Hace semanas, si no meses, que he insistido en que, para quienes tenemos cargos de representación popular o de designación política en el gobierno, es la hora de escuchar.
Reconozcamos verdades: durante muchos años nos conformamos con un sistema político cerrado que creíamos casi inmutable, custodiado por esos leones petrificados que son el sistema electoral binominal y los altísimos quórums para realizar reformas a la Constitución.
Y aunque algunos llevamos un largo tiempo hablando de la necesidad de profundizar la democracia y de llevar a cabo reformas decisivas al sistema político, que lo abran y lo hagan más participativo, también es cierto que, en tanto clase política, no estuvimos a la altura.
Y la calle nos lo recordó. La gente en las calles, en manifestaciones masivas, en caceroleos cotidianos, nos devolvió el sentido de la urgencia.
Ya no es posible seguir administrando el modelo, un modelo obsoleto que hace agua por los cuatro costados.
Y su reforma profunda requiere del acuerdo y del apoyo de la gente, que ahora se expresa, por ejemplo, en el movimiento estudiantil. Por eso en el Congreso Nacional, nos alegramos del llamado a dialogar hecho por el Presidente Piñera.
Nos alegramos por la oportunidad de discutir entre los actores involucrados un tema que viene de lo más profundo de la sociedad, que tiene que ver decisivamente con la definición del país que queremos ser.
Sin duda, el Congreso Nacional desempeñará un importante papel en este proceso.
Una vez que exista un acuerdo, una base sólida sobre la cual trabajar, que recoja real y profundamente las inquietudes que han movilizado a la ciudadanía, habrá que concretar ese acuerdo en leyes.
Y ahí estamos nosotros, los parlamentarios, en el lugar en donde tradicionalmente se expresan las distintas miradas sobre el país, para hacerlas confluir en un conjunto de leyes que nos ayuden a dar el tremendo salto que requiere disponer de un sistema de educación pública que aúne la calidad con el libre acceso, que sea efectivamente una herramienta para combatir la desigualdad y no para reproducirla, que ponga al país en la senda del siglo XXI.
De modo que miramos con esperanza el camino que se inicia.
Es la hora de deponer el juicio mezquino y la mirada interesada. Esperamos que el proceso sea exitoso.
Que el diálogo sea fluido, franco y que abarque todos los temas.
Esperamos que de esas conversaciones resulte un acuerdo bueno para todos, bueno para las actuales y las próximas generaciones, bueno para el país.