Esta semana se ha abierto una ventana para el diálogo en el conflicto sobre la educación. Piñera, después de tres planteamientos unilaterales y cuatro meses de turbulencias, ha hecho una invitación a sentarse en una mesa en La Moneda.
Desde la derecha, el presidente UDI Coloma, aunque en buena hora abierto a la idea, ha comentado que Piñera “ha corrido conscientemente un riesgo al llamar al diálogo”.
Se evidencia una vez más lo que inspira a los que nos gobiernan: en este caso la doctrina del diálogo como riesgo. La de las mentalidades autoritarias. La del proyecto mesiánico que utilizó una dictadura militar prolongada para realizar brutalmente una revolución por arriba al son del credo ultra liberal de minimización del Estado y de destrucción de la solidaridad colectiva.
La que agitó el fantasma del enemigo interno y externo, con el fin de defender los intereses del poder económico y del privilegio oligárquico en una sociedad jerarquizada y clasista.
¿Por qué este lenguaje tan duro se preguntarán ustedes?
Porque es necesario develar una y otra vez que nuestra sociedad ha entrado de nuevo en crisis por la persistencia imprudente del afán de dominio y control de un grupo que, frente a la percepción de amenaza de perderlo todo a partir de 1964, se hizo del poder por la fuerza en 1973 y no trepidó en aplastar a una parte de la sociedad chilena sin fijarse límites en su violencia.
Grupo social que debió retroceder cuando ya no podía mantener todo el dominio del poder, pero que logró construir una trama institucional destinada con éxito hasta ahora a impedir que se ejerciera la voluntad del pueblo, siempre considerado díscolo y peligroso, supuestamente necesitado de tutelas políticas, religiosas, culturales.
Grupo social que persiste en no someterse a la regla democrática básica: el principio de mayoría, que incluye el derecho de las minorías a procurar transformarse en mayoría.
Algunos señalan que la oposición actual no se abre a los acuerdos como la derecha en los gobiernos anteriores: es que la derecha tenía – a través de senadores designados y leyes de quórum- los derechos propios de las mayorías siendo minoría, y cedía muy parcialmente en aspectos siempre secundarios para conservar lo esencial y evitar estallidos políticos y sociales.
Y la mayor parte de la actual oposición parlamentaria en su momento fue haciendo de necesidad virtud y aprobó desde 2010, para su vergüenza, regalías mineras, reajustes y reformas al sistema escolar en este gobierno, a entera satisfacción de aquellos poderes que mantienen una irrefrenable e indebida influencia en el sistema político.
La crisis educacional salió de las instituciones para irse a la calle precisamente por esto.
La sociedad dijo basta al sistema de connivencia de las élites conformistas o cooptadas y de dominio de la desigualdad y el privilegio, al menos en aquello que resulta tan crucial más allá de ideologías: ofrecer a los hijos oportunidades igualitarias y la posibilidad de desarrollar sus proyectos de vida con la mejor educación posible.
Sigamos reafirmando una visión libertaria de la esfera pública y alternativa a la de este cerrado grupo de poder que tanto éxito ha tenido en los últimos 40 años en condicionar sin escrúpulos la vida colectiva chilena: el diálogo nunca es un riesgo.
Es la parte de la conducta humana que permite el entendimiento y debe cultivarse en toda circunstancia, por difícil que sea, si se quiere ordenar la sociedad sobre bases civilizadas.
Cuando los grupos homogéneos se encierran en sí mismos se vuelven intolerantes e incluso violentos, al demonizar los valores e ideas ajenos.
Es la apertura a la diversidad y el respeto por el otro, aunque nos sea difícil, aunque las posiciones sean encontradas, lo que genera progresos humanos y sociales duraderos.
Esa es la lección del siglo 20, para todos, también para la izquierda, que anidó en su seno el estalinismo y dogmas cerrados, rechazados por la izquierda libertaria, que también cometió errores cuando se inclinó por un voluntarismo vanguardista estéril.
La divergencia estará siempre presente en la esfera pública, pues allí se confrontan ideas, valores e intereses.
La democracia está concebida para canalizarlos y dirimirlos en un régimen de libertades y derechos regulados.
Si queremos cultivar una sociedad plural y democrática, sigamos a Nietzsche: “toda gran verdad necesita ser criticada, no idolatrada”.
O a Elías Canetti: “la primera prueba de respeto hacia los seres humanos consiste en no pasar por alto sus palabras”. Confiemos en el diálogo y en este diálogo del sábado 3 de septiembre, que ojalá sea histórico.
El Presidente Piñera se aproxima a la reunión exponiendo su rechazo a “estatizar la educación chilena”, ya que, a su juicio, es un atentado “no solamente a la calidad, sino que a la libertad y a la equidad”. Palabras fuertes, pero equivocadas. La segunda mejor universidad del mundo, UC Berkeley, reúne a 33 mil estudiantes y es pública (la primera, Harvard, es privada sin fines de lucro y se especializa en posgrados e investigación).
La única universidad latinoamericana ubicada entre las primeras 150 en el mundo, en criterio del indicador de Shangai, es sumamente pública y gratuita, la Universidad de Sao Paulo y sus 86 mil alumnos, al igual que las dos que le siguen entre las primeras 200, la UNAM de México y la Universidad de Buenos Aires. La chilena mejor clasificada, situada solo entre las 500 mejores del mundo, es la estatal Universidad de Chile.
Y sobre todo nadie está pidiendo estatizar nada, sino que todo lo contrario: desestatizar las utilidades privadas en educación y que no sigan ganando dinero operadores mercantiles con recursos públicos. Y que los recursos públicos vayan a las entidades públicas o sin fines de lucro, no a bolsillos de particulares. Que los subsidios se queden en el sistema educativo para ayudar a aumentar su calidad. Razonable ¿no?
Nadie está proponiendo que no haya pluralismo y libertad en la educación, sino todo lo contrario: que donde haya recursos públicos se respeten estos valores sociales, se cultive la diversidad y el respeto por todas las convicciones y no solo las creencias de grupos particulares que se traducen en discriminaciones inaceptables financiadas por todos.
Plantea además el Presidente que la gratuidad total implicaría que los pobres financian con sus impuestos a los ricos.
Cierto, pero solo si lo que se tiene en mente es que los pobres sigan pagando más impuestos en proporción a los ingresos que los ricos, lo que se puede modificar perfectamente aumentando la progresividad del sistema tributario.
Hasta donde entiendo, los estudiantes plantean que las ayudas estudiantiles se universalicen pero considerando los niveles de ingreso, no que los dueños de las grandes fortunas manden gratis a la universidad a sus hijos.
Por último, un grupo de legisladores, que incluye a senadores como Lily Pérez y Carlos Cantero, que no son precisamente unos bolcheviques, plantean que las escuelas con fines de lucro que quieran seguir recibiendo subvención transiten a una situación sin lucro en un plazo de 3 a 5 años.
Un acuerdo razonable está al alcance de la mano.
Depende del gobierno y de sus interlocutores. Y tendrá trascendencia histórica.
Como también que se frustre y nos instale en un camino de confrontación prolongada.