El movimiento estudiantil más masivo de la historia ha vuelto a poner a Chile sobre sus pies, pero tiene a varios de cabeza. Los más reputados analistas políticos de la plaza parecen haber caído presa de un súbito cretinismo.
Para que decir otros “expertos” que padecen el mal crónico. Sencillamente “no cachan” nada de lo que está pasando. Les molesta sobremanera, además. No son los únicos que se quedaron apresados en los esquemas del período de transición. Les acomodaba tanto que pensaban iba a continuar para siempre. Hasta la prensa internacional comprende que hay una crisis de legitimidad.
El espectáculo de analistas y opinólogos locales no puede ser más lamentable. Ciego y sordo a lo que cientos de miles de personas en la calle le vienen gritando desde hace meses, uno ha llegado a afirmar que menos mal que todavía hay encuestas que le permiten saber lo que la gente supuestamente piensa.
Algunos más sagaces que el autor de esa perla, opinan que basta con que la oposición le preste ropa al gobierno para que la cosa se calme.
Piensan que el asunto se parece a momentos difíciles de algunos de los presidentes anteriores, cuando se vieron acosados por ciertos aires de fronda. Como allí bastó que el más campeoncito de la oposición de entonces pusiera orden en sus filas y le diera agüita al gobierno, a cambio de todavía más concesiones, suponen que ahora pasaría lo mismo.
No se dan cuenta que lo que ocurre se origina precisamente en la ilegitimidad en que ha caído el sistema político en su conjunto, gobierno y oposición más o menos por igual. Felizmente, la oposición de ahora no ha sido tan cretina como para no darse cuenta.
Por lo demás, la gente se los hace ver a garabato limpio cada vez que se aparecen por la calle. Incluso uno de ellos que se presentó en la última elección como ícono de supuesta irreverencia juvenil, ha sido correteado cuando ha osado acercarse a las marchas. Ese no ha entendido nunca que la verdadera irreverencia consiste en enfrentarse al poder.
Es precisamente lo contrario a la frivolidad arribista de dejarse manipular descaradamente por éste. Otros que han osado enfrentar a los jóvenes dirigentes estudiantiles en foros públicos, han hecho el ridículo hasta lo patético.
Uno de los mandamases opositores, que difícilmente se confundiría con un lince, hace tiempo que anda que corta las huinchas por incorporarse de frentón al gobierno. Sin embargo, ha sido desautorizado una y otra vez por sus propios compañeros de partido.
Sea como fuere, hasta el momento la oposición se ha abstenido del papelón. Algunos y algunas de sus dirigentes han apreciado la situación de modo razonable. Los analistas, en cambio, atribuyen esta sensata prudencia a falta de liderazgo o cálculo malévolo de esperar que el gobierno esté en el suelo.
Para compensarlo, han recurrido al de más peso entre los líderes concertacionistas, al que han debido traer del extranjero donde viene capeando el temporal desde hace algunos años. Ha hablado hasta por los codos, más que cualquiera de los de acá.
Le enmendó la plana al que fue su jefe, a quién no se le había ocurrido nada mejor que echarle toda la culpa a la derecha por lo que él no hizo en veinte años. Todo Chile sabe que eso es solo parte del cuento, puesto que la otra parte se debió al oportunismo con que ellos adhirieron al modelo heredado – a cambio de gobernar dos décadas.
El sociólogo Manuel Antonio Garretón ha recordado hace poco que el principal ideólogo del esquema educacional actual no milita precisamente en la derecha. Bueno, el hombre de peso le ha dicho a su ex jefe que no insista en esa frescura, sino que ¡apechugue con lo que hizo! Peor les va a ir con esa recomendación.
Mucho mejor consejo es el que autoridades de gobierno y líderes de la oposición pueden recibir de un editorial del diario británico Financial Times del 25 de agosto.
A juzgar por la forma en que comprende la situación chilena, los colegas del agente 007 se anotaron un poroto. En una palabra dice que las protestas estudiantiles han dejado al desnudo una crisis de legitimidad.
Ciertamente – afirma el diario británico – la educación ha sido una mancha en el éxito económico chileno. Si bien el crecimiento casi ininterrumpido ha levantado todos los botes, no ha corregido la intolerable desigualdad. La promesa era que la educación permitiría a los chilenos estar mejor que sus padres.
El sistema educacional es incapaz de cumplirla. Es notoriamente malo no tanto porque dependa al extremo en instituciones privadas, sino porque el Estado gasta muy poco, con el resultado del sobre endeudamiento de los estudiantes. Unido a una supervisión deficiente, hace que todas las instituciones, públicas y privadas, entreguen una educación de inferior calidad.
Hasta ahí – continúa el editorial – todos están de acuerdo y el gobierno de hecho ya ha concedido varias de las principales demandas estudiantiles. El que no haya logrado desactivar al movimiento estudiantil antes que haya alcanzado el punto de ebullición actual, muestra la incompetencia de Piñera, quien ha caído muy bajo desde las alturas de popularidad que logró tras el rescate del los mineros.
Sin embargo – según el Financial Times – no se le puede echar toda la culpa al Presidente, puesto que es toda la clase política la que ha fracasado. El llamado de los estudiantes a un plebiscito demuestra que existe una gran desconfianza hacia la elite política de gobierno y oposición que ya venido manejando al país.
Con toda razón – afirma el editorial – puesto que la política chilena se haya entrampada, institucionalmente por un sistema electoral que cimenta un empate y psicológicamente por las odiosidades remanentes del período dictatorial. Diseñadas para salvaguardar el modelo económico y social heredado de Pinochet, su fosilización ha ahuecado las instituciones estatales de toda representatividad.
La crisis no va a terminar cuando los estudiantes vuelvan a clases, sino que se va a requerir una reforma electoral y probablemente una nueva constitución.
Las tribulaciones de Chile demuestran que su transición continúa incompleta: no basta con el crecimiento económico para terminar con las divisiones sociales – concluye el diario británico.
¡No hay peor sordo…!