Mucho se debate en estos días acerca de las causas del malestar que expresa la ola de movilizaciones contra HidroAysén, contra el lucro y la calidad de la educación, por la igualdad de derechos civiles, entre otras temáticas. Se debate también si se trata de manifestaciones distintas de un mismo fenómeno o de demandas específicas y no vinculadas.
A Chile le va bien, crece a tasas superiores al 6% anual. Pero los chilenos están insatisfechos y molestos. Existe una tendencia a creer que el crecimiento económico por sí solo resuelve casi todos los problemas. Cuanto más crece el país, menos pobres contabilizamos y fin del tema.
Pero la desigualdad se mantiene a pesar del crecimiento y, peor aún, va en aumento. Un claro ejemplo de lo anterior, muy comentado el último tiempo en las redes sociales, es la polémica brecha existente entre ricos y pobres en Chile.
Llama la atención que cada vez sean más personas quienes ponen el tema de la desigualdad en el centro de sus reflexiones y reivindicaciones y que, sin embargo, el gobierno insista en no escuchar.
La desigualdad es un problema estructural, que no se resuelve con un poco más de recursos para los que tienen menos, ni con más bonos, más transferencias o más créditos.
Esas medidas podrán, en el mejor de los casos, aplazar un debate necesario, pero no resolverán un problema del que parece que recién empezamos a adquirir conciencia.
Diversos factores influyen cuando hablamos de desigualdad: las brechas de ingreso, la estructura de oportunidades, las regulaciones del empleo, entre otros.
El territorio es otro elemento a considerar cuando hablamos de desigualdad. Hay regiones de Chile boyantes de oportunidades y otras que permanecen estancadas. Incluso al interior de una misma región, hay comunas ricas y comunas pobres.
Santiago es probablemente la peor manifestación de esta desigualdad. Las diferencias entre Vitacura y La Pintana, Las Condes y Pedro Aguirre Cerda son abismantes. No podemos esperar menos que malestar de quienes se desplazan diariamente largas horas para llegar desde sus casas a sus lugares de trabajo y ven como se embellece el paisaje.
En este marco, la actual combinación entre crecimiento y política pública puede resultar en un arreglo eficiente para superar pobreza (y muy probablemente, permita al gobierno congratularse de los resultados de la próxima encuesta Casen), pero no para reducir la desigualdad que vemos en muchos rincones de Chile.
La heterogeneidad territorial se transforma en un problema económico y social cuando se traduce en desigualdad de oportunidades y condiciones. La desigualdad territorial existe, importa y afecta el día a día de quienes viven en lugares deprimidos.
Entonces, la invitación es a poner más antecedentes sobre la mesa. A ver si mientras más compartido es el diagnóstico de los resultados, más nos vamos atreviendo a indagar también sobre las causas y proponer soluciones para revertirlas.
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