El prestigioso semanario “The Economist”, que pocas veces yerra en su diagnóstico sobre Chile, con una reposada mirada desde el exterior hace un análisis dramático y preocupante del momento actual con un reportaje titulado “Descontento en Chile: la represa se rompe”.
Señala que las fallas del sistema democrático han facilitado una frustración reprimida de los chilenos.
“Después de décadas de crecimiento económico, progreso social y estabilidad política Chile ha empezado a comportarse repentinamente de un modo más parecido al de algunos de sus vecinos”.
El Gobierno y la Concertación son definitivamente mal evaluados.”Piñera es el blanco de las frustraciones. El gobierno ha caminado con muchos tropiezos. La Concertación no es más popular y al respaldar un plebiscito sobre política educacional que no se puede reducir a una sola pregunta, ha demostrado cobardía intelectual”.
Los políticos están desconcertados, alude The Economist y los chilenos no están dispuestos a ignorar las fallas de su democracia ganada a cambio de estabilidad política y crecimiento económico y apunta, al menos, a tres reformas fundamentales de corto plazo: educación, sistema electoral y nuevos tributos.
Tal vez, esto resume adecuadamente el sentido profundo de lo que está ocurriendo en nuestro país. Después de casi dos décadas de dictadura militar, en los siguientes 20 años (1990-2010), coincidentes con Gobiernos de una otrora exitosa Concertación de Partidos, las ilusiones de una sociedad que creyó en “la alegría que viene”, sintió que –en realidad- lo que predominaría sería sólo avanzar “en la medida de lo posible”.
Esa medida, digámoslo con claridad lo puso en gran parte la derecha que impidió cada vez que fue necesario la concreción de importantes reformas políticas, sociales y económicas que hubiesen podido profundizar nuestro sistema democrático.
Enfrentados al chantaje político e ideológico de los conservadores, la centro-izquierda expresada en la Concertación gobernante no pudo imprimir un sello más avanzado y progresista, además porque en su propio seno han coexistido, un núcleo de socialistas-liberales, todavía culposos de haber sido Allendistas; un núcleo cristiano de centro, de inspiración liberal y pro-mercado y un difuso sector socialdemócrata con ideas progresistas pero sin poder suficiente para haber encarado las mayores demandas de cambio.
Autocomplacientes y autoflagelantes. Al final, éstos últimos, considerados “díscolos” por el poder oficialista, renunciaron a su militancia concertacionista y optaron por levantar referentes autónomos.
La sociedad chilena, ya frustrada por 18 años de dictadura (toda una generación), observó con paciente irritación, en los siguientes años, que el discurso de avanzar “en la medida de lo posible” sería principalmente beneficioso para algunos pero no para todos.
Sucesivamente las políticas públicas se orientaron a resolver los problemas puntuales mediante una batería enorme de subsidios y el control social del movimiento sindical, estudiantil y poblacional se impuso a través de las redes oficiales de la concertación gobernante.
A partir de 1998 el electorado comenzó a mostrar las primeras señales y finalmente en el 2006 se produjo el primer gran levantamiento de los estudiantes secundarios. La demanda de un pase escolar gratuito gatilló la movilización de cientos de miles de niños y niñas en las calles de las principales ciudades de Chile convirtiéndose en una marea casi incontenible.
Casi…Porque el oficialismo reinante y el control de la red social surtió efecto.
Gobernantes, políticos y parlamentarios concordaron medidas; se constituyó una gran comisión; se dio a los estudiantes una ceremoniosa respuesta formal; se acordaron ciertos proyectos que se enviaron al Parlamento y ahí comenzó un debate que duró años…hasta el estallido de la demanda universitaria el 2011 por un cambio del modelo educacional y el fin del lucro en la enseñanza superior. Esto, hace tres meses.
Y lo que ha ocurrido es que, naturalmente, la demanda de educación gratuita y fin al lucro educacional no se puede cumplir sin reformas al modelo educativo y consiguientemente sin reformas de la Constitución.
Equivocadamente el ex Ministro de Educación, Joaquín Lavín se preguntaba en conferencias de prensa: ¿Qué tienen que ver las demandas estudiantiles con el cambio de la constitución y la nacionalización del cobre?….Semanas después debía renunciar al cargo.
Han transcurrido 18 años de dictadura. Estamos cerca de recordar el golpe del 11 de septiembre. Chile cambió con Pinochet. Qué duda cabe.
Fue una Revolución conservadora y el precio pagado por los chilenos ha sido muy alto e ignominioso. Luego, vivimos 20 años de gobiernos democráticos bajo una misma coalición.
El país progresó. Superamos parte fundamental de la pobreza. Pero el sistema político y económico se mantuvo prácticamente intacto. Un vergonzoso sistema electoral bi-nominal fue sostenido, incluso con silencios culpables de los beneficiados.
El mercado fue respetado como el que más: la sociedad quedó prisionera de los abusos bancarios y de las grandes cadenas comerciales. Para modificar el mercado y regularlo se requería el consenso con la derecha. Nunca lo concedió.
Y la brecha comenzó a abrirse escandalosamente y la acumulación de la riqueza instaló dos Chiles: el de las familias extremadamente acomodadas, con viviendas sobre UF 5.000, en localidades semejantes a Manhattan, en tanto la mayoría de los chilenos debe conformarse con un ingreso medio, menor a USD 800 dólares.
La rebelión estudiantil ha develado las miserias profundas del modelo socioeconómico y del sistema político. Familias enteras soportando por años, sobre sus hombros, la pesada deuda universitaria.
Hoy hasta un Ministro reconoce que si él estuviese en la piel de estas familias también habría marchado. ¡Pamplinas! Se trata del mismo personaje político que representa a la clase social que goza de un país de mercado y que se beneficia con la desigualdad social. No hay sinceridad en sus expresiones sino demagogia.
La clase política, la de centro-izquierda, está perpleja. Su obra de 20 años está siendo atacada por la rebelión masiva. Los mismos que brindaron su respaldo electoral a los actuales líderes enarbolan ahora lienzos con la frase “Que se vayan todos” y se grita en las calles “el pueblo unido, avanza sin partido”…
Preocupante para las élites, especialmente para las que construyeron una épica (la del No en 1988) y convencieron al país que la estabilidad política y económica eran bienes mucho más superiores que las demandas de justicia y de igualdad y que había que avanzar “en la medida de lo posible”, y que luego de pasar por el desierto de la dictadura, al menos un sector de esta élite, no dudó en hacerse parte o formar parte de los privilegios del sistema, con muchas ganancias.
Es difícil, entonces, pensar que la Concertación de partidos, con sus actuales liderazgos públicos tenga capacidad de reconstruir el liderazgo de esta coalición.
Es difícil pensar que la coalición en si pueda sostenerse si no se supera el frágil equilibrio entre liberales-progresistas y conservadores. Este dilema atraviesa transversalmente a los cuatro partidos.
Y se complejiza más aún cuando la vieja guardia concertacionista se resiste a abandonar el poder y mantiene –íntimamente- su confianza en el retorno al Gobierno, de la mano de quien ostente mayores simpatías electorales. Pero parece que la dinámica social va por otro camino. “Que se vayan todos” y después conversamos…
Menudo problema para las bases sociales y militantes de estos partidos, especialmente de cara a las próximas elecciones municipales.
¿Podrán esas bases replicar en sus cerradas estructuras partidarias un proceso semejante al liderado por el movimiento estudiantil?
¿Podrán los militantes comunes y corrientes sobreponerse a las élites partidarias actuales, muy estrechamente unidos por intereses comunes?
¿Llegará la rebelión ciudadana a impregnar las sedes partidarias? En este campo, los controles de la élite partidista todavía funcionan. Pero dejemos a lado los partidos.
Si el Presidente Piñera no recibe en estos días, con la dignidad que ello requiere, a los líderes estudiantiles y conviene con ellos el curso de las demandas de cambio que la ciudadanía reclama, los días y semanas próximas seguirán siendo tensos para el país y es presumible que se sumen mucho más personas y organizaciones en el reclamo nacional.
El Presidente debiera comprender que ya no es su autoridad la que está en juego, sino la estabilidad de su propio Gobierno. Ya fue obligado a un cambio de Gabinete. De hecho, el respaldo electoral con el que fue elegido ha caído estrepitosamente.
Y en el Parlamento, los legisladores deben estar atentos para responder con diligencia y rapidez a la aprobación de las reformas estructurales que representen un cambio de período.
Como dice The Economist: una nueva educación, cambio radical del sistema electoral (y por favor, incorporar si o si poner límite a la reelección indefinida) y reforma tributaria justa (que los que ganan más, paguen más). Así de simple. Así de complejo.
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