Estamos cumpliendo dos meses desde que el llamado “movimiento estudiantil” se ha radicalizado en cuanto la manifestación de las posturas de dos de los principales actores: los estudiantes y el gobierno.
Paro de actividades, tomas de establecimientos educacionales, marchas, represión, desalojos, huelgas de hambre y declaraciones, entre otras diversas acciones, han marcado este tiempo.
El resto de la sociedad, más bien hemos sido testigos pasivos, muy pasivos, quizá confiando que en algún momento se establezca un diálogo que sea constructivo, comprensivo con la contraparte, y que busque generar una nueva realidad en torno a la evidente necesidad que tenemos como país de contar con un sistema de educación propio de sociedades que buscan legítimamente el desarrollo integral de las personas.
Ese diálogo, a mi entender, no se ha dado, y veo con preocupación que los hechos de estos días no van necesariamente en esa dirección.
Paradojalmente, percibo que si bien estos meses han sido duros, tenemos la gran oportunidad para generar una gran reflexión respecto de la educación que necesitamos y estamos en condiciones de aspirar, para la construcción de una sociedad inclusiva, y por lo tanto más democrática y justa, cívica y ampliamente desarrollada.
La posibilidad de construir otro Chile, sobre los valores antes mencionados, recae en todos nosotros, sin embargo hoy los estudiantes y los representantes del gobierno, tienen la gran oportunidad, y a mi juicio, la obligación ética de iniciar el camino.