La relación entre el intelectual y el político es desde antigua data un tema de controversia.Desde luego, en mi opinión, se debe tratar de distinguir entre ambos.
El intelectual trabaja en el ámbito de las ideas, de la reflexión, del pensamiento abstracto, del análisis de las ideologías, para sopesarlas, argumentarlas, enseñarlas críticamente, nunca imponerlas, todo ello sin necesariamente prestar demasiada atención a la realidad y sus límites.
El político trabaja en el ámbito de la acción, del diseño de leyes y políticas públicas específicas, siempre pensando en lo que hay que hacer, para hacerlo, pero prestando debida atención a los límites, los requisitos y condiciones que la realidad presenta y muchas veces impone.
La que propongo es una caracterización por énfasis, para así expresarlo, pero que permite distinguir, tipológicamente, el uno del otro. Es también una tipología discutible, por eso es una propuesta.
El problema a mi juicio se presenta cuando el intelectual actúa como si fuera político y el político como si fuera intelectual.
Por cierto, ambos tipos pueden tener algo del otro, pero no son el otro, y cuando se confunden, la confusión puede ser muy negativa para los roles que ellos pueden y deben jugar en una sociedad organizada políticamente de forma democrática.
Mi hipótesis es que la tendencia general en Chile ha sido a que se produzca tal confusión. Quizás ello se deba a que sólo ocasionalmente ha existido, en especial en el ámbito de las humanidades y ciencias sociales, un espacio propio de los intelectuales chilenos.
Me refiero a la Universidad propiamente tal, como espacio libre de búsqueda de la verdad, de la belleza y el bien, de reflexión y creación, del pensamiento crítico, sereno, serio, ponderado, sin afán alguno de imposición, realizado y expresado sin pasión y sin ira.
Existen los intelectuales que hacen política, predicando más que enseñando, proponiendo una explicación específica más que analizando las diversas hipótesis alternativas, optando por modelos de organización perfectos, excepto que no han existido en ninguna parte.
A su vez, existen políticos que hacen política como si fueran intelectuales y así no prestan demasiada atención a la realidad y sus límites.
Son los políticos de la oratoria encendida, sin moderación, que terminan creyendo que sus imágenes muchas veces poéticas y utópicas son la realidad.
Son de aquellos políticos que creen que sus ideas e ideologías y los intereses que representan son los únicos en la realidad, la cual, obviamente, siempre es más compleja que tales simples percepciones.
Expresado todo lo anterior, reconozco que ocasionalmente, ambos roles, el del intelectual y el del político, pueden desempeñarse a un gran nivel.
A mi juicio, el recientemente fallecido gran político don Gabriel Valdés S. (QEPD) encarna una de esas pocas excepciones a la opinión que he formulado.
Don Gabriel fue un gran político y un gran intelectual. Sin duda.
Don Eduardo Frei Montalva (QEPD) fue un gran político y un gran intelectual, también sin duda alguna.
Pueden quizás existir algunos otros ejemplos entre esos grandes políticos chilenos que tuvimos en el Siglo XX, pero no muchos más.
En conclusión, opino que los intelectuales y los políticos debiéramos debemos tener presente la distinción entre uno y otro rol y tratar de no confundirlos.
Los intelectuales especialmente, si tenemos gusto y vocación por la política, es preferible que seamos políticos.
De lo contrario, sigamos pensando, aportando y participando, pero sin pretender hacer lo que los políticos hacen: la difícil, intensa, real y siempre ruda política del día a día.