Piñera ha incorporado en su gabinete a las figuras de mayor peso político tanto de la UDI como de RN.
Esto marca el fin del gabinete con predominio de los gerentes y, por tanto, el fracaso de un diseño donde aparecía excluida o recluida la política y reemplazada por una gestión empresarial que debía, por sí misma, garantizar eficiencia, sin relato, sin diálogo con la oposición y la ciudadanía, es decir, el país sería manejado como una empresa con altos resultados gerenciales.
Ya sabemos que esta política y quienes la encarnaron, fracasaron rotundamente.
Manejar un país no es lo mismo que manejar una empresa. El Estado y las políticas públicas tienen otras exigencias administrativas en su aplicación y los cambios requieren del parlamento y no solo de un acuerdo de directorio, por tanto, requieren de la política, cosa de la cual el gabinete de los gerentes ignoraba sus códigos más elementales.
El retraso en la reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto y maremoto, la total falta de conexión y aún más de comprensión del fenómeno de las protestas y, por tanto, la incapacidad para resolver las demandas ciudadanas, la inexistencia de una política de gobierno hacia la oposición política y social, han marcado este período con un resultado preocupante para un gobierno que en un año y medio se ha descapitalizado electoralmente hasta llegar en su grado de aprobación a menos de un tercio y a casi dos tercios en la reprobación ciudadana.
El fracaso es responsabilidad del Presidente Piñera. Fue él quien concibió un gobierno de empresarios y gerentes; fue él quien pensó en un gobierno sin política y sin políticos; fue él quien instaló la idea de que el éxito de un gobierno se mide exclusivamente a través de la capacidad de comunicar los anuncios del gobierno y él, también, quien designó a una ministra portavoz cuyo rol fue siempre relacionarse de manera agresiva y confrontacional con la oposición y la ciudadanía.
De hecho, la primera medida que Piñera entrega al nuevo gabinete es el de restablecer el diálogo, crear un nuevo clima con la oposición justamente porque el diseño de los gerentes no contemplaba el deber de considerar la opinión de la mitad del país expresada en el parlamento y de escuchar a la ciudadanía.
Tal vez nunca Piñera imaginó que a dieciocho meses de inicio de su gobierno tendría al mismo tiempo en el gabinete, jugando los roles políticos más relevantes, a los jóvenes de Chacarillas, a los discípulos de Jaime Guzmán y del gremialismo; a la Patrulla Juvenil, con la cual Piñera se involucra directamente en política; a los samurai de Lavín y a Lavín mismo recluido en un Ministerio alejado de palacio.
Lo primero que salta a la vista, para cualquier analista, es que en el esfuerzo por salvar a su gobierno de una crisis política anunciada, Piñera lesiona el único atisbo estratégico que había alcanzado a enunciar: la creación de una nueva derecha política.
El ingreso del cuerpo político de mayor peso de la UDI y el rol ideológico que jugarán en el gabinete, entierra esta posibilidad.
No se construye una nueva derecha liberal con la vieja derecha conservadora y menos si los que ingresan fueron explícitos en desacreditar la idea sostenida por Piñera, Hinzpeter y parte del grupo dirigente de RN.
Ella requería, como es evidente, de otros rostros que dieran sustentabilidad al proyecto y otro diseño, y esta oportunidad Piñera la perdió definitivamente.
Ahora Piñera deberá consensuar los temas más relevantes, tanto las reformas políticas de fondo -reformar la Constitución desterrando definitivamente la herencia pinochetista de ella- como en los temas valóricos. Piñera tendrá al “enemigo” dentro de la casa, y le será muy difícil configurar una política de cambios a la altura de lo que prometió al país durante la campaña presidencial, con un Longueira enfocado en preservar a la derecha en el poder.
Además, la UDI cuenta con el apoyo de Golborne – crecientemente adscrito a la nueva hegemonía UDI – como único líder de derecha, que de acuerdo a las encuestas, está en condiciones de competir con posibilidades en las próximas elecciones presidenciales.
La ciudadanía, los estudiantes, la comunidad educacional, las víctimas del terremoto, tienen su propia “agenda” y las movilizaciones no decrecerán si no hay respuesta temas que tocan profundamente intereses que para la derecha han sido hasta ahora ejes de su política y de su filosofía.
A ella se agrega la creciente presión ciudadana por una reforma tributaria y una nueva constitución, en el contexto de una crisis evidente del sistema político. Como también los temas llamados inmateriales, las grandes reformas culturales que con retraso respecto del mundo envuelven a la sociedad chilena en materia de diversidad de vida y de tolerancia.
Frente a todos estos temas la nueva hegemonía del gabinete tiene una conocida opción más integrista que la del propio Presidente y muy lejana a las opciones de la mayoría de los chilenos.
Veremos si la UDI, que asume la responsabilidad real del gabinete, experimenta una verdadera revolución copernicana respecto de sus posiciones ideológicas y asume los cambios que el país exige.
De no ser así dejará al gobierno sin opciones y a Piñera sin nuevos fusibles a los cuales recurrir.