Quiero poner el foco en una arista que hasta ahora no ha sido del todo abordada en el complejo escenario de las movilizaciones por la educación.
Se trata de la huelga de hambre que mantienen hasta ahora una treintena de escolares y 8 estudiantes universitarios. Los primeros, 33 para ser más exactos, rechazan alimentos sólidos hace ya 2 semanas.
En este dilema actual, se enfrentan por una parte las demandas en relación a la educación pública, la libertad de hacerlo y por otro lado la salud y la protección de la vida.
En el caso de huelgas de hambre, lo primero a evaluar es la capacidad de decisión de los huelguistas, en otras palabras su autonomía.
En menores de 18 años, se acepta en muchos países la figura del “menor maduro”, que reconoce desde los 12 años, capacidades progresivas para tomar decisiones, al ser el desarrollo moral un proceso y no “un momento”.
Sin embargo en el caso actual, debido a las graves consecuencias esperables sobre la salud de los adolescentes, como médico, considero que el principio vulnerado es tan importante- la vida de los jóvenes- que me parece que el curso de acción más prudente es primero intentar persuadirlos y de persistir en su postura, con ayuda de los padres ó incluso mediante un recurso judicial, realimentarlos.
Me ha costado mucho escribir estas líneas, porque considero muy violento alimentar por la fuerza a estos jóvenes, y me pregunto qué nos está pasando como país para haber llegado a este punto.
¿Qué pasa que adolescentes llenos de vida, sanos, idealistas, queridos por sus padres, profesores y amigos, toman decisiones tan drásticas?
¿Cómo llegan a tales extremos para hacer presión, a costa de su propia salud y vida?
Creo que sus demandas han sido desoídas demasiado tiempo. Las inequidades de una sociedad egoísta y elitista, simplemente los cansaron. Las promesas no cumplidas, una oferta insuficiente y que elude el fondo de sus demandas, y para rematar, hoy se les niega su derecho a marchar y manifestarse.
Nuestra democracia es aún fuerte, pero no invencible.
La situación actual: un gobierno con tan altos niveles de desaprobación, y por otro lado una concertación que no encuentra rumbo claro, provocan una orfandad ciudadana, en que la calle es donde se arma ciudadanía. Para salir de esto necesitamos, de forma urgente, sentarnos como país, a deliberar, deliberar, deliberar.
No plebiscito. ¿Quién haría las preguntas?
No represión. Nos daña a todos.
No a los discursos dictatoriales desde la Moneda, ni a los insultos del Sr. Gajardo.
Deliberar, por más difícil que parezca. Con ánimo primero de escuchar lo que el otro nos quiere decir. Con voluntad de ceder y con la esperanza y la meta de reencontrarnos en un país de ciudadanos responsables, en condiciones de mayor igualdad y justicia.
Y rápido. No vaya a ser que se nos muera un estudiante.