Quizás los lectores de este sitio web de Cooperativa se han enterado de un reciente desatino ocurrido en la V Región.
Personal de un hospital y familiares de una persona fallecida, cometieron el trágico error de confundir a dos personas internadas, siendo la fallecida entregada a sus familiares -que no lo eran- quienes procedieron a iniciar sus funerales.
Entretanto, la otra, que estaba también internada en el mismo recinto hospitalario, “ni siquiera estaba muerta”.
La insólita frase citada tal vez la escucharon también – al menos yo la escuché. La expresó una excelente periodista de un noticiario de TV, improvisadamente o bien leyéndola de la pauta o libreto (excúsenme, no soy periodista, no conozco el vocablo técnico preciso).
Esto es, si la persona aludida hubiere estado muerta y no solamente enferma ¿se arreglaba el error, el tremendo desatino cometido?
Estaba enferma, grave por cierto, pero no estaba muerta, felizmente hay que decir, y ojala que se recupere. Pero los familiares de ambas personas tomarán seguramente un tiempo largo en recuperarse de los efectos traumáticos de tamaño desatino.
Los chilenos hemos sabido de diversos y serios desatinos en el área de la salud. Baste recordar, porque los ejemplos sobran, los del ya tristemente célebre Hospital de Talca.
Pero el asunto es que los desatinos abundan, en todas partes. Al punto que más de alguien podría argumentar, fatalistamente (en el sentido de independientemente de nuestra libre voluntad), que el desatino constituye algo así como nuestro destino.
Pero, ¿será ese nuestro destino, ir de desatino en desatino?
¿Podemos hacer algo al respecto? ¿Podemos pasar de una cultura con tendencia al desatino a una cultura que atine o “le apunte”, para expresarlo en el lenguaje coloquial nuestro?
Yo pienso –o más bien deseo- y les propongo que sí podemos.
Se trata a mi juicio de algo simple: hacer bien pero muy bien lo que nos corresponde hacer, ordinariamente, en el lugar y según las responsabilidades que nos corresponden en la vida nuestra de cada día.
Cada uno de nosotros, por propia iniciativa y responsabilidad, no por las exigencias del Jefe o del Gerente General o el Contralor de la empresa o la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras o la Superintendencia de Valores y Seguros o el Servicio Nacional del Consumidor o la Contraloría General de la República, etcétera.
Los entes citados formalizan un control y regulación legal externa, necesaria, indispensable opino yo, pero que no es suficiente, ni eficiente si no existe esa regulación desde dentro de nosotros, desde nuestra propia iniciativa y responsabilidad personal.
Expresado de otra manera, se trata de hacer bien “la pega” –para utilizar esa fea expresión que usamos para referirnos a nuestro trabajo cotidiano.
Si hacemos bien el trabajo de cada día, desde aquel más importante hasta el menos importante, cambiaría nuestra cultura laboral y por ende disminuirían las probabilidades que incurramos en algún desatino como aquel que ha provocado esta reflexión.
Lo esencial de lo antes propuesto no tiene que ver, al menos tan directamente, con la política, ni los políticos, ni los partidos políticos, el Gobierno o la Oposición, sino que simplemente con cada uno de nosotros como personas, con nuestra dignidad, derechos y deberes correspondientes.
Supone por cierto que tenemos trabajo, cuestión que no hay que dar por evidente, atendidos los alto niveles de desocupación que subsisten en la economía chilena (7.2% según las últimas cifras del INE, dicho sea de paso).
Sin embargo, mi sugerencia constituye una proposición simple y directa, y, de acogerse, pienso que podría cambiar sustantivamente la sociedad en que existimos y nos movemos.
¿No les parece que convendría darle una vuelta, considerarla?
¿O es una proposición demasiado simple para el gusto cultural chileno, que generalmente nos lleva a creer que estamos a punto de redescubrir la rueda?