Max Weber en su conferencia llamada La Política como Profesión destaca que existen tres cualidades decisivas en un político.
Primero una ardiente pasión por las convicciones propias (ética de la convicción), segundo un sentido de responsabilidad (ética de la responsabilidad), y tercero una fría seguridad interna.
Es decir, un buen político debe poseer la habilidad de combinar esta pasión ardiente con la fría seguridad en una racionalidad maduramente reflexionada que valora tanto los medios (instrumentos) como los fines ideológicos que conducen al éxito político.
Traigo a Weber a colación como consecuencia de la columna publicada en el Diario La Tercera por Ernesto Águila (Ocaso de la República Binominal), en la que culpa a las instituciones electorales chilenas por el fracaso en la canalización de demandas sociales.
En efecto, si bien su argumento no deja de estar bien fundado, no es menos cierto que el mismo omite por completo la falta de voluntad política de la oposición para ponerse a disposición de la solución de los problemas y no en la vereda de la exacerbación del conflicto con fines electorales.
La responsabilidad de los actores políticos respecto del cuidado de las instituciones y su mantención en el tiempo es muy distinta en la centro derecha que en la centro izquierda.
Mientras los gobiernos de la Concertación tuvieron problemas la centro derecha ejerció la democracia de los acuerdos y salió al amparo del Gobierno de Ricardo Lagos para generar el nuevo trato después del escándalo Mop-Gate, como también permitió a la DC participar en las elecciones del año 2002 a pesar de haber inscrito a sus candidatos fuera de plazo.
Esta actitud de la centro derecha claramente fue guiada por una ética de la responsabilidad.
Sin embargo ahora, la concertación cae presa de una ética de la convicción radicada en su ala más izquierdista, lo que la ha llevado principalmente a exacerbar el conflicto, a diferencia de sólo algunos actores DC que sí han manifestado su voluntad de dialogar.
El conflicto social, entonces, se explica en parte, por las instituciones electorales. Pero más relevante aún es la responsabilidad con que actúan los agentes políticos. La Concertación, en este ámbito, no ha estado a la altura y su asociación con el PC la ha convertido en un conglomerado ambiguo, sin agenda e imprevisible.
En consecuencia, parece razonable reconocer que la concertación y sus líderes se encuentran entrampados irresponsablemente en sólo una antípoda de lo que Weber llamo la tragedia de la política: aquella feroz tensión existente entre la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción.