Actualmente tenemos un déficit de 1.496 médicos especialistas en el sistema público.
Otorrinos, traumatólogos, anestesistas faltan en regiones como la de Atacama y otras de la zona sur del país y ha entrado en debate, precisamente, este tema, acerca de médicos becados por el Estado que no retornan al ámbito público.
Si bien la medicina es una profesión, como cualquier otra, su labor va más allá de lo meramente profesional.
Como médico y con propiedad lo digo, ésta es una tarea que requiere de vocación y compromiso social.
Por sus características implica adquirir una actitud que no debiera estar cien por ciento supeditada a lo meramente remuneracional y cuya dedicación, más aún si es financiada por todos los chilenos, debiera apuntar a una actitud orientada al trabajo sanitario y ciudadano.
En Chile la mayor cantidad de la población se atiende a través de la red asistencial de salud pública, que corresponde al Estado. Y si es, ese mismo Estado, el que a mí me da las herramientas y la oportunidad de perfeccionarme es, remitiéndonos sólo al ámbito ético, dejando de lado lo formal y legal que esto implica, un deber ético, devolver la mano a lo público.
Es en el sector público, donde se atienden hombres, mujeres, niños y adultos mayores de los sectores más vulnerables de nuestro país, quienes no poseen los recursos para pagar una clínica o centro privado.
Por lo tanto resulta incomprensible que facultativos a quienes el Ministerio de Salud o el Servicio de Salud les financian el 80% de su formación en el extranjero, adolezcan o, más bien, no tengan esa sensibilidad para reconocer un compromiso tácito y moral con lo público, con la gente.