Con fecha 31 de agosto la directora del Hospital del Salvador envió una carta dirigida al Rector de la Universidad de Chile, idéntica a otras tres firmadas por los directores del Instituto de Neurocirugía, Hospital Luis Tisné e Instituto Nacional del Tórax.
En ella se le solicita a Víctor Pérez, cumpliendo una “obligación ineludible”, que desocupe todas las dependencias institucionales ocupadas como campo clínico docente.
En otro párrafo le solicitan resolver lo anterior de la forma más “armoniosa y expedita posible”.
Luego mencionan estar respondiendo a una política del Servicio Metropolitano Oriente que busca establecer directrices comunes en todos los hospitales de dicha área, “con visión de futuro para el largo plazo”, y que para ello han decidido abrir licitaciones abiertas y públicas.
Con la Universidad de Chile aún movilizada, una mesa de diálogo a la que parecen faltarle un par de patas (media coja), claramente no era el momento para tomar una decisión de este tipo.
La forma, usando un lenguaje bastante fuerte y agresivo, y además por lo menos en el Hospital del Salvador, sin habérsele consultado previamente a los estamentos que aquí trabajamos, dista mucho de ser la ideal.
Acá hay un ultimátum. Una orden. Una decisión. En ella se hace sólo mención a “responsabilidades administrativas”, “gestión”, “política de desarrollo”, sin tomar en cuenta aspectos humanos, de salud pública, éticos y económicos implicados.
Se habla de una supuesta visión de futuro, en desmedro de un pasado largo, de una relación fructífera, entre una Universidad con 168 años de historia, y hospitales de larga tradición.
No se dice nada de la cantidad enorme de profesionales formados en estos centros, y de cómo han liderado importantes avances en todo el país.
También estos cuatro directores olvidan, ó no les importa, que las carreras de la salud sean impartidas por una institución laica y pluralista, a cargo de docentes preparados y comprometidos, no sólo con la Excelencia profesional, sino con un país con tantas necesidades sanitarias aún insatisfechas.
Quizás estos “gestores” pasaron por alto que la enseñanza en salud, sigue siendo de tutor a alumno, y que esto también se replica entre nuestros estudiantes. Que si aún enseñamos en “la Chile” es porque ahí aprendimos, hace años, de “otros que nos enseñaron”.
Y esto, más que la compensación económica, es lo que explica la fidelidad de los profesores.
Y esto, mis queridos directores, no es desechable, ni transferible. Esto no se paga, ni se cobra. No se transa.
Esto es un compromiso de alma con nuestros hospitales, lo que fueron, son y debieran ser.Y estas instituciones, al amparo de la Universidad de Chile, han llegado a ser lo que son.
Al terminar esta carta, leo que el Ministro Mañalich ha terminado una reunión con el Rector y la Decana de la Escuela de Medicina. Que el primero ha pedido disculpas.
Ahora vendrá un camino para reconstruir confianzas, y que nuestros directores se hagan cargo de lo que firmaron, lo que leyeron, entendieron, quisieron decir o hacer.
Y si es lo que tantos pensamos, decirles que no les será fácil, ni leve.
Que esta nueva democracia que se está gestando, a pesar de los poderosos, y desde los jóvenes, ya no permite tomar decisiones a espaldas de los implicados, y rechaza este perverso mundo, que confunde negocios, “negociados” y educación.