¿Es tan claro que organizaciones como la Confech, la Cones o la CUT querrán sumarse a un eventual frente amplio?
Finalmente, incluso quienes comparten la tesis del agotamiento de la actual Concertación y creen que esta debe ser superada, señalan con elemental sentido común que esta superación sólo debe decretarse solo cuando haya un referente de centro izquierda viable.
Parece evidente que crear una coalición nueva, fuerte y viable no es cosa de un día, ni de un mes, ni de un año. El peso de la prueba debiera recaer, entonces, sobre los “innovadores”.
Constatar la fractura partido-sociedad supone aceptar que todas las fuerzas políticas del país estarán o están obligadas a un re concurso político. Dicho re concurso puede ser cooperativo o competitivo.
Recordando una Patria Para Todos
Decíamos que un antecedente de la Concertación se encuentra en 1976.
Señalamos esta fecha, más precisamente el 6 de octubre de 1976, pues fue cuando Jaime Castillo Velasco, ideólogo de la Democracia Cristiana, presentó el documento “Una Patria para Todos”.
En él sostenía que era tiempo de iniciar la restauración democrática en Chile. Por mucho que se empecinara el régimen militar, dicho proceso redemocratizador sacudía toda América y se identificaba con los países europeos muy ligados a nuestra nación. ¿Por qué resistirse a su reforma? Don Jaime agregaba que tanto la solución militarista como la guerrillera eran inviables y persistir en ello sólo aumentaría los sufrimientos de Chile.
Hoy podríamos decir que, la crisis del capitalismo anglosajón, el hastío frente al abuso y las desigualdades y hacia la democracia chilena empatada es evidente. ¿Juegan los signos de los tiempos a favor de quienes desde la derecha se resisten a la reforma política y socioeconómica?
Para Don Jaime la clave de la restauración democrática era tener un objetivo grande y compartido por todos. “Ella sería el fruto de una gran lección histórica: los valores de la democracia no pueden ser negados, ni despreciados, ni relativizados”. La “democracia vale” escribió.
Luego señaló que el reagrupamiento del pueblo chileno era también indispensable. Propuso una vía larga: el re concurso desde la base ante el pueblo chileno. La restauración de la democracia sólo se produciría cuando una mayoría participara en ella.
Cada uno en su lugar de trabajo, en su función pública o privada, en el país o en el extranjero, debía de ir comprobando lo que estaba en juego en Chile. Sobre el pasado, la historia daría su veredicto. La victoria sería la conquista del futuro sobre la base de la solidaridad de todos, estructurando la demanda de Chile.
Ese debate y movilización nacionales debían dar paso a un movimiento político y no al revés.
Don Jaime advertía – atención a todos – que “la suma o alianza de los partidos tradicionales tampoco corresponden a la situación actual”. ¿Por qué no? Porque creía que cada avance en las libertades públicas, de los niveles de organización y de solidaridad, de la lucha por los derechos y cumplimiento de los deberes haría que se despertasen las confianzas de unos con otros.
Así y sólo así surgirían los líderes y se tomarían las medidas adecuadas frente a los problemas urgentes. Fue de esta manera que previó “un rebosamiento completo de los equipos representativos abrirá paso a un movimiento capaz de dirigir con autenticidad y autoridad el proceso de restauración”.
Este movimiento nacería gradualmente, sin imposiciones desde arriba y siguiendo el progreso mismo de los hechos y con participación creciente de los ciudadanos. ¿En tiempos de descrédito de los partidos políticos, una acuerdo de cuatro o de ocho de ellos, sin presencia en la base y sin ideas ordenadoras, para oponerse al actuar gobierno pero también para gobernar, garantiza el renacer de un movimiento de centro e izquierda?
Reflexiones finales:
Tanto los que sostienen la superación de la Concertación como los que reafirman su vigencia tienen argumentos plausibles que esgrimir. Sólo el tiempo decantará las posiciones. Ellas son siempre una rara mezcla entre virtud y fortuna, determinación política y acontecimientos externos.
La clave, siguiendo a Don Jaime, es tener un objetivo grande y noble que ofrecer. La democracia a secas nos guió entre el 6 de octubre de 1976 y el 5 de octubre de 1988.
¿Ahora será la construcción de un estado social y democrático de derecho? Deliberemos en serio sobre ello. Algunos creemos que el futuro Estado social chileno tendrá más Mercado y sobre todo más Comunidad que sus modelos europeos inspiradores.
Hoy todo es más fácil que en la dictadura. Vivimos en democracia, compartimos el método pacífico y democrático y no debieran angustiarnos los plazos.
Lo segundo es el cómo. El reagrupamiento de quienes creen en una nueva etapa de nuestro desarrollo – marcada por democracia de calidad, inclusión socio-cultural, crecimiento económico y preservación medioambiental- surgirá desde la base social y en torno a acciones decididas y palabras sinceras entre quienes así volverán a tener confianza entre ellos. Así surgirán nuevos líderes, nuevas ideas y nuevos estilos.
Finalmente, el acuerdo político de la nueva etapa de la centro e izquierda chilena no surgirá sólo de un pacto entre cuatro u ocho partidos políticos. Para suscribirlo basta con cuatro u ocho encargados electorales.
Sólo el trabajo conjunto en la sociedad civil, sindicatos, universidades, centros intelectuales, movimientos sociales y organizaciones comunitarias permitirán el surgimiento de una plataforma programática municipal, parlamentaria y presidencial maciza.
A través de dicho proceso surgirán nuevos líderes que reconquistarán la confianza de las grandes mayorías nacionales. Lo anterior supone, para los partidos, sobre todo, militancia activa, organizaciones eficientes, agrupamientos generosos, diálogo fecundo, ideas convocantes.
En suma, capacidad de construcción de un proyecto colectivo de oposición, pero sobre todo de gobierno y de gobernabilidad democrática. Esto hará que el proyecto sea viable y legítimo, social políticamente.
Algo semejante propuso Jaime Castillo Velasco en 1976.
Vio el poder de las movilizaciones sociales de 1983, el surgimiento de la Asamblea de la Civilidad y la grandeza de un movimiento político triunfante en 1988, con el NO.
Hoy la tarea es mucho menos angustiosa y apremiante. Si lo hicimos antes, ¿por qué no podríamos hacerlo ahora? Obviamente, “sin prisa, pero sin pausa”. Al ritmo de los pasos de un tremendo político como lo fue Jaime Castillo Velasco.
Suscriben en conjunto este documento Sergio Micco y Eduardo Saffirio.