La crisis actual que vive nuestro país es una buena muestra de las debilidades de fondo que hasta ahora no hemos sido capaces de resolver y que tienen que ver con la ausencia de un referente que nos una a todos en cuanto ciudadanos y que nos haga sentirnos participantes en una común misión nacional.
El poeta Vicente Huidobro refiriéndose a esto mismo ya señalaba que Chile es un país “sin alma”, y lamentablemente la historia posterior solo ha servido para confirmar este triste aserto.
Si antes de la Dictadura este hecho ya era un problema, lo que ocurrió con ella lo agudizó aún mas.
La Constitución de Pinochet fue impuesta por la fuerza y a pesar de las modificaciones que se le hicieron durante los Gobiernos de la Concertación nunca logró legitimarse verdaderamente.
No hubo consulta pública y una buena parte de los ciudadanos jamás la aceptaron como propia.
El sistema político binominal agravó las cosas, porque alejó a la ciudadanía de decisiones fundamentales, como elegir verdaderamente a sus representantes, llevando a nuestro país a la encrucijada en la que se encuentra actualmente, en la que los chilenos se sienten ajenos a la clase política y a sus discusiones.
Para colmo de colmos la aplicación de la economía liberal sin tomar ningún tipo de resguardos para proteger a los ciudadanos de sus eventuales estragos, ha desarticulado al Estado, lo ha debilitado y ha entronizado en nuestra sociedad la nefasta idea de que cada cual debe arreglárselas como pueda, instaurando como única ley verdaderamente válida, la ley de la selva (aunque Nicanor Parra afirma que ni siquiera esta ley es respetada en Chile).
La dictadura terminó con todas las formas en que se expresaba la solidaridad ciudadana, como el sistema público de salud, el sistema público de educación y el sistema público de previsión, entre otras.
Lamentablemente, los gobiernos que han seguido no se hicieron cargo de esta catástrofe y solo administraron de mejor manera la herencia de Pinochet.
El Gobierno de Piñera solo ha buscado completar lo que venía haciendo la Concertación. De esta manera se ha corroído completamente el sentido de pertenencia y de unidad nacional.
Dentro de esta situación, el país se ha dividido entre los que se han beneficiado con ella y la inmensa mayoría que ha sido perjudicada.
Un ciudadano de a pie, que sale a las calles para celebrar el triunfo de “la roja”, podría con toda razón detener un momento su entusiasmo y preguntarse: ¿Qué ha hecho mi país por mí? Yo soy el que pago mi Isapre, yo soy el que pago mi AFP, yo le pago la educación a mis hijos, yo no decido verdaderamente sobre quienes asumen el poder porque la verdad es que se arreglan entre ellos, yo tengo que pagar los intereses usurarios de mi banco, yo tengo que aceptar que La Polar re-pacte mi deuda sin mi consentimiento…
Entonces, ¿Qué le debo yo a Chile?
Se me ocurre que súbitamente su mente quedaría en blanco y no sabría qué responder. A lo mejor seguiría gritando con desesperación al descubrir que lo único que él tiene en común con el resto de sus conciudadanos es este amor bastante poco justificado a la camiseta.
Sin que exista esto común, ¿Es posible la paz en un país? ¿Es posible un mínimo de unidad nacional como para que exista un verdadero respeto por los bienes públicos, un respeto de buen grado a la ley, un honesto pago a los impuestos, una mirada serena hacia las instituciones?
¿Sin la afirmación de eso común no se instaura mas bien la ideología del “cada uno por su lado” y del “sálvese quien pueda”?
Por eso, lo importante del actual movimiento de los estudiantes es que permite pensar que existe fuerza suficiente en nuestra sociedad como para exigir condiciones de vida en común mas justas, que es posible soñar con una solidaridad para encarar todos juntos los problemas que generan las situaciones de injusticia mas odiosas, que es posible cambiar las cosas en beneficio de las mayorías y no en beneficio de unos pocos.
Lo importante de este movimiento es que él ha puesto a los beneficiarios del sistema ante la disyuntiva de continuar disfrutando de sus privilegios sobre la base del dolor y de la miseria de un pueblo hasta ahora aplastado y no escuchado, o ceder y prestarle oídos a sus peticiones para construir un Chile mejor y más justo.
Tal vez de esa manera logremos construir esa alma que nunca hemos tenido, tal vez de ese modo la palabra “Chile” pase a significar algo que comprendamos todos de la misma manera, en lo que todos verdaderamente podamos unirnos y de lo que todos podamos sentirnos orgullosos.
Y ahora, les ruego que me excusen: ¡Voy a golpear mi cacerola!