Costó mucho recuperar las libertades en Chile, entre ellas las libertades sindicales. Eso lo saben Arturo Martínez y otros sindicalistas antiguos.
Lo saben también los chilenos que recuerdan a dirigentes tan valerosos como Manuel Bustos, Héctor Cuevas y Tucapel Jiménez, que se arriesgaron en una época en la que todo estaba en juego, y no por supuesto el recorrido de una marcha.
La CUT se encargó de demostrar, una vez más, que hace muchos años que no tiene capacidad de paralizar el país. Es claro que a sus dirigentes les interesa demostrar que la CUT existe, y lo hacen del modo que hemos visto.
Es indispensable no hacerle el quite a la autocrítica. A la hora del balance de lo ocurrido el 24 y el 25, los dirigentes sindicales deberían sentir por lo menos cierta desazón por los estragos causados por los grupos de desalmados que volvieron a aprovechar el ambiente creado por el llamado a paro, concebido por la CUT como en los años de las protestas contra la dictadura, pero… cuando no hay dictadura.
Deberían preocuparse por el hecho de que, a los ojos de miles de chilenos, estas manifestaciones se asocian con el pillaje, la destrucción y la furia incendiaria.
El jueves fue atacado con bombas molotov y piedras el templo de la Gratitud Nacional.
Vergüenza para Chile.
No somos responsables, pueden decir los sindicalistas, lo que daría hasta para ironizar acerca de cuán cierto es eso. Ellos no son responsables: se limitan a poner la escenografía.
En fin, allá ellos con su conciencia.
La CUT se subió esta vez al carro del conflicto educacional. Los dirigentes estudiantiles creyeron incluso que el objetivo principal era apoyarlos. Por desgracia, las banderas nobles, en este caso la igualdad de oportunidades en la educación, pueden terminar desvirtuándose en el camino.
¿Por qué dos días? Suponemos que para establecer una diferencia respecto del paro de un solo día que la CUT organizó en agosto de 2007 contra el gobierno de la Presidenta Bachelet, en medio del descontento del Transantiago. Era necesario mostrar una diferencia de trato a un gobierno de derecha: dos días.
En 2007, Martínez le dijo a la prensa extranjera que la protesta sería la mayor desde la época de la dictadura y que era una forma de rechazar “el capitalismo salvaje que prevalece en Chile y advertir al gobierno sobre el riesgo de un estallido social incontrolable. Más que decepción, hay indignación con la Presidenta Michelle Bachelet”.
Aquella vez, tampoco hubo un paro propiamente tal, sino marchas más o menos concurridas, y también destrucción y desmanes en las calles. Pero los dirigentes sindicales, como ya está dicho, no fueron los responsables.
El país necesita un movimiento sindical renovado, vigoroso, abierto a los tiempos, que sea respetado por la población y sea interlocutor del gobierno y los empresarios.
Eso implica, por supuesto, que luche por crear mejores condiciones para la sindicalización y la negociación colectiva.
Implica, probablemente, sumar fuerzas para aprobar un nuevo Código del Trabajo.
Pero, además, supone pensar no sólo en los trabajadores que laboran en las dependencias del Estado, sino en los cientos de miles de trabajadores que se ganan la vida en el sector privado, en las pequeñas empresas, en el comercio, en la agricultura, etc.
Hay que pensar no sólo en los que hoy tienen un puesto de trabajo, sino en los que necesitan tenerlo.
Algo más: los partidos políticos no son sindicatos. Se pueden comprender los lazos de solidaridad que existen entre los dirigentes y los sindicalistas de un mismo partido, pero hay que rechazar las confusiones.
Esto exige que los líderes políticos demuestren coraje para no ser arrastrados por la corriente. Si los partidos renuncian a la autonomía de la política, esto es, al espacio del diálogo, la controversia y los acuerdos, se desprestigiarán todavía más. Ha habido demasiadas concesiones al oportunismo en el último tiempo.
¿Qué harán ahora los líderes estudiantiles?
Ojalá se den cuenta de que, para contribuir a materializar las reformas de la educación, ha llegado el momento de normalizar las actividades educacionales en todo el país.
Ya son muy altos los costos que están pagando las universidades estatales y los colegios municipales por casi tres meses de paralización. Tenemos que mejorar la educación pública, no hundirla.
Los que ponen, por encima de todo, el deseo de manifestar su rechazo a Piñera de cualquier manera, en realidad propician la política del toro furioso, cuyo instinto se reduce a embestir y embestir. Como sabemos, los toros furiosos pueden terminar desangrándose.
Quienes somos opositores al gobierno de la derecha por muchas razones, queremos que la centroizquierda actúe con inteligencia y sentido nacional.
Que demuestre que sus convicciones democráticas están fuera de duda. Que no pierda de vista a los chilenos que no desfilan, y que son la inmensa mayoría. Que ofrezca soluciones para los problemas de hoy y un camino que valga la pena recorrer mañana.
¿Aspira la centroizquierda a volver a gobernar? Tiene que demostrar que es merecedora de la confianza del país.