Nadie pone en duda que las personas tienen derecho a asociarse en espacios públicos y desarrollar marchas y protestas para manifestar sus puntos de vista. Otra cosa será la manera que tenemos como sociedad para conciliar esa libertad de expresión con el orden que exige la convivencia pacífica. Claramente día a día vemos en televisión que estamos fracasando en eso.
Tampoco pongo en duda (y de hecho, aplaudo y envidio) la capacidad que ha tenido el movimiento estudiantil de poner este tema en agenda y darle suma urgencia, exigiéndole a la clase política y a la sociedad toda el moverse con mayor agilidad para dar respuestas contundentes a demandas endémicas.
Otra cosa será la calificación específica que tenemos sobre cada uno de los puntos del petitorio. Pienso que ese debate excede las cuñas de televisión, los lienzos y los discursos a la galería. Acá están en juego formas de entender la sociedad, el rol del estado y, por cierto, planteamientos políticos y filosóficos profundos que malamente se pondrán de acuerdo a bombazos molotov y guanacazos.
Lo que pongo en duda es lo siguiente. Si ya se ha puesto el tema como primero en la tabla, forzando una cadena nacional, posturas de los bloques políticos, atención primaria en los medios y una propuesta que, GANE quien GANE, tiene cosas relevantes, ¿para qué más serían las movilizaciones?
Y la respuesta es sencilla: para imponer la postura que sustentan aquellos que lideran las movilizaciones. Es decir, ya no sólo interesa que el tema se discuta; lo que se pretende es que se acate. Que la autoridad se inclina y diga “Sí Jóvenes, Uds. tienen la razón”. Y eso no es posible.
No es posible, pues en ese mismo instante se acabó el gobierno, porque (sin perjuicio que ya harto hay de eso, y lo saben los Cuevas, los Guajardo, los Martínez) si se marca el precedente “marche y obtendrá”, entonces pongamos alfombra en la Alameda. Y eso es igual para cualquier coalición política que ostente el poder formal.
No es posible, porque la democracia permite que todas las ideas se expresen, que concursen por el apoyo de las personas y que se muevan con destreza para influir. Pero, ¿admite que algunos pretendan por la fuerza de la calle imponer sus ideas a otros, causando desmanes? ¿No se debe en democracia buscar lo mejor para el país, lo cual no necesariamente coincidirá con el menos del 1% de la población que hoy marcha? Parece que es más propio de este sistema político el diálogo que el “te ahorco hasta que aflojes”.
El movimiento estudiantil sabe que progresivamente sus protestas irán perdiendo adhesión y legitimidad ante la opinión pública.
La intransigencia y falta de olfato fue el germen de cómo movimientos parecidos terminaron apagándose. Todavía están a tiempo de sobreponerse.