La pérdida de confianza en los partidos políticos le está pasando la cuenta no sólo a sus dirigentes sino que al propio movimiento estudiantil. Los líderes estudiantiles saben que sus propuestas de cambio deben pasar por reformas constitucionales y legales.
Peor para ellos, necesitan que el actual gobierno cambie sus políticas públicas de educación superior. Pero, desconfiando de toda autoridad política, pueden terminar en la impotencia, el desgaste y la derrota.
No confían en los representantes del pueblo puesto que no son representativos políticamente para los jóvenes. No lo son pues no votaron por ellos, ya que abrumadoramente no están inscritos en los registros electorales.
Es un contrasentido levantar un petitorio y luego no sentarse a la mesa a negociarlo con los parlamentarios y autoridades públicas. No es coherente pedir nuevas leyes y no darse los medios para tener congresistas favorables a la educación de igual calidad para todos.
Es incoherente pero explicable. ¿Por qué? Por la generalizada desconfianza en la política, pero también por la mala experiencia del anterior movimiento estudiantil, el del 2006.
La experiencia del movimiento pingüino del 2006 les pena a los actuales líderes universitario. Entre los líderes estudiantiles de hoy es muy extendida la versión que la aparición de los partidos políticos y de “la política” llevó a la manipulación, desgaste, quiebre y posterior fracaso del movimiento pingüino. No creo en nada de ello.
Sobre todo no creo que dicho movimiento haya fracasado. Tampoco doy por cierto que el desgaste y sus divisiones hayan sido causadas externamente. Muchos menos creo en la conspiración de los partidos políticos y que las malas artes de las autoridades y congresistas de entonces habrían ahogado dicho movimiento.
En el libro “El mayo de los pingüinos” Andrea Domedel y Macarena Peña y Lillo relatan la historia del movimiento que conmovió a la sociedad chilena y demostró que no bastaba que por primera vez en nuestra historia la casi totalidad de los jóvenes chilenos pudiesen llegar a tener doce años de escolaridad.
Ahora Chile sabía que esa generación de chilenos nacidos en democracia quería una educación de igual calidad para todos.Lograron cuestiones que se venían pidiendo desde 1990.
Menciono la derogación de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza, la creación de la Agencia de Calidad de la Educación y de la Superintendencia de Educación y la casi universalización del derecho a dar la PSU. Sólo dar un dato. Por este último concepto el Estado de Chile invierte al año más de cuatro mil millones de pesos. Afirmar que este es un movimiento fracasado es errar el blanco.
¿Por qué quedó esta sensación en muchos de ellos? Seguramente porque las expectativas iniciales eran irreales y no se supo cantar las victorias parciales, detener el tranco, reagrupar fuerzas y organizar el próximo movimiento. Pero también por esta idea que cuando los partidos políticos aparecen, todo se divide y corrompe. Creo que estamos viviendo esta realidad.
¿Los partidos políticos dividen a la ciudadanía? Para nada. Es todo lo contario.
Los partidos políticos unen a la caótica voluntad popular. Sin partidos políticos habrían tres y medio millones de voces y votos entre los jóvenes estudiantes. ¡Todos valiendo lo mismo y teniendo el mismo derecho a hablar y decidir!
O, más moderadamente, 16 mil presidentes y presidentas de centros de alumnos dispuestos a negociar con el gobierno y el Congreso Nacional. ¡Imposible! Como dice Robert Dahl, requerimos partidos políticos “por sobre todas las razones, por el tiempo. Los ciudadanos no pueden estar en reunión permanente. El tiempo consagrado a la toma de decisiones está limitado tanto porque las personas involucradas no desean dedicar una cantidad desmedida de tiempo a las decisiones como por los plazos determinados por acontecimientos que no pueden esperar”
Agrego que los partidos políticos no son reemplazables por los grupos corporativos ni por episódicos movimientos sociales.
La experiencia indica que éstos buscarán -solos o en coalición con otros- imponerse en una competencia frontal por copar los centros decisorios del Estado, para lograr que los contenidos de las decisiones colectivizadas correspondan a sus intereses particularistas.
Lo anterior puede acentuar los problemas de gobernabilidad, haciendo imposible la concreción de un orden político elemental.
En toda sociedad es necesario ordenar las preferencias, jerarquizarlas, adecuarlas a un ritmo temporal, desechar las que no correspondan al nivel de desarrollo existente y armonizarlas; en suma, atender a las partes mirando el todo.
Los partidos movilizan al electorado, estructuran parte de la agenda pública, contribuyen a formar los gobiernos, socializan políticamente a los ciudadanos, articulan y agregan el sinfín de demandas sociales. Pero, por sobre todas las cosas, reclutan a los candidatos a representar al pueblo o a conducir el Gobierno. Si esta función la hacen mal, todo el sistema político democrático se resiente.
Como es obvio, destaco la importancia de los partidos políticos como algo inevitable y deseable diciendo lo mismo de los movimientos sociales y los grupos de presión. Son también expresión de una sociedad pluralista y con ansias de más participación.
Los movimientos sociales están menos mediados que los partidos políticos por las lógicas del poder estatal. Finalmente los movimientos son menos verticales en su organización y pueden y deben representar una contra cultura que ponga en entre dicho los valores dominantes. Pero, sin una adecuada relación entre ambos las democracias no funcionan bien y los intentos de reforma social se ven obstaculizados. Me temo que estamos viviendo este problema.
El pueblo puede avanzar sin partidos políticos, pero no puede transformar la protesta social particular en propuesta nacional y, mucho menos, en reforma política integral.