La dinámica generada por la lucha estudiantil, cuya motivación esencial ha sido avanzar hacia la igualdad de oportunidades en la educación, ha llegado a un punto de definiciones.
Esta movilización, con la que han simpatizado amplios sectores de la sociedad, necesita traducirse en logros concretos. Hoy es posible materializar avances significativos porque se ha fortalecido el consenso respecto de la necesidad de fortalecer la educación pública, terminar con el lucro ilegal en la educación superior y crear condiciones para que las familias de los estudiantes de estratos bajos y medios no carguen con el peso de enormes deudas debido al costo de los estudios.
Hoy es más claro para todos que el Estado tiene que aportar más recursos, asegurar mejores estándares de calidad y fiscalizar que se cumplan las leyes.
Son muchos los aspectos a considerar para mejorar la educación chilena, pero hay que partir por lo más urgente y no desviarse de los objetivos esenciales.
Creer que un plebiscito lo resuelve todo es ilusorio. Lo realista es apoyar un proceso que se exprese pronto en cambios tangibles. Ello requiere impulsar un conjunto de leyes, para lo cual se requiere una disposición constructiva de todas las fuerzas políticas.
Si nos interesa que la educación mejore, hay que dialogar y concretar acuerdos. El gobierno y el Congreso tienen una responsabilidad fundamental al respecto. También el Consejo de Rectores, que había logrado un acuerdo en 17 de 18 puntos con la Confech. ¿Se esfumaron esos puntos? ¿Ya no importan?
Sería lamentable que se impusiera la lógica de aquellos grupos que en realidad quieren “ganar a río revuelto”.
Todos los actores tienen derecho a expresarse dentro del marco legal que hace posible la convivencia democrática, el pluralismo, el derecho a asociarse y manifestarse. Pero nada de eso es gratuito. La libertad de uno llega hasta donde empieza la libertad de los otros. No podemos conciliar con la violencia. El fin no puede justificar cualquier medio.
La lógica anarquista no abre ningún camino de progreso. Ojalá los dirigentes universitarios y secundarios lo tengan claro. Los encapuchados actúan en contra de los intereses del estudiantado.
Han sido muy lamentables los excesos verbales de algunos dirigentes políticos que, en los hechos, dañan la gobernabilidad. Las palabras imprudentes pueden generar actos imprudentes. No han pasado tantos años desde que la sociedad chilena cayó en una espiral de rabia y miedo que tuvo desastrosas consecuencias.
Algunos parlamentarios, ansiosos por sacar aplausos de los estudiantes, tienden a comportarse como adolescentes, cuando lo que necesitamos es que ayuden a concretar soluciones viables y leyes eficaces. Que ciertos diputados digan que no están disponibles para legislar entre cuatro paredes revela confusión completa sobre su rol.
¿Dónde van a legislar?
¿En la Plaza Victoria de Valparaíso?
¿O tienen que pedir permiso a tal o cual gremio para aprobar una ley? No es esa la forma de devolver prestigio a la política.
Ha habido demasiado temor y demasiado oportunismo de parte de algunos dirigentes políticos. Es como si les diera terror quedarse abajo del carro.
¿Y las convicciones dónde quedan?
¿Y la responsabilidad de dar conducción?
Cualquier gobierno se habría visto en dificultades para enfrentar las actuales demandas. Le tocó a este gobierno, que ha carecido de un rumbo coherente y ha perdido apoyo aceleradamente. Pero lo prioritario es buscar soluciones ahora, nos guste o no el gobierno de turno, nos caiga simpático o no el Presidente.
Lo que importa es el interés nacional, en este caso conseguir progresos reales en el terreno educacional.
Es obvio que si alguien cree que lo fundamental es hundir a Piñera a cualquier precio, sacará otras conclusiones y actuará en consecuencia. Pero aclaremos que el actual gobernante fue elegido por la mayoría de los ciudadanos para gobernar entre 2010 y 2014. No puede estar en duda el respeto a las reglas de la democracia.
¿Echarle más leña al fuego? Algún pirómano probablemente se entusiasme con tal perspectiva. Los dirigentes sociales y políticos responsables no deben dejarse arrastrar por esa forma de irracionalidad, la que puede terminar quemándonos a todos.
Esperemos que se impongan el realismo y la sensatez.
Que el movimiento estudiantil consolide sus logros.
Que los partidos actúen con sentido nacional y coraje.
Que el gobierno se disponga a buscar acuerdos.
Que el Congreso haga su trabajo.
Que el país, en suma, dé nuevos pasos hacia una mejor educación y una mejor democracia.