Fuerte la escena televisiva de confrontación entre el vicepresidente de la Fech y un ex ministro de educación de la Concertación. Sin levantar la voz ni agitarse, el asertivo estudiante universitario, Francisco Figueroa, le enrostró a Sergio Bitar que, al igual que la derecha que ahora gobierna, cuando era ministro de educación le abrió las puertas a la banca privada en el negocio de la educación.
Si bien la mesura en el comportamiento gestual del dirigente universitario era contradictoria con la violencia de sus palabras, desafortunadamente Sergio Bitar perdió el control y, por lo mismo, las condiciones para dar una respuesta argumentada ante la descalificación que se le hizo en pantalla.
Apelar a la trayectoria de lucha contra la dictadura y por la reconstrucción democrática, como hizo Sergio Bitar, no le dice absolutamente nada a un joven que nació en el Chile democratizado que el ex ministro, entre muchos más, ayudó a construir.
Un joven que, como tantos otros de los que se movilizan en las calles por la educación, no ha conocido de cerca -ni de lejos (por su edad, podría ser nieto de alguien de la generación de Bitar)- lo que fue aquella irrespirable realidad.
De modo que esa credencial, que sin duda nos honra a todos los que con nuestras trayectorias y compromisos hemos posibilitado que Francisco Figueroa y todos los jóvenes puedan emplazar a quien quieran en público, sin temor, ni consecuencias en sus vidas, no es un argumento válido en el actual debate político.
Tampoco le dice nada a un joven de esta nueva sociedad que ha avanzado a pasos agigantados en superar la pobreza, creándose vastos segmentos medios que con gran esfuerzo pagan el precio de su desigual integración social, especialmente en la educación superior, que cuando se creó el Crédito con Aval de Estado bajo la responsabilidad ministerial de Bitar, las condiciones fiscales y políticas eran muy distintas a las actuales.
Y que lo posible de hacer por ese entonces -con un empatado parlamento por el sistema binominal- era al menos abrir una puerta de oportunidades a millares de jóvenes que querían ingresar a la educación pos secundaria y no calificaban para el Fondo Solidario.
Claro, cómo pedirles que entiendan las limitaciones que determinaron decisiones pasadas si es eso, precisamente, lo que ellos están cuestionando: la reducida capacidad del Estado para hacer posible la educación como un derecho de calidad y las distorsiones de representación en la política.
Por cierto, ignoran que ahora son una fuerza social de envergadura, con capacidad de presión política para cuestionar tales limitaciones, justamente porque se integraron masivamente a un proceso educativo que, así como les abre los ojos, también les pasa la cuenta.
Por atendibles que sean las argumentaciones que demuestran las buenas intenciones y proyectos de la Concertación en sus sucesivos gobiernos y la obligada necesidad de negociar su materialización con la entonces oposición de derecha, las respuestas que se buscan son las del futuro, a partir de las condiciones actuales y presentes.
Y, por lo mismo, igualmente entendibles son las suspicacias y desconfianzas con que los jóvenes miran a los actores políticos relevantes de ese pasado que ellos quieren superar.
Injusta, pero realista actitud que en sí misma explica el por qué del necesario recambio generacional en la política y en el gobierno de la sociedad.
Los concertacionistas podemos sentir orgullo de ser los progenitores de esta nueva generación desafiante, argumentativa, pasional, con convicciones y valores. También a ratos, y como lo fuimos nosotros a su edad, intransigente e intolerante.
Son los mismos rasgos con los que intentamos mover lo que en nuestras épocas parecían obstáculos inamovibles. Por cierto, no tuvimos siempre la verdad, ni menos la razón. Nos equivocamos y cometimos errores, algunos garrafales y de lo que todavía se pagan consecuencias.
La política nos falló entonces. Lástima si eso se vuelve a repetir hoy, sería una pérdida de oportunidades magníficas. Tenemos una nueva generación de ciudadanos que tiene toda las condiciones para hacer de Chile progresivamente un mejor país para vivir, si es que la política se pone a la altura de las circunstancias, no apelando a su heroico pasado, ni a los evidentes logros de veinte años, sino a su lucidez futura.
Cada quien en su lugar y papel. Ellos, los jóvenes, exigiendo lo imposible. Y la política, con su experiencia generacional, acercando la posibilidad de lo deseable.