Por cierto no tengo claro -como seguramente la gran mayoría de los chilenos-, en qué va a terminar el actual conflicto social que tiene como bandera principal el tema de la educación (es evidente que hay muchos otros -expresos y soterrados- tras las marchas y los “caceroleos”). Lo que sí es claro que el ambiente político cambió, y eso no parece tener vuelta.
Aún dentro de este indescifrable ambiente, ya hay algunos dentro de la Concertación que empiezan a hacer públicas sus aspiraciones presidenciales, la derecha parece haber definido en buena medida su opción con la designación de Laurence Golborne como Ministro de Obras Públicas.
La historia es conocida. La Concertación surge para hacer frente a la Dictadura y enfrentarla en el Plebiscito. Luego, en un acto de responsabilidad política, decide buscar un acuerdo programático de largo plazo y conformar una alternativa de Gobierno lo más amplia posible, sobre la base de dos convicciones fundamentales: la consolidación de la democracia exigía actuar con moderación y pragmatismo; el bienestar social es un proceso y por ende se alcanza gradualmente.
Teniendo en vista ambas convicciones, y sabiendo que los giros abruptos sólo podían generar un escenario de tensión inmanejable para la naciente centro-izquierda gobernante, se buscó avanzar lo que era posible, si bien los temores a veces llevaron a hacer aún más corto aún el horizonte de lo que se podía llegar en los grandes temas institucionales y económicos. Pero, ciertamente, no fue sólo el miedo a regresiones autoritarias lo que llevó a actuar de la manera que se hizo.
La asunción del nuevo Gobierno democrático, coincide, para bien (¿se imaginan un acuerdo permanente entre socialistas y democratacristianos con socialismos reales vigentes en el mundo?) y para mal (la ausencia de alternativas o referentes), con un cambio radical de paradigmas políticos, sociales y culturales en buena parte del mundo occidental.
Este cambio de paradigmas en algunos casos y ámbitos significó la adhesión conciente a nuevas creencias, principalmente en lo económico-social, pero en otros únicamente la pérdida de las antiguas.
Allí, el “poder hacer” vino a reemplazar el “por qué hacer”. Si bien siempre se tuvo claro el “para qué hacer”: para el bien de Chile y los chilenos (auque suene cursi).
En tal contexto, para muchos chilenos, más allá del grado de satisfacción con los Gobiernos de la Concertación o con el estado del país, lo importante era que no gobernara la derecha y que, de algún modo, se avanzara, y por cierto ello ocurrió por veinte años.
Pero llegó a su fin.
Más allá de las encuestas, si la Concertación quiere ser Gobierno nuevamente, para lo cual tiene méritos y personas, debe ser capaz de definir y explicitar sus convicciones… sus nuevas y sus reforzadas convicciones.
Cierto es que se trata de una instancia plural, y que la divergencia a su interior es parte de su condición y fortaleza, pero debe tener y expresar un sustrato mínimo de acuerdo que diga relación con cosas vitales para el país.
Por cierto ello no le asegura un triunfo, pero sí dignidad. Y contar con referentes políticos dignos y solventes es más importante que ser nuevamente Gobierno.