El gobierno de Sebastián Piñera, con sus errores y conflictos de intereses, se está constituyendo en una oportunidad para revisitar nuestra historia reciente y ojalá superar las herencias de larga duración de la Dictadura.
Las explosiones de críticas y movilización social que hemos presenciado desde mayo a la fecha, nos han remecido del letargo de veinte años de apatía política. Durante los gobiernos de la Concertación, el miedo y la heredada institucionalidad autoritaria, nos hacían medirnos en nuestras críticas y expresiones de rechazo frente a las debilidades de las elites políticas, o bien, ante la consolidación a nivel estructural y cotidiano del neoliberalismo.
La primera década de vuelta a la democracia estuvo marcada por la lucha por los derechos humanos, los efectos de la violencia de estado y la fuerte presencia de Pinochet a la cabeza de las Fuerzas Armadas y luego en el Senado.
Bajo la fuerza de ese contexto, nadie cuestionaba el sistema económico impuesto en la segunda mitad de la década de los setentas. Las memorias de la crisis de 1981, las protestas poblacionales, las ollas comunes y las desigualdades sociales que desestabilizaron la dictadura, se cubrieron con el éxito económico y los índices de crecimiento con los que el régimen militar pavimentó la transición a la democracia.
En los noventas, ebrios de consumo, postergamos nuestros derechos ciudadanos y nuestra capacidad de acción como sociedad civil para después. Ese momento parece haber llegado.
Con la derecha en La Moneda, la política chilena se ha sincerado un poco, los conservadores no tienen pudor de serlo. El lenguaje político y cotidiano de la derecha se ha vuelto más franco, menos cauteloso y por ello, menos correcto.
El ropaje liberal de la campaña presidencial y de los primeros meses de gobierno, de una Coalición por el Cambio dispuesta a legislar en torno a derechos de las minorías sexuales y a llevar a cabo una agenda social activa, que pretendía corregir los temas pendientes de la Concertación, se ha ido cayendo paulatinamente.
En temas de género y discriminación el debate se ha estancado, sino retrocedido, y la educación pública ha emergido como un campo de significados en el que el rol del estado, la economía de mercado, el endeudamiento y la transparencia de las instituciones educativas a nivel secundario y superior se ven cuestionados con propuestas que reinstalan el pasado en el presente.
La derecha usando el acervo histórico que le pertenece, responde con cambios de gabinete que refuerzan las prácticas autoritarias y poco republicanas de los senadores designados, los uniformados infiltrados en las marchas estudiantiles, vigilancia telefónica ilegal a parlamentarios y la represión a la población civil movilizada, apostando a la impunidad y a la silenciosa complicidad de los medios y la sociedad en general.
Los equipos de gobierno se han reforzado con personajes que desde la economía y la política están comprometidos con los hitos fundacionales de la dictadura.
Los “Chacarillas Boys” como bien los ha rotulado José Bengoa en este medio de opinión, pueblan las carteras de gobierno y defienden el modelo económico y de sociedad que amparados en la fuerza ayudaron a diseñar y a construir.
Mi interpretación es que tienen miedo, que no saben cómo reaccionar ante la crítica y la desobediencia civil, sino es dentro de los marcos represivos y autoritarios de la dictadura.
Sin embargo, la lógica y el contexto histórico hoy día son otros.
La ciudadanía y las movilizaciones masivas están desestabilizando los constructos autoritarios desde distintos frentes: los derechos civiles de las minorías, el ecologismo, la educación pública, la crítica a la falta de probidad empresarial, la vigilancia y pronta denuncia de malas prácticas del gobierno, colman las redes sociales y medios de comunicación virtual instantáneamente generan opinión y cuestionamiento de las autoridades de gobierno y su manejo en temas importantes para las mayorías.
Las movilizaciones estudiantiles siguen, no solo con marchas, paros y tomas, sino también con arte e intervenciones urbanas, que les han ayudado a instalar su discurso en distintos sectores ciudadanos, pero por sobre todo, han mostrado a las generaciones anteriores que el miedo y la movilización civil no son peligrosos, no son criminalizables, o inútiles.
Pienso que estamos en un punto de inflexión en el que los constructos estructurales que emanan del modelo económico de la dictadura están en tensión.
Pero creo que los efectos culturales de largo plazo de ésta: el miedo, el desinterés por la participación y la política, y la rearticulación de la sociedad civil, están desapareciendo, y son los cambios que me hacen pensar que estamos en una etapa de revisión de nuestras herencias autoritarias, y ante una nueva oportunidad para construir un futuro mejor para todos.