Hago clases en la U de Chile y normalmente los estudiantes asisten con regularidad a ellas, se interesan por las materias pasadas, se esfuerzan para conseguir buenos resultados y prefieren pasar los ramos a quedarse repitiendo, lo que para un economista debe ser considerado como todo un signo de racionalidad.
Como en todas las actividades hay quienes se interesan por las condiciones en las cuales viven, muestran rebeldía por lo que consideran situaciones injustas, desean fervientemente vivir en un mundo mejor y creen que pueden ayudar a construirlo.
Hay otros que comparten esas mismas visiones pero que deciden legítimamente no ser actores directos de estos procesos y unos terceros que también con legitimidad creen que sólo el esfuerzo personal les permitirá mejorar su bienestar y que lo que le suceda al del lado no tiene que ver con él y es mejor no involucrarse
No conozco a aquellos estudiantes que no quieren estudiar y que además parecen ser apoyados por los rectores de sus universidades y por ¡qué tamaña monstruosidad… por sus propios padres! Todos estos pájaros raros han copado la Alameda en estas semanas.
Más raro aún, parece que existan niños que carentes de todo entorno personal, puedan ser manipulados por el siempre tortuoso comunismo.
A juzgar por la cantidad de especimenes de ese tipo que hemos visto en las calles nuestro país está al borde del colapso moral.
De este último tipo mi recuerdo va más por el lado de civiles maduritos que anduvieron golpeando puertas de cuarteles y colgándose de las instituciones armadas y que dieron origen a la dictadura más brutal que el país ha conocido en toda su vida independiente.
Resulta poco inteligente tratar de desvirtuar movimientos legítimos con denuncias reales sobre consecuencias nefastas en los hogares chilenos, para defender modelos agotados que el tiempo ha permitido que se degraden en sus objetivos.
No otra cosa es el actual sistema de crédito estudiantil, la mala educación que recibe la mayoría de nuestros niños y jóvenes, la abultada carga financiera de los padres producto de aranceles universitarios exagerados: las carreras no valen lo que se cobra por ellas, y la evidente desigualdad que enfrentan las universidades estatales.
Nada de ello es producto de quienes no quieren estudiar ni resultado de una imaginaria manipulación infantil, sencillamente el sistema ha mostrado sus excesos y es la hora de modificarlo.
Lo curioso es que al final los mismos que han tratado de reventar el movimiento estudiantil, los invitan a sentarse a una mesa a buscar solución a los temas puestos por esta supuesta “manga de flojos”.
Juzguemos quienes son los responsables del tiempo perdido.