Hay períodos de la historia donde la ciudadanía pareciera cansarse de su sistema de convivencia. Épocas donde los problemas o injusticias económicas, políticas o sociales, motivan a las masas a dejar su silencio y pasividad, para convertirse en actores principales que exigen un nuevo trato a quienes en ese momento representan el poder.
En ese escenario, no importan los partidos políticos vigentes, ni los caudillos, reyes, reino, y en muchas ocasiones, ni siquiera la religión como catalizador del pueblo.
La urgencia es que toda forma o dinámica del poder debe ser reformada para levantar un nuevo referente, en el cual se pondrá toda la fe posible.
Dentro de ese contexto, ¿Podríamos afirmar que las movilizaciones chilenas (Ambientalistas, Estudiantes, Minorías, Mapuche, Damnificados, Profesores, Trabajadores en general) representan un hastío generalizado con un modelo concentrador y asfixiante que tiene 10 “dueños” y 17 millones de verdaderos “esclavos”: De los bancos, AFPs, Isapres, Retail, Dicom, etc.?
¿Podríamos afirmar que ese hastío alcanza también a las formas tradicionales de hacer política?
¿Tienen los partidos la obligación de no excusarse y hacerse cargo de esta deuda, renovando sus horizontes y dejando de lado sus estructuras para promover la apertura y participación?
¿De su acción depende su sobrevivencia? La respuesta es contundente: ¡Claro que sí! Y es necesario que en ese “sí” no quepa la menor duda.
El Hastío
Sin mayor contratiempo, podríamos definir a este año como el de la “Pérdida de Inocencia”.
Diversos hechos noticiosos sobre graves actos de corrupción o comisión de ilícitos por parte de autoridades del Gobierno, políticos, empresarios y hasta de religiosos, han golpeado a la opinión pública. Sociedad, que por cierto, había elegido la alternancia del poder, como forma de combatir estos males.
Sin embargo, a muy poco caminar vino a toparse con lo que quiso dejar atrás: Kodama, Subsidios y Planes de Empleo basados en el clientelismo político, conflictos de Interés, repactaciones de créditos unilaterales, etc. Esto es, todo aquello que resulta inaguantable para una sociedad que en general trabaja muchísimo, paga sus cuentas a tiempo y con justa razón detesta todo lo que huela a “privilegio” y “abuso”.
Pero este hastío se ha incubado en un contexto óptimo para su crecimiento: la manía del Gobierno de Sebastián Piñera (y a esta altura, pésima costumbre) de presentar mínimas o parciales medidas sociales, como una gran política pública que significará la solución final a todos los problemas.
Todo ello acompañado de frases rimbombantes del tipo: “Nunca jamás en este País”, “es una reforma histórica”, “estamos ante un Gabinete de Excelencia”, “hemos cumplido en un 100%”.
Ante todo ese “relato” que huele a falso, a cierta mala fe, la ciudadanía simplemente se cansó, al punto que no sólo ha desaprobado al Ejecutivo en las últimas encuestas, sino también decidió salir a la calle enarbolando las más variopintas causas.
La Excusa
Y al parecer tampoco la Oposición ha estado a la altura de las circunstancias.No quisiera entrar en detalles sobre la última Adimark, donde se ha dicho y redicho de todo.
Sin embargo, quiero precisar un aspecto: y es que a pesar que quienes ejercen el rol de ser contrarios a la coalición gobernante históricamente son más castigados por la ciudadanía, creo que hoy la Concertación es juzgada con más severidad por una antipatía que delata no sólo su falta de propuestas concretas, sino también por constituir una alternativa de poder que agotó su propia fórmula, al punto de poseer una crítica credibilidad.
Esto es, también es parte del todo de un entero. No es excepción a este enojo nacional.
El Grito
En este contexto los partidos políticos están desafiados: no pueden limitarse a oír el grito ciudadano que hoy se expresa en las calles como un mero murmullo sino que efectivamente deben escucharlo y asumir con generosidad, pero también realismo y valentía que es el momento de abrir un amplio y sincero debate que nos lleve a rectificaciones profundas.
Hace algunas semanas intenté provocar esa conversación y ¿qué sucedió? Lo usual: llamados al orden por una parte, versus felicitaciones públicas y privadas por otra.
Tal vez es natural que estas reacciones algo temperamentales sucedan ante audaces propuestas en política. Pero sinceramente me habría gustado escuchar: “bien, es una idea, podemos discutirla” y jamás un NO sostenido, que grafica que dentro del conglomerado todavía hay poca cabida para aquella discusión que no constituya una mera negociación coyuntural.
No podemos tener como excusa “los 20 años vividos en democracia, el período histórico donde Chile ha avanzado más” u otros apelativos completamente válidos, si se quiere, pero insuficientes para conservarla como alternativa válida, viva, con identidad y propuestas.
Nadie podría vivir sólo de recuerdos gloriosos, porque de lo contrario tendríamos la misma sensatez que los matrimonios que se mantienen durante el tiempo por los hijos o por el historial en conjunto, pero donde corre la traición y el engaño, pues faltan los afectos y el cuidado en común y sobran los proyectos personales.
Si asumimos la realidad y le perdemos el miedo a nuestras legítimas diferencias cada partido podrá volver con libertad a sus bases para escucharlas y motivarlas, pero por sobretodo ir hacia nuevos actores: los movimientos sociales que hoy se expresan con mucha fuerza en Chile y los que están por venir, no para instrumentalizarlos ni menos pretender dirigirlos pero sí para nutrirse de los sentimientos de la inmensa mayoría de los chilenos que están fuera de los partidos.
Porque me parece que hoy quien organiza una causa y conversa con la ciudadanía sin intermediarios, tiene una posición privilegiada respecto al militante que lleva años en el partido, pero que no conoce otra realidad que la que muestra su bloque.
Sólo una discusión profunda y renovadora, con oxigenación total y apuestas arriesgadas pero transparentes, podrán captar la atención y la confianza de la ciudadanía.
No son los discursos sobre el progresismo y conservadurismo los que fijarán la línea, sino la formación de una oposición que incluya a los actores sociales y a quienes en forma anónima se sienten cansados de trabajar para pagar o que el desarrollo les pase demasiado lejos.
Este necesario proceso de transición más temprano que tarde nos llevará suscribir nuevo “contrato social y político” que se haga cargo de los desafíos de este nuevo Chile para convocar a la construcción de un sueño país para los próximos 20 años y, por ende, la conformación o re-conformación de pactos electorales y coaliciones políticas serán cosa de corto tiempo, pues tengo la convicción que la debacle actual será un elemento más convocante que dispersador de voluntades.
Tal como dicen los españoles del 15-M: “Nosotros no estamos en contra el sistema; es el sistema el que está contra nosotros”.
De esta forma, de las voluntades políticas de los partidos depende su propia subsistencia, pues Chile se graduó de grande y ya no quiere ni especuladores ni menos imitadores de la democracia.