Ninguna reforma política es hoy tan esencial para perfeccionar el régimen democrático como el término del sistema binominal que rige en las elecciones parlamentarias. De dicho cambio depende en gran medida la posibilidad de elevar la calidad de la política e impedir que siga erosionándose la autoridad del Congreso Nacional ante los ciudadanos.
El binominalismo es un engendro que sólo existe en Chile. ¿Cómo funciona? En cada circunscripción de senadores y en cada distrito de diputados se eligen sólo dos cargos, por lo cual si una fuerza obtiene por ejemplo 61% y otra obtiene 31% de los votos, ambas obtienen un cargo, ya que la primera no consigue doblar a la segunda. O sea, una estafa.
No hay correspondencia entre los votos que se obtienen y los cargos que se consiguen.
Es cierto que ningún sistema lo asegura completamente, pero el binominal menos que ninguno. Incluso el sistema uninominal que se aplica en algunas naciones (un cargo en disputa en cada distrito) es más justo, puesto que la mayoría se queda con el único cargo, y esa mayoría puede variar de un lugar a otro.
El sistema tiene padres conocidos: se trata de los fundadores de la UDI, que actuaron hasta 1990 como asesores de Pinochet. Ellos le aconsejaron dejar establecido un sistema electoral “a prueba de mayorías”. Previendo que la derecha sería superada en las elecciones que vendrían, inventaron una forma de subsidiarla y de neutralizar a la mayoría de centroizquierda.
Desde la recuperación de la democracia, la derecha ha bloqueado empecinadamente en el Parlamento todos los intentos de la centro izquierda por reemplazar el binominal por un sistema proporcional corregido, que esté en correspondencia con la tradición política de Chile. Hubo un momento en que RN adhirió a la idea de cambiar el binominal, pero luego se echó para atrás.
Piñera declaró hace poco que “la política está mal”, pero no incluyó el sistema electoral entre las reformas políticas que impulsará su gobierno, lo que revela que no se da cuenta, o no le importa, el efecto corrosivo que tiene sobre nuestra institucionalidad.
Los efectos del binominalismo han sido muy perniciosos: escasa competencia entre los bloques; preeminencia de la decisión de los partidos sobre la decisión de los electores; disputas encarnizadas dentro de una misma lista cuando ambos candidatos son competitivos; marginación de las fuerzas minoritarias; etc.
En los hechos, ha obstruido las posibilidades de renovación del personal. En marzo de 2010, algunos diputados iniciaron ¡su sexto período consecutivo en el cargo! O sea, se han convertido casi en propietarios del escaño.
La reforma exigiría ampliar el número de parlamentarios (habría que elegir un número impar en cada lugar) y rediseñar el mapa de circunscripciones y distritos.
Además de asegurar la representación de todas las regiones, se requiere establecer una relación más equilibrada entre votación y representación. Son demasiadas las incongruencias actuales.
Por ejemplo, la comuna de La Florida es un distrito por sí misma, en tanto que Maipú (de población comparable) integra un distrito con Estación Central y Cerrillos.
Los actuales parlamentarios ponen mala cara cuando se menciona la idea de reconfigurar los distritos, pero la decisión sobre la reforma no les compete sólo a ellos, sino al conjunto de la sociedad.
Sería saludable que algunas agrupaciones ciudadanas iniciaran una campaña de recolección de firmas para exigir que se establezca un sistema proporcional.
Hay que generar una poderosa corriente ciudadana a favor del cambio. ¿Por qué no organizar antes de fin de año una manifestación masiva a favor de esta reforma, que contribuiría a que tuviéramos una mejor democracia?
No es una alternativa hacerle unos arreglos cosméticos al binominalismo, como sugieren los que proponen aumentar el número de cargos y permitir que se inscriban más postulantes, pero sin alterar la esencia del sistema. Esperemos que la Concertación no caiga en esa trampa.
El cuento de que el binominalismo asegura la estabilidad institucional no tiene sustento; es precisamente al revés: tiende a deslegitimar los procesos electorales y a profundizar el desprestigio del Parlamento.
Se cumplen 200 años del Congreso Nacional. La mejor manera de celebrar ese aniversario sería un compromiso de los partidos de terminar con el viciado sistema de elección de sus integrantes. Faltan dos años y 4 meses para la próxima elección parlamentaria. O sea, hay tiempo de sobra para estudiar y aprobar una reforma que permita que en noviembre de 2013 votemos en condiciones de mayor competencia.
Sería una manera de sanear nuestras prácticas políticas y de estimular a las nuevas generaciones para que se incorporen a la vida cívica.