Los últimos y preocupantes eventos en torno al agudo conflicto sobre la educación chilena ponen a mi juicio de relieve que el asunto ya no es sólo una cuestión de demandas legítimas relativas a la educación.
Ha ocurrido algo más, algo más profundo, en desarrollo.
En efecto, las recientes reacciones de los jóvenes políticos dirigentes estudiantiles y de los políticos adultos que los acompañan, están haciendo perder legitimidad a sus demandas,las que muchos, la mayoría de los chilenos consideramos legítimas y justas en su esencia.
Ese apoyo se mantiene, pero algo está ocurriendo al respecto.
Los jóvenes estudiantes y más aún los adultos, saben que muchas de las demandas más radicales que plantean, no pasan solamente por una decisión del Poder Ejecutivo.
Se trata también de materias de ley, incluso algunas de reforma constitucional, que deben ser presentadas, discutidas y aprobadas en el Congreso Nacional. Esas son las reglas del juego político democrático en que, por limitado e imperfecto que sea, estamos insertos y debemos respetar todos los chilenos. Felizmente, si se compara con el régimen militar 1973-1990.
Así, los dirigentes políticos estudiantiles debieran aprender a hacer política en los lugares institucionales en que ella se practica de modo civilizado, y no exclusiva, ni principalmente en las calles.
Mi hipótesis es que probablemente ya entre la ciudadanía chilena moderada –que estimo somos la mayoría- haya comenzado a incrementarse la desafección con los estudiantes y los adultos que se movilizan y se expresan acompañados de una violencia cada vez más intensa y extensa, territorial y temporalmente.
Considero que es muy probable que la ciudadanía chilena pueda estar pensando que hasta aquí no más llegamos jóvenes, y no tan jóvenes.
Los estudiantes no debieran creer, sin más, que los apoya la mayoría de los ciudadanos si persisten en sus últimas actitudes y conductas.
Debieran asumir, bajo la ética de la responsabilidad, que las demandas expresadas con ira, con obstinación y acompañadas de violencia en las calles de Chile, solamente atraerán más violencia y por ende desafección y rechazo a las demandas así expresadas, por legítimas que sean.
Los estudiantes no debieran dejarse acompañar por quienes entre ellos y desde fuera de ellos pueden estar extremando el conflicto, para así profundizar la crisis de la política chilena, esto es, de la gobernanza de la sociedad chilena. Esto último, dicho sea de paso, es un asunto que interesa no solamente al Gobierno, también a la Oposición.
Considero que debe existir algún político adulto que entienda y les haga entender a los estudiantes que sus proposiciones, emitidas desde su libre y soberana voluntad, pueden entrar en conflicto y deben conciliarse con la libre y soberana voluntad de otros, tan ciudadanos como ellos.
Eso es esencialmente democrático, y no una “componenda” como peyorativamente alguno denostará a la política democrática.
Todo lo anterior puede no ser muy políticamente correcto, ya que se expresa por alguien desde la oposición y en un espacio cibernético en que prima la oposición al impopular Gobierno del Presidente Sebastián Piñera.
Sin embargo, a mi juicio, por sobre el Gobierno y la Oposición, la popularidad o impopularidad, el éxito o el fracaso en el ámbito político, está el país, está el Chile políticamente democrático que todos, o casi todos, queremos.
Hemos llegado al punto en que es la hora no solo de la política, los políticos, los partidos políticos y los ciudadanos organizados sino que la hora del Chile democrático.
Puede en definitiva ocurrir que por una falta de percepción nuestra, se profundice el rechazo político a la Oposición entre una ciudadanía, que según todas las encuestas, incluyendo la última del CEP, no quiere ni al Gobierno, ni a la Oposición.
Y que entonces surja, por sobre el Chile democrático, quizás qué otra cosa y la historia de nuestra América Latina está llena de ejemplos de esas otras cosas, no precisamente democráticas.